Crónica escrita con descartes de otras
Decía el Profesor José Mª Valverde: puesto que hay que fracasar, hagámoslo cuanto antes.
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Finalizó el montaje de la exposición de Julio González en el Museo en el que trabajo. El resultado me agrada más de lo que me esperaba. El diseñador arriesgó en su propuesta museográfica, el iluminador se convirtió en pieza clave para el resalte de volúmenes, planos y soldaduras. He convivido dos semanas con las piezas de este montaje. La muestra arranca con los trabajos que Julio González realizó como orfebre. Durante casi tres décadas la familia González se dedicó a la elaboración de platerías, joyas, botones, cofres y filigranas. Julio González alternaba esos trabajos con la pintura y el dibujo y, sobretodo, con la vida bohemia de Barcelona y París. Tuvo que fracasar varias veces como pintor, tuvo que derrumbarse ante Picasso como tantos artistas de su época, para empezar a precisar su propio camino. Fue en el timbre, en el ensamble del hierro y la plancha, donde encontrara su poética. Tuvo a penas diez años para indagar en esos lugares. Murió antes de eclosionar. Bueno, al menos esa es la lectura que hago después de convivir con un centenar de sus esculturas durante quince días. Me incumben los pliegues del metal, el zurcido de alambres y superficies. Creo que lo mejor de Julio González son las soldaduras. Esa nitidez con las que las muestra. Nada de pátinas que las disimulen. La soldadura es el verso. Pero me entristecen las auras de estas esculturas. Siempre conservan el referente figurativo, siempre son personajes más que personas. Son entes sin vida. Las esculturas de Giacometti caminan, llenan el espacio más allá del volumen que ocupen en el mismo. Son un hombre, son un poco todos los hombres. He visto piezas de apenas unos centímetros de Giacometti, llenar una sala de muchos metros cuadrados. Las figuras de Julio González llenan estrictamente el espacio que ocupan con su materia. Son hombres representados pero no son humanas, son figuras cabizbajas, tímidas, que no se abren al espacio que las circunda. La comisaria de la exposición me comenta que Julio González huía de los fastos y las promociones sociales. Prefería arrinconarse antes que figurar. Algo de eso hay en sus esculturas.
Finales de julio de 1991. Lisboa
Alberto Cardín recuerda en un artículo que publicó El País que la experiencia viajera de la antigüedad no consistía en viajar mucho a muchos sitios, sino en viajar con intensidad, viajar a unos pocos lugares dotados de virtudes sociales, lugares donde cambiar la vida del individuo. Hace casi cinco meses que no pinto ni dibujo. Este hecho ha afectado al resto de mis actividades, a caso a mi propio carácter. No sé porqué, pero espero en Lisboa encontrar una verdad “curativa”. Lisboa no es más que una excusa para realizar un viaje interior. Paradójicamente algo ha empezado a fracasar en Lisboa en la relación con P.
15 de diciembre de 1998. Nápoles
El hotel en el que me alojo es uno de esos establecimientos correctos para el viajero de negocios. Limpio, espacioso, con un televisor sintonizado a infinitos canales, muebles nobles pero austeros. El barrio que me circunda es céntrico y supongo que muy comercial a pesar de que los escaparates de todas las tiendas están apagados a esta hora. Me sorprende la basura que se acumula por todas partes. Esquivo centenares de papeles, fruslerías, fruta aplastada, colillas,…Hay poca gente a pesar de lo cual no tengo sensación de peligro. Todo el mundo me ha advertido sobre Nápoles. Pero creo que simplemente me encuentro en otra ciudad mediterránea portuaria, uno de esos enclaves donde los instruidos sabemos que no hay que mirar con desafío, no hay que ostentar, ni buscarse líos. Algunos motociclistas pasan rápidos por estas calles, gritando a las chicas. Dos o tres vagabundos se calientan junto a fuegos improvisados en bidones. Un travestí viejísimo vende tabaco.
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Melville. Herman Mellville escribió dos maneras de ser marino. La manera Ahab y la manera Ismael. Ahab nada imposibles hasta ahogarse, sucumbe por alcanzar una obsesión. No teme ir hasta el horizonte aunque esa línea sea la que le seccione la vida. Ismael sobrevive para narrar, para contar lo que vio siguiendo al que seguía su obsesión. Un penetrante artículo de la periodista Mercedes Estramil en El País Cultural de Uruguay, retrata el derecho a fracasar de Herman Melville. A penas cuatro años de marino le dieron coba para una década de escritura compulsiva. Pero a los 38 años, el silencio. Se enterró en una oficina de aduanas en Manhattan entre 1866 y 1885. “¿Quién no es esclavo, decídmelo?”-pregunta Ismael en Moby Dick(1851), preconizando este retiro.
18 de agosto del 2001. Avignon
El Avignon diurno nada tiene que ver con el festival de cláxones, luces y músicas estruendosas con el que nos recibió esta Ciudad la noche anterior. A las 9.00 de la mañana de un sábado de agosto, las calles están vacías y recién regadas. Algunas cafeterías ofrecen a los tempraneros el encanto de sus terrazas (la cafetería con terraza es un culto en Francia. Cabe degustar esa religión sin prisas y, a ser posible, en compañía de la mujer a la que se ama, de un buen libro, del periódico del día, del resabio dejado por la sexualidad furtiva de un amor pasajero la noche anterior o, a ser posible como digo, por todos esos ponderables en comunión. Los aromas del café con leche, un croissant, la lectura, las caricias clandestinas, los susurros, en la terraza de una cafetería francesa, se convierten en lo más parecido a la felicidad). Una terraza de la Place de l’Horloge. Por 30 francos desayunas abundante menú internacional, ya saben, zumos, café o té, tostadas, bollería, mantequillas, mermeladas, la templanza y la dicha. Consultamos los mapas, nos besamos, vemos como la Ciudad despierta. El viaje en coche nos ha agotado; creemos conveniente pasar el día en esta “cloaca en la que se ha concentrado toda la suciedad del universo” (al decir de Petrarca), interrumpir durante unas horas el trayecto en coche que nos lleva a cruzar las diferentes francias del sur.
Avignon, totalmente rodeada por las murallas restauradas en el XIX, conserva el urbanismo embrollado del medioevo. Si uno se aparta de las dos o tres calles más comerciales, rápidamente se avista el deterioro en fachadas y edificios. Avignon es un auténtico calvario para conductores y ciudadanos con urgencias. No tiene nada que ver con el aburguesamiento de urbes como Nîmes o los barrios serenos de Montpellier. Avignon recuerda al barrio Latino de París, al Raval barcelonés o a la decrepitud rancia de Tarragona. Avignon en su descenso, es una ciudad bella e intensa. En las calles se puede leer un renglón del libro de la Historia nunca demasiado subrayado; aquel que nos cuenta que en la Edad Media el burgo pertenecía a sus habitantes y no a los señores, a los artesanos, a los mercados, a los gremios y logias, a los poetas que loaban sus muros, a los músicos que cortejaban doncellas, a los usureros avispados, a los cómicos de la legua,… De todo ello dan fe los ciudadanos de la actual Avignon, orgullosos, afables, trabajadores, tolerantes, flexibles en una Ciudad muy alejada de las comodidades de las capitales europeas modernas. Avignon es mundialmente conocida por su festival de teatro y por la agitada vida cultural de los veranos. Por doquier carteles anuncian conciertos, eventos, exposiciones, convocatorias para todos los gustos. Visitamos en la Rue Violette la Collection Lambert y una interesante muestra sobre lo que coleccionan los artistas, los mundos objetuales que atesoran, las atmósferas de las que se rodean. Sol LeWitt, Barceló, Andrés Serrano, Julian Schnabel, Louise Bourgeois, entre otros muchos, llenan con sus cachivaches las salas del Hotel de Caumont. La exposición esta montada con atropello, como si los gestores de la muestra se hubieran quedado sin presupuesto a medio proyecto y hubieran aprovechado peanas y vitrinas del almacén de los desahucios. En cualquier caso, la tesis y las piezas expuestas son agudas. Me sorprende ver, por ejemplo, los exvotos íberos de la colección de Miquel Barceló.
8 de diciembre del 2004. St. Etienne
Sidra normanda, crêpe de trois fromages, crêpe de champiñones y cebolla, y una exquisita ensalada agridulce. Café horroroso y varias promesas de amor. Inventamos con M un juramento que nos esposa frente a la Iglesia de la Place Jean Jeure’s. Paseamos la tarde sin prisa. Nos une el envite de tanta desolación arquitectónica y frío. Sólo frente al Ayuntamiento se rompe el vacío de los edificios cerrados a cal y canto. Varias casetas de madera, lucecillas y ornamentos navideños. Un mercadillo de viandas tradicionales en estas fechas. Suena un hilo musical que hilvana villancicos cantados en inglés. Bebemos cerveza. Compramos quesos y embutidos. Nos encerramos en la triste habitación de nuestro triste hotel. Nos festejamos, nos prometemos infinitudes, leemos libros en paralelo, vemos desnudos la TV, nos duchamos el uno al otro, dormimos abrazados.
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Orson Welles. En realidad, tras la ruptura con la RKO en 1942, Orson Welles no volvió a ocupar jamás un puesto relevante en la industria cinematográfica. A pesar del éxito crítico de Citizen Kane y de todos lo proyectos que acometió hasta ese film, tuvo que solventar con ingenio y esfuerzo el work in progress de una carrera llena de trabas y fracasos. Actor de teatro profesional en 1931 a la edad de dieciséis años, director de cine cinco años más tarde. Firmó emisiones radiofónicas como productor y realizador hasta 1946, firmó puestas de escena teatrales hasta 1960, espectáculos como mago, grabaciones de su voz. Fue actor de cine y televisión, conferenciante, escritor de libros, prólogos, artículos. Llegó a escribir incluso una crónica diaria en la prensa neoyorquina de los años cuarenta, desarrolló al tiempo una carrera política en el partido demócrata. Realizó doce largometrajes, veinte emisiones de televisión, otros tantos cortometrajes y una decena de audiovisuales inacabados. Para Orson welles era ineludible mantener un cauce desbordado por la actividad, su “método” creativo era la riada y la gestión de fiascos. Como dijo su ayudante Richard Wilson:”Orson era absolutamente lamentable cuando sólo tenía una cosa que hacer a la vez. Contemporizaba y no le concedía la atención necesaria. Necesitaba la obligación de tener que hacer varias cosas al mismo tiempo”. ¿Quién no es esclavo, decídmelo?
13 de enero del 2008. Atenas
Salvo unas gestiones a primera hora del día, dedico la mañana al descanso y el paseo, a las soledades y los silencios. No hay compromisos laborales en el Museo Cycládico en el que trabajo estos días. Esbozo dibujos y fotografío rincones del barrio de Plaka. Callejeando sin rumbo voy a parar a la ínfima iglesia bizantina de la Metamorfosis, justo en el cruce entre las calles Clepsidra y Teoría. ¡No puede ser casual!- me digo. Quizás este punto de inflexión que atraviesa mi vida no es más que un relato que alguien ha escrito para que yo me pierda en él. Quizás Borges dejó inacabado un cuento dionisio-apolíneo que versaba sobre ninfas, bosques celtas, vientos del norte, céfiros del sur, arboledas mediterráneas, gitanas despechadas, piratas, negruras, trances. Un relato cuyo protagonista es un personaje llamado Borges que cree llamarse Alabern, pues está convencido de que su apellido invoca avernos. Alabern-Borges se refugia en las cuevas que la roca antigua ha cedido a Pan, Zeus y Apolo a los pies de la Acrópolis. El barrio de Plaka no ayuda a deshacer el entuerto, el ovillo conduce al centro del laberinto, allá donde espera el Minotauro, allá donde la metamorfosis se consuma. ¡Qué viejo es Borges desde que era joven! Qué viejo y alejado de la ataraxia. Quizás es que Borges, osea Alabern, osea Nietzsche, es dos Borges, uno dionisiaco y retozón y otro geómetra y contenido. Quizás es que Borges, osea Alabern, camina por el filo entre dos abismos, osea avernos. Quizás la vida en Atenas sea un relato que siempre avanza sobre el filo. Quizás el filo es un camino, osea el camino.
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16 de enero del 2008. Madrid
En los alrededores de la calle Vallehermoso trajino. En una librería de lance adquiero un extraño librillo de un tal Alexandr Grin titulado “Velas Rojas”, una recopilación de cuentos extraños. Edición antigua no fechada, muy bien diseñada, con buen gusto gráfico. En la entradilla explica el editor que Alexandr Grin nunca vio los sugestivos parajes que describe en los relatos. Son fruto de su invención. No existieron nunca las ciudades de Liss, Zurbagán o Herton, más que en la imaginación del escritor soviético. No sonrió el destino a Grin que imaginándose aventurero, marino, viajero, tuvo que lidiar a lo largo de su vida con trabajos duros y denigrantes, y con la mucha hambruna de su época. Trabajó como cargador de muelle, hincó pilotes en el mar, pasó noches a la intemperie bajo barcas volcadas en la playa, y ni una sola vez tuvo la dicha de navegar por alta mar. Los mundos que no vio, las aventuras que no pudo vivir, las imaginó, las soñó, las escribió.
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Finalizó el montaje de la exposición de Julio González en el Museo en el que trabajo. El resultado me agrada más de lo que me esperaba. El diseñador arriesgó en su propuesta museográfica, el iluminador se convirtió en pieza clave para el resalte de volúmenes, planos y soldaduras. He convivido dos semanas con las piezas de este montaje. La muestra arranca con los trabajos que Julio González realizó como orfebre. Durante casi tres décadas la familia González se dedicó a la elaboración de platerías, joyas, botones, cofres y filigranas. Julio González alternaba esos trabajos con la pintura y el dibujo y, sobretodo, con la vida bohemia de Barcelona y París. Tuvo que fracasar varias veces como pintor, tuvo que derrumbarse ante Picasso como tantos artistas de su época, para empezar a precisar su propio camino. Fue en el timbre, en el ensamble del hierro y la plancha, donde encontrara su poética. Tuvo a penas diez años para indagar en esos lugares. Murió antes de eclosionar. Bueno, al menos esa es la lectura que hago después de convivir con un centenar de sus esculturas durante quince días. Me incumben los pliegues del metal, el zurcido de alambres y superficies. Creo que lo mejor de Julio González son las soldaduras. Esa nitidez con las que las muestra. Nada de pátinas que las disimulen. La soldadura es el verso. Pero me entristecen las auras de estas esculturas. Siempre conservan el referente figurativo, siempre son personajes más que personas. Son entes sin vida. Las esculturas de Giacometti caminan, llenan el espacio más allá del volumen que ocupen en el mismo. Son un hombre, son un poco todos los hombres. He visto piezas de apenas unos centímetros de Giacometti, llenar una sala de muchos metros cuadrados. Las figuras de Julio González llenan estrictamente el espacio que ocupan con su materia. Son hombres representados pero no son humanas, son figuras cabizbajas, tímidas, que no se abren al espacio que las circunda. La comisaria de la exposición me comenta que Julio González huía de los fastos y las promociones sociales. Prefería arrinconarse antes que figurar. Algo de eso hay en sus esculturas.
Finales de julio de 1991. Lisboa
Alberto Cardín recuerda en un artículo que publicó El País que la experiencia viajera de la antigüedad no consistía en viajar mucho a muchos sitios, sino en viajar con intensidad, viajar a unos pocos lugares dotados de virtudes sociales, lugares donde cambiar la vida del individuo. Hace casi cinco meses que no pinto ni dibujo. Este hecho ha afectado al resto de mis actividades, a caso a mi propio carácter. No sé porqué, pero espero en Lisboa encontrar una verdad “curativa”. Lisboa no es más que una excusa para realizar un viaje interior. Paradójicamente algo ha empezado a fracasar en Lisboa en la relación con P.
15 de diciembre de 1998. Nápoles
El hotel en el que me alojo es uno de esos establecimientos correctos para el viajero de negocios. Limpio, espacioso, con un televisor sintonizado a infinitos canales, muebles nobles pero austeros. El barrio que me circunda es céntrico y supongo que muy comercial a pesar de que los escaparates de todas las tiendas están apagados a esta hora. Me sorprende la basura que se acumula por todas partes. Esquivo centenares de papeles, fruslerías, fruta aplastada, colillas,…Hay poca gente a pesar de lo cual no tengo sensación de peligro. Todo el mundo me ha advertido sobre Nápoles. Pero creo que simplemente me encuentro en otra ciudad mediterránea portuaria, uno de esos enclaves donde los instruidos sabemos que no hay que mirar con desafío, no hay que ostentar, ni buscarse líos. Algunos motociclistas pasan rápidos por estas calles, gritando a las chicas. Dos o tres vagabundos se calientan junto a fuegos improvisados en bidones. Un travestí viejísimo vende tabaco.
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Melville. Herman Mellville escribió dos maneras de ser marino. La manera Ahab y la manera Ismael. Ahab nada imposibles hasta ahogarse, sucumbe por alcanzar una obsesión. No teme ir hasta el horizonte aunque esa línea sea la que le seccione la vida. Ismael sobrevive para narrar, para contar lo que vio siguiendo al que seguía su obsesión. Un penetrante artículo de la periodista Mercedes Estramil en El País Cultural de Uruguay, retrata el derecho a fracasar de Herman Melville. A penas cuatro años de marino le dieron coba para una década de escritura compulsiva. Pero a los 38 años, el silencio. Se enterró en una oficina de aduanas en Manhattan entre 1866 y 1885. “¿Quién no es esclavo, decídmelo?”-pregunta Ismael en Moby Dick(1851), preconizando este retiro.
18 de agosto del 2001. Avignon
El Avignon diurno nada tiene que ver con el festival de cláxones, luces y músicas estruendosas con el que nos recibió esta Ciudad la noche anterior. A las 9.00 de la mañana de un sábado de agosto, las calles están vacías y recién regadas. Algunas cafeterías ofrecen a los tempraneros el encanto de sus terrazas (la cafetería con terraza es un culto en Francia. Cabe degustar esa religión sin prisas y, a ser posible, en compañía de la mujer a la que se ama, de un buen libro, del periódico del día, del resabio dejado por la sexualidad furtiva de un amor pasajero la noche anterior o, a ser posible como digo, por todos esos ponderables en comunión. Los aromas del café con leche, un croissant, la lectura, las caricias clandestinas, los susurros, en la terraza de una cafetería francesa, se convierten en lo más parecido a la felicidad). Una terraza de la Place de l’Horloge. Por 30 francos desayunas abundante menú internacional, ya saben, zumos, café o té, tostadas, bollería, mantequillas, mermeladas, la templanza y la dicha. Consultamos los mapas, nos besamos, vemos como la Ciudad despierta. El viaje en coche nos ha agotado; creemos conveniente pasar el día en esta “cloaca en la que se ha concentrado toda la suciedad del universo” (al decir de Petrarca), interrumpir durante unas horas el trayecto en coche que nos lleva a cruzar las diferentes francias del sur.
Avignon, totalmente rodeada por las murallas restauradas en el XIX, conserva el urbanismo embrollado del medioevo. Si uno se aparta de las dos o tres calles más comerciales, rápidamente se avista el deterioro en fachadas y edificios. Avignon es un auténtico calvario para conductores y ciudadanos con urgencias. No tiene nada que ver con el aburguesamiento de urbes como Nîmes o los barrios serenos de Montpellier. Avignon recuerda al barrio Latino de París, al Raval barcelonés o a la decrepitud rancia de Tarragona. Avignon en su descenso, es una ciudad bella e intensa. En las calles se puede leer un renglón del libro de la Historia nunca demasiado subrayado; aquel que nos cuenta que en la Edad Media el burgo pertenecía a sus habitantes y no a los señores, a los artesanos, a los mercados, a los gremios y logias, a los poetas que loaban sus muros, a los músicos que cortejaban doncellas, a los usureros avispados, a los cómicos de la legua,… De todo ello dan fe los ciudadanos de la actual Avignon, orgullosos, afables, trabajadores, tolerantes, flexibles en una Ciudad muy alejada de las comodidades de las capitales europeas modernas. Avignon es mundialmente conocida por su festival de teatro y por la agitada vida cultural de los veranos. Por doquier carteles anuncian conciertos, eventos, exposiciones, convocatorias para todos los gustos. Visitamos en la Rue Violette la Collection Lambert y una interesante muestra sobre lo que coleccionan los artistas, los mundos objetuales que atesoran, las atmósferas de las que se rodean. Sol LeWitt, Barceló, Andrés Serrano, Julian Schnabel, Louise Bourgeois, entre otros muchos, llenan con sus cachivaches las salas del Hotel de Caumont. La exposición esta montada con atropello, como si los gestores de la muestra se hubieran quedado sin presupuesto a medio proyecto y hubieran aprovechado peanas y vitrinas del almacén de los desahucios. En cualquier caso, la tesis y las piezas expuestas son agudas. Me sorprende ver, por ejemplo, los exvotos íberos de la colección de Miquel Barceló.
8 de diciembre del 2004. St. Etienne
Sidra normanda, crêpe de trois fromages, crêpe de champiñones y cebolla, y una exquisita ensalada agridulce. Café horroroso y varias promesas de amor. Inventamos con M un juramento que nos esposa frente a la Iglesia de la Place Jean Jeure’s. Paseamos la tarde sin prisa. Nos une el envite de tanta desolación arquitectónica y frío. Sólo frente al Ayuntamiento se rompe el vacío de los edificios cerrados a cal y canto. Varias casetas de madera, lucecillas y ornamentos navideños. Un mercadillo de viandas tradicionales en estas fechas. Suena un hilo musical que hilvana villancicos cantados en inglés. Bebemos cerveza. Compramos quesos y embutidos. Nos encerramos en la triste habitación de nuestro triste hotel. Nos festejamos, nos prometemos infinitudes, leemos libros en paralelo, vemos desnudos la TV, nos duchamos el uno al otro, dormimos abrazados.
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Orson Welles. En realidad, tras la ruptura con la RKO en 1942, Orson Welles no volvió a ocupar jamás un puesto relevante en la industria cinematográfica. A pesar del éxito crítico de Citizen Kane y de todos lo proyectos que acometió hasta ese film, tuvo que solventar con ingenio y esfuerzo el work in progress de una carrera llena de trabas y fracasos. Actor de teatro profesional en 1931 a la edad de dieciséis años, director de cine cinco años más tarde. Firmó emisiones radiofónicas como productor y realizador hasta 1946, firmó puestas de escena teatrales hasta 1960, espectáculos como mago, grabaciones de su voz. Fue actor de cine y televisión, conferenciante, escritor de libros, prólogos, artículos. Llegó a escribir incluso una crónica diaria en la prensa neoyorquina de los años cuarenta, desarrolló al tiempo una carrera política en el partido demócrata. Realizó doce largometrajes, veinte emisiones de televisión, otros tantos cortometrajes y una decena de audiovisuales inacabados. Para Orson welles era ineludible mantener un cauce desbordado por la actividad, su “método” creativo era la riada y la gestión de fiascos. Como dijo su ayudante Richard Wilson:”Orson era absolutamente lamentable cuando sólo tenía una cosa que hacer a la vez. Contemporizaba y no le concedía la atención necesaria. Necesitaba la obligación de tener que hacer varias cosas al mismo tiempo”. ¿Quién no es esclavo, decídmelo?
13 de enero del 2008. Atenas
Salvo unas gestiones a primera hora del día, dedico la mañana al descanso y el paseo, a las soledades y los silencios. No hay compromisos laborales en el Museo Cycládico en el que trabajo estos días. Esbozo dibujos y fotografío rincones del barrio de Plaka. Callejeando sin rumbo voy a parar a la ínfima iglesia bizantina de la Metamorfosis, justo en el cruce entre las calles Clepsidra y Teoría. ¡No puede ser casual!- me digo. Quizás este punto de inflexión que atraviesa mi vida no es más que un relato que alguien ha escrito para que yo me pierda en él. Quizás Borges dejó inacabado un cuento dionisio-apolíneo que versaba sobre ninfas, bosques celtas, vientos del norte, céfiros del sur, arboledas mediterráneas, gitanas despechadas, piratas, negruras, trances. Un relato cuyo protagonista es un personaje llamado Borges que cree llamarse Alabern, pues está convencido de que su apellido invoca avernos. Alabern-Borges se refugia en las cuevas que la roca antigua ha cedido a Pan, Zeus y Apolo a los pies de la Acrópolis. El barrio de Plaka no ayuda a deshacer el entuerto, el ovillo conduce al centro del laberinto, allá donde espera el Minotauro, allá donde la metamorfosis se consuma. ¡Qué viejo es Borges desde que era joven! Qué viejo y alejado de la ataraxia. Quizás es que Borges, osea Alabern, osea Nietzsche, es dos Borges, uno dionisiaco y retozón y otro geómetra y contenido. Quizás es que Borges, osea Alabern, camina por el filo entre dos abismos, osea avernos. Quizás la vida en Atenas sea un relato que siempre avanza sobre el filo. Quizás el filo es un camino, osea el camino.
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16 de enero del 2008. Madrid
En los alrededores de la calle Vallehermoso trajino. En una librería de lance adquiero un extraño librillo de un tal Alexandr Grin titulado “Velas Rojas”, una recopilación de cuentos extraños. Edición antigua no fechada, muy bien diseñada, con buen gusto gráfico. En la entradilla explica el editor que Alexandr Grin nunca vio los sugestivos parajes que describe en los relatos. Son fruto de su invención. No existieron nunca las ciudades de Liss, Zurbagán o Herton, más que en la imaginación del escritor soviético. No sonrió el destino a Grin que imaginándose aventurero, marino, viajero, tuvo que lidiar a lo largo de su vida con trabajos duros y denigrantes, y con la mucha hambruna de su época. Trabajó como cargador de muelle, hincó pilotes en el mar, pasó noches a la intemperie bajo barcas volcadas en la playa, y ni una sola vez tuvo la dicha de navegar por alta mar. Los mundos que no vio, las aventuras que no pudo vivir, las imaginó, las soñó, las escribió.
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