Performance 5: What peace there may be in silence
¿Qué paz puede existir ahí, en silencio? Hay escritores que parecen no tener dificultades para narrar lo que sea. Cualquier acontecimiento merece su atención. La literatura de Perec, por ejemplo, esta por encima de los actos aunque dependa de ellos. Se nutre del ruido de lo que acontece. Aquí, sin embargo, en el silencio, las cosas son más complicadas. Se trata de buscar historias, o de provocarlas indagando en la mudez.
Escribe el narrador: “Te inventé antes de que existieras. Luego, cuando fuiste, no resultaste ser lo que esperaba”. ¿Ofuscación en la nada? No se trata de buscar ni de provocar, se trata de encontrar buenos relatos. Si los relatos buenos habitaran un cosmos, entonces, el escritor sería trotamundos, vagabundo en ese firmamento.
Tarde en Girona. Perdedor garabatea desde el mirador del Boira. El sol viste de cobre las ondulaciones del río Onyar. El Boira es un café barco, un lugar idóneo para leer, escuchar y mirar las arquitecturas caquis de Girona. Las niñas se han quedado con los abuelos. Esta tarde disfrutarán de la rua carnavalesca en S.C. Marieta disfrazada de la Liza Minelli de “Cabaret”; Lucía, de rana. Leemos los periódicos del día. Grandes gaviotas balanbrean sobre el agua. Suena “Life & let die” en versión Guns & Roses. Juzgar apropiado o no el hilo musical resulta fútil. A la intensa mirada de M se le clavan las guitarras. Life & let die. M y su escritor se imaginan en cualquiera de las buhardillas ocres que dan al Onyar viviendo a lo Hemingway. Ahora suena “Angie” de los Stones, melodía más adecuada para ver atardecer desde el Boira. M retoca la sombra de sus ojos mirándose en un diminuto espejo que sacó del gran bolsón que la acompaña a todas partes. Sombras rojas atardecen los panoramas mediterráneos que avizora el lector desde el Boira. Sombras negras, sombras rojas. –Para que haya luz debe haber sombra-dijo el otro día un iluminador de la casa Erco. Hacía pruebas de luz para las salas que albergan la colección gótica, en el Museo en el que trabaja el cronista. Es difícil iluminar marcos bruñidos, las túnicas áureas de los apóstoles. Casi imposible iluminar desde las alturas del edificio sin provocar crepúsculos que remarquen la tridimensionalidad de las piezas. -No hay luz sin sombra- sentenció el iluminador de la casa Erco.
Pasa la luz. M y el escritorzuelo apuran sus cafés. El Boira se llena de las nieblas que canta el hilo musical, del ting ting de las cucharillas contra las tazas, del crujido de las páginas leídas. Suena Miguel Bosé que le canta a una morena suya. En el periódico un extenso artículo de Norberto Fuentes sobre las últimas horas de Hemingway. ¿De qué objetos se rodeó? ¿Qué leía, qué estaba escribiendo en su refugio cubano antes de suicidarse? “Un total de 1197 objetos, sin contar libros y papelería” inventariados en Finca Vigía. Claro que en anteriores inventarios se habían barajado saldos de 4000 piezas. Y en otros, siempre dependiendo del criterio del catalogador, apenas un centenar. A Perdedor le embriaga esa idea, un mundo corazón que mengua o se expande, de ahora mil objetos mañana cien. No es fácil saber cuántos objetos tiene el arte de un artista. Todo depende del catalogador. En Girona, esta tarde, M y el escribidor pasean los escalones del casco viejo. Hubo un performer, que es un artista que trabaja sin objetos, que contó una vez todas las escaleras. Tardó tres días en pasear y decir los 3729 escalones de la Girona Vella. El viento es frío. La piedra antigua les resguarda. Pasean abrazados. El céfiro desordena los rizos de M. La cabeza de Medusa enreda a Perdedor. Pasean en silencio ¿Se trata de buscar historias, o de provocarlas indagando en la mudez?-se sigue preguntando.
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A su paso por la Ciudad, en el Onyar se mezclan las curvaturas del cobre con los limos y fangos. Aunque M está al lado, aunque se ondule su cabellera a golpes de un viento que acompasa el rizo con los surcos del agua, Perdedor está solo. Recorrer el waterfront, reseguir la línea de casas que abrazan el curso del agua, hasta llegar a los parajes salvajes que rodean la Ciudad. Marismas, bosques, dehesas y pronto, las montañas prepirenaicas. Girona es sólo un lapsus hacia el bosque primigenio. Perdedor busca historias ajenas que contar, se siente despoblado. Y si mira el sedimento verdoso que se precipita a los lados del río, se acuerda de la soledad de Alec Holland, SwampThing, la Cosa del Pantano, el protagonista de aquel cómic de los años 80 que leyó siendo un adolescente misántropo. Alec Holland, ciéntífico que investiga una fórmula que permita ver crecer la vegetación en terrenos yermos, sufre un terrible accidente en el que se ve fatalmente impregnado por la sustancia que investiga. Su cuerpo incendiado cae en un lodazal que le transforma en monstruo de barro y planta. Emergerá de los pantanos de Lousiana convertido en un membrudo ser, ávido de venganza sobre los también causantes de la muerte de Linda Holland, su esposa. A medida que avance el cómic Holland no sólo buscará venganza sino que irá al encuentro de su perdida identidad humana. Es monstruoso, está solo, anegado en el pantano, es SwapThing y su cuerpo está cubierto de lodo y líquenes, pero busca desesperadamente reencontrar al humano que fue. Quiere la fórmula para volver a ser Holland y abandonar al monstruo. En el número 20 de la serie (enero de 1984), el extraordinario guionista Allan Moore, toma el mando de la narración. SwapThing muere tiroteado tras una atroz intervención militar. En el número 21, titulado “La lección de Anatomía”, Allan Moore escribe una de las mejores vueltas de tuerca de toda la historia de los cómics. Transforma al personaje y da un giro a toda la colección en tan sólo 23 páginas ¡SwapThing es vegetal! Al caer envuelto en llamas el cuerpo desencajado de Alec Holland, murió totalmente. No sufrió mutaciones, como se especuló durante los números anteriores de la colección. De alguna manera, su cuerpo murió por completo y una forma vegetal adquirió la conciencia humana de Holland. Es decir, el cuerpo no existe, no hay hombre que buscar. Todo el motor existencial de SwapThing, todo ese proceso de indagación de lo que queda de Holland en el monstruo, se viene abajo. No es posible que Holland encuentre a Holland, pues ya no hay nada de hombre en él. Es vegetal y además, potencialmente inmortal. Sólo queda conciencia humana. Y ahí, en ese punto, sitúa Allan Moore el punctum sobre el que escribirá durante 34 números de la revista que alberga al personaje. ¿Un amasijo de hongos y légamo es humano, simplemente por tener conciencia humana? ¿Una conciencia humana, es un ser humano? ¿Se trata de buscar historias, o de provocarlas indagando en la mudez?
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Menugi. Tiene 24 años y muchas dificultades para abandonar su habitación. A los cinco años suplicó a sus padres que le compraran unas gafas que no necesitaba. Su visión era perfecta, pero lloró todos lo días hasta que sus progenitores aceptaron comprar unas gafas sin corrección óptica. Era la única manera de soportar lo que hay afuera, la única manera de salir temporalmente de su habitación. La máscara, el exoesqueleto que protege a Menugi de la herida del vivir. A este fenómeno de reclusión y encierro que prolifera entre la juventud japonesa, le llaman Hirikomori. Perdedor, el escritorucho que busca historias ajenas que contar, se siente despoblado. ¿Qué paz puede existir ahí, en el silencio?
Un hombre con deformidades en las manos y los pies discute con otro en la terraza de un bar. Hablan de créditos, de deudas con el banco, de familiares que ningunean. El hombre con deformidades en las manos y en los pies es tan expresivo y agresivo en sus diatribas que es fácil llegar a creer que las deformidades son el fruto del terrorismo interior. A veces el alma puede manifestarse a través de las pústulas y las lesiones.
En la Rambla de Girona el silencio. Ciertas mañanas de invierno se puede pasear por la Rambla de Girona sin toparse con viandantes. En las horas frías en las que el barrio viejo despierta, las gentes alargan su tiempo al calor del hogar ¿Cómo buscar historias en ese silencio? ¿Qué paz puede existir ahí afuera? Dice Siri Hustvedt que “nadie escribe un libro si está completamente en paz consigo mismo”.
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