P6. La vida que se cuenta uno a si mismo
(Fotos. Jordi Piñol, 2009) |
(Fotos. Jordi Piñol, 2009) |
Obscurum per obscurius, ignotum per ignotius. Para ir al lugar que no sabes, debes seguir el camino que no conoces.
Poble Nou se transforma. Aquel tejido industrial barcelonés que fue escenario de movimientos obreros durante cien años, cae bajo la presión de la especulación inmobiliaria. En el bar La Riba están liquidando las existencias.
–Es que van a derribar todos los edificios de la manzana. Transformación urbanística, lo llaman- cuenta el propietario.
La Riba es un bar con 100 y pico años de historia. Parece anclado en otros tiempos. La decoración es hortera. Fresquera centenaria, alicatada con feos azulejos. Paredes y barra revestidas con melanina verde que recuerda a los pupitres de las escuelas setentonas. Techo caramelo, tostado por los humos de todos los fumadores que empedernieron su adicción aquí. Billar con el tapete desgastado por las ausencias. Feo futbolín de jugadores mutilados. Estufa SuperSer mezclada entre las mesas de mármol rancio. En las estanterías tras la barra, botellas de coñac y anís, figurilla de lladró, televisor de pocas pulgadas Telefunken, microondas al que le brotan las grasas. Periódicos deportivos del día. Expendedor de quinielas y loterías. Reloj de péndulo, dos ventiladores, anuncios publicitarios de hace treinta años, Fanta, Kas, Cinzano,…Incluso los ancianos que juegan al dominó, parecen surgidos del ayer. La Riba siempre fue conocido con el sobrenombre del Calixto, por culpa de un antiguo propietario. El Calixto tuvo un tablao en sus mejores épocas.
–El bar se abarrotada los fines de semana. Aquí flamenco. Aquí venía todo el barrio. Eran trabajadores de las fábricas, que se gastaban los duros. Cau d’artistes, bohemios, trabajadores con la paga en el bolsillo…En La Riba flamenco. A veces venían gitanillas del Somorrostro la mar de salerosas. En el Martinet triunfaba la zarzuela. Marina, La Verbena de la Paloma,… Aquellos tenores que actuaban en el centro de Barcelona y luego se pasaban por aquí, donde estaba la juerga. Por que los catalanes del centro siempre han sido muy sosos. Aquí se montaban los buenos jaleos. A veces se mezclaban los públicos de los dos bares y acabábamos todos liaos.
Al otro lado de la acera todavía aguanta en pie el bar Martinet. La Riba y el Martinet verán su fin en las próximas semanas. Eran bares rivales, con feligresías devotas, y sin embargo, amigas
-El señor Calixto había sido taxista, cuando se retiró le compró el bar a su primer propietario, que era oriundo del pueblo de la Riba, en Tarragona. Yo fui camarero del Calixto, y al final me quedé con el bar hace 40 años. Ahora, lo derriban todo por eso del Fòrum, y por que quieren que este barrio sea lo más moderno de Barcelona. Todavía todas las noches, cierro yo mismo los porticones de madera de los ventanales. Cuando tenía 20 años era pan comido, ahora, el ejercicio es fastidioso. Mi mujer se me queja, yo sigo cada noche asegurándome de que todo queda bien cerrado. Nunca me han robao. Aquí tengo clientes fieles que ya no viven en el barrio, por que les han derruido la casa, por que les han echado. Siguen reuniéndose en este bar. De na vale todo eso. Las inmobiliarias han visto la gallina de los huevos de oro en este barrio, y el ayuntamiento se ha bajado las bragas.
A las pocas semanas Calixto y Martinet son escombros.
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Primero ayunas. No entiendes que te lleva a esta conclusión, pero una performance sobre el silencio debe empezar en ayunas. La noche anterior costó conciliar el sueño. Le diste vueltas a una estupidez que no te dejó conciliar el sueño. Temías que una performance sobre el silencio que se desarrolla en medio del gentío, acabara por aparentar trascendencias. Nada más alejado de tu intención. La performance surge de la colaboración con JP, fotógrafo de sangre roquera, experto en fotografía arquitectónica. Le propusiste coger una mochila pequeña con pocos enseres, el libro de Matvejevic, salir caminando rumbo al mar y no regresar a la vida cotidiana hasta haber encontrado el exvoto de un naufragio y un faro que fotografiar. Pero JP impugna, dice que no acaba de verse, que en todo caso, preferiría las playas cutres del Prat, repletas de desechos, contaminadas, sin turistas. Bueno, no quieres contradecirle, ¿qué sabrá Él de la importancia de encontrar un exvoto y un faro tras un naufragio? JP propone un cambio de rumbo: -quiero fotografiar tu quietud. La gente se mueve, todo se mueve, tú permaneces- La idea, aunque tópica, te atrae.
Barcelona es un invento sedentario, es compraventa, es orden, es ley, es departamento, demarcación. El territorio nómada es la senda, las rutas cambiantes, el desbarajuste. Dice el que transita que a veces la vida nómada ha sido considerada un anacronismo por parte de la norma civil que impera en las urbes modernas. Dice que hay algo antiguo en el trasiego entre fronteras, en el hombre que camina mochila en espalda, en el que atesora vivencias en vez de patrimonios. Hay que atravesar el Egeo, apagar algunas luces, beberse no pocas sombras, para poder vivir de nuevo en Barcelona.
En el Raval es tiempo de historias. Tú que transitas te malgastas en bares y calles que no conducen a sitio alguno. En la cafetería junto al museo contemporáneo una pareja discute. Tienen tres hijos. Ella rezonga por dinero. No llegan. -¡Tenemos tres hijos!-. Él trabajaba en la construcción cuando había trabajo. Ella limpia casas, no soporta ver como se desmoronan las fechas. El dinero no llega. Él gasta pero no aporta. Ella no puede soportar, necesita alzar la voz para que todos lo oigamos, para que Él se aplane. Le recrimina las ausencias, los adeudos. Dibuja el mapa de sus decepciones y se lo estampa en toda la jeta.
-Estás pero no estás. Vamos a perder el piso. A mi no me echan. No me voy hasta que me echen. Yo a ti te dejo, pero no me da la gana dejarte en el piso. Me han dicho que el ayuntamiento te pone un hotel la primera noche cuando te desahucian. Me llevo a los niños y tú te quedas en la calle con alguna de tus fulanas.
Él no reacciona. Su aspecto es el de un hombre capaz de romperle la crisma a cualquiera. Pero no tiene fuerzas. Dice buscar trabajo, pero “es que la cosa está muy mala”. Se embebe en el desánimo. No manifiesta dolor alguno por la pérdida que se le avecina. Algún jaco le frena las bravuras.
Quedas con JP en el Kasparo, que es un bar amigo, con una de las mejores terrazas de Barcelona. Estas en ayunas, agotado por el insomnio de la noche anterior y la jornada laboral. -¡Sólo líquidos!- dices. Bebiste agua, té al limón, un café con leche y canela; te bebes una cerveza. El cuerpo está preparado para la performance. Caminarás desde la Plaza Catalunya hasta el puerto, bajando Las Ramblas. No puede haber mayor marea humana en Barcelona. JP planta su trípode en enclaves que Él escoge. Te indica. – Mira a la cámara. Muestra tus manos- Haces caso. Te dejas llevar por su voz. No le quieres contar que te divorciaste de Él antes de empezar la sesión. Quizás JP esperaba que un performer le guiase. Pero no pudo ser así, no hay tutela posible. No te integras a grupo alguno a pesar de los vínculos de afecto. Te pasó siempre y te pasa ahora. Lo sientes mientras caminas entre la muchedumbre. Los contactos continuos con los grupos de la cotidianidad no te engloban. Ni familia, ni entorno laboral, ni capillas del arte, ni amistades. Hay algo de ti que siempre queda fuera. Por eso cambia cíclicamente el paisaje humano que te rodea. Por eso se enfadaron siempre las mujeres que te albergaron. Por eso, un día, tus hijas ya crecidas, te recriminaran. Estas en Las Ramblas las interacciones comunicativas han quedado abortadas. Te importa un carajo lo que te rodea.
En Barcelona fue tiempo de historias. Esta pasa en la Barceloneta, la barriada marina. Un niño de apenas once años baja con su abuela a tomar los baños. En Barcelona siempre se sube o se baja, ese diapasón regula los tránsitos de sus conciudadanos. Son los años 70. El 39 es el autobús que “baja” hasta las playas. La zona de baños es vetusta. Tu memoria le pone cien años a esas instalaciones. La arquitectura es hortera. Casetas-vestidor, piscina de agua salada, duchas separadas por género alicatadas con feos azulejos. Hay algo escolar en la disposición arquitectónica del recuerdo de aquel enclave. Quizás, a los once años, todas las disposiciones sean escolares. La abuela te grita que no te adentres en el mar. No haces caso. A cierta distancia de la orilla se divisa la playa para mujeres. Hay una zona en los baños acotada sólo para mujeres, y otra, donde te encuentras, para familias. Desde la arena de la zona familiar sólo ves una tapia que aleja de la mirada de los curiosos los cuerpos femeninos. Te intriga. La pulsión te lleva al nado. Braceando rebasas las cotas impuestas a tu mirada. Apenas percibes cuerpos tostados. Crees ver adultas desnudas, lejanas. Te mantienes a flote mientras la mano te menea el miembro. Flota tu polución en el agua salada.
JP abre el obturador. Deja que los pasos rápidos transfiguren en fantasmas a la gente. Paráis en el Mercat de la Boquería, a medio caminar de vuestro recorrido por Las Ramblas. No le has querido contar a JP, pero aquí naufragaste hace veinte años. Estudiabas Arte. Habías conocido a P en el curso anterior. Eras fervoroso clérigo de una religión fundada por y para vosotros. Fotografiabais mercados de la ciudad. Os asustó la pobreza que la cámara atrapaba por sorpresa. Una viejita que removía entre las hortalizas que los tenderos desechaban. Un niño robando huevos. Otras viejitas desaliñadas que rehusaban ser fotografiadas. Los dependientes soltando improperios ante la cámara. – ¡Son periodistas! ¡Luego esto saldrá en el Interviú!- Las fotos en la Boquería desgarraron toda la inocencia de vuestras artes primeras. Allí te naufragó la pintura. ¿De que servía pintar o fotografiar si ese arte se desconectaba de la calle?
JP te fotografía en el Mercat. Él no lo sabe, no le cuentas, pero te viene a la memoria aquel naufragio. Piensas también en la inmolación de P. Ya no era lozana, lo suyo no era pues, el admitir las derrotas de la juventud. Acaso el problema fuera el peso de la madurez, el fracaso de las expectativas. Ese debió ser el puto problema. Seguramente no llegarás a saber qué circunstancias llevaron a P a marcharse. No puedes evitar sentirte culpable. Extiendes los brazos y te conviertes en exvoto de un naufragio, extiendes los brazos como figura votiva. JP fotografía.
Seguís descendiendo Las Ramblas. Te mantienes a flote. Te gustaría correr, pero paralizas el impulso. Todavía no se ha publicado en español pero de titularse como en inglés la última obra de Murakami, Sergi Pàmies sugiere “De que hablamos cuando hablamos de correr” (guiño a Raymond Carver). Murakami corre unos 60 kms por semana desde 1982, participa en maratones y triatlones de medio mundo. “Sus motivaciones son diversas, pero destaca el placer que experimenta estando solo, pensando en sus cosas,…” Murakami no cae en espiritualidades facilonas ni en comuniones con lo trascendente. “Es un ejercicio pero también una metáfora”. No corre contra nadie, no compite, no se examina. “El ritmo, la resistencia, la sucesión de objetivos parciales para llegar a una meta, toda la estructura de la carrera de fondo presenta algunas similitudes con la experiencia literaria”-dice Sergi Pàmies que cuenta Murakami.
Correr no es ponerse al límite, no es obstinación ni fanatismo. Tiene algo de curativo.
El paisaje en el que corremos nos somete, pero también nos acoge. Corres por los bosques del Montseny, los mismos que observas desde la ventana de tu despacho, donde intentas prender el trazo y la escritura. Empezaste a correr en Madrid, para luego hacerlo en el Maresme, y en casi todos los barrios de Barcelona. Corriste en Oviedo, en los Picos de Europa, en Navarra, en los Pirineos, en la Costa Brava, en Mallorca y Menorca, en el Baix Empordà y golpeado por la tramontana ¿Existe una manera de pensar en tránsito? ¿Mirar el paisaje que nos circunda es pensar? ¿Sentir el paisaje es pensarse? Vives en un pueblo, sientes las montañas que te rodean, y hueles el salitre del mar que baña la falda de estas cordilleras. Hace seis años que dejaste esta ciudad que ahora atraviesas. Trabajas en ella casi a diario, te pierdes por los barrios marinos o por tu Montmartre secreto, o por el ajetreoso Raval de las mil caras, o visitas el barrio de tus infancias. Necesitas las librerías, algunos bares y cafeterías, unos cuantos amigos, los cines Verdi, Las Ramblas.
La performance acaba. Habeis llegado hasta el mar. A contraluz, JP encuentra un faro que fotografiar.
Desde la atalaya que es Montjuïc ves la ciudad desplegada. En días claros se divisa una vasta panorámica que abarca desde el Prat de Llobregat a las playas de la Zona olímpica. Al fondo el Tibidabo. Más al fondo la silueta del Montseny. Un guitarrista entretiene a los turistas que se aventuran a subir hasta este privilegiado mirador. Puntea en su guitarra el tema principal del film El Cazador. Hubo buen cine en los 70’s, piensas. Tienes que bajar la montaña. Has quedado con un fotógrafo. Vas a hacer una performance en Las Ramblas. Buscas el exvoto de un naufragio y la foto de un faro.
La foto en la que parece atrapas la luz con tus manos es especialmente bonita/mis felicitaciones a quien dispara la cámara.
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