Biografía, dibujo y sangre.
Biografía y dibujo
“Amo como quisiera ser amada” escribe desde la desesperanza Charlotte Polet de Faveaux a su huidizo marido. Acomodada en la mansión de Thozée, donde recuerda haber vivido alguno de los más bellos momentos, escribe a Félicien en 1874 mientras este pasa una de sus temporadas en París. Largas misivas al dibujante para explicarle los beneficiosos efectos del campo sobre la salud del pequeño Paul. Cartas para llorar las cada vez más prolongadas ausencias de su amado. Cartas en las que se va apagando porque Félicien no encuentra nunca el momento de regresar a Bélgica desde su exilio parisino. Se conserva en la Fondation Rops (Mettet, Château de Thozée) gran parte de esta correspondencia entre el dibujante Félicien Rops y su esposa.
Se habían conocido en 1852. Félicien había caído rendido; “tengo un volcán en ebullición en el pecho, comprendo a las personas que se vuelven locas de amor…” El 28 de junio de 1857 se casan; al poco nace su hijo Paul. Un año después Juliette, que morirá a los seis años de meningitis. A Rops le perfora esa desgracia de por vida. Félicien venía de una biografía paradójica que mezclaba hoyos afectivos y ventajas sociales. Provenía de una familia rica aunque perdió al padre en la adolescencia. Un severo tío se hizo cargo de su tutela. Los jesuitas hicieron el resto. Asqueado por la cultura burguesa que le rodeaba, aquejado por el dolor de lo vivido, Rops optó por coger los caminos menos trillados, por desobedecer lo establecido y erigirse un mundo emancipado de la moral de su época. Baudelaire y él sienten una fascinación mutua. Ambos comparten conciernas morales laxas y la fascinación por los ambientes suburbiales. París es la ciudad moderna donde Félicien encuentra museos y agitación cultural, editoriales para las que trabajar, ambiente bohemio, mil cafés donde tertuliar, las brasseries de moda, nuevas técnicas de grabado. En París conoce mujeres y libertinajes que le conectan con la vida moderna y antiburguesa que pretende. Se exilia a esta Ciudad definitivamente cuando conoce a Léontine y Aurélie Duluc, dos hermanas costureras que trabajan para compañías de teatro y clientas de la alta burguesía. Forman un triángulo amoroso totalmente entregado. Las dos jóvenes hermanas profesarán devoción al artista; cuando le escriben lo hacen bajo el apodo Auréleon, ecuánime combinación de Aurélie y Léontine. Esa relación acabará por romper la vida conyugal en el Château de Thozée. Sobretodo cuando del triángulo amoroso parisino nazca su hija Claude.
Rops dibujará esa discordia con la vida burguesa (que le atrae y repele al tiempo). Tratará de captar los bajos fondos, fundará periódicos llenos de sátira, utilizará el erotismo, dibujará lupanares y tugurios. Introducirá simbolismos y mitos en sus grafías y volverá periódicamente a los paisajes y campos. Lo más interesante del erotismo de Rops será esa manera de desnudar a la mujer dejándola parcialmente vestida. Uno de sus más famosos dibujos, Pornócrates (1878), ofende al espectador de la época no por la desnudez de la figura femenina sino por que está claramente vestida para el placer. Medias, zapatos de tacón, guantes, lazos, ojos vendados…además, pasea un cerdo con correa, animal símbolo de lujuria. Una mujer con los ojos vendados dejándose guiar por un cerdo, parece invitarnos a dar rienda suelta a nuestras bajas pasiones. Aunque también hay algo de misoginia, a poco que nos fijemos. En algunas estampas Rops se autorretrata con aspecto diabólico, quiere intimidar. El satanismo y los personajes mefistofélicos serán una constante en su obra. Juzga oportuno que sus temas y su imagen rompan al máximo las convenciones. Pero necesita periódicamente regresar a los entornos naturales. Siente pasión por los viajes, por los paisajes del mar del Norte (que conoce desde la infancia), por las “dunas blancas”, por los horizontes infinitos, por las rubias rollizas. También caerá rendido por los encantos exóticos de la España del XIX. Sobretodo Granada, Málaga, Sevilla. En la Ciudad del Guadalquivir alquila un apartamento con vistas al río. Se sorprende de la belleza de uno de los pocos ríos españoles navegables, el color, la luz.
A los 51 años se compra una casa en Essonnes-Corbell, a unos 30 kilómetros de París. A la Demi-Lune, que así se dará en llamar la finca, se traslada con las dos hermanas Duluc y su hija Claude. Demi-Lune se convertirá en un foco de atracción para artistas y escritores. Aunque no dejará de visitar París y viajar regularmente al sur de Europa y a la Bretaña, en los jardines de Demi-Lune encontrará el ambiente que le apacigüe el dolor de la senectud. Un artista que odia la tibieza, pornógrafo, iconoclasta, un hombre libre, al fin y al cabo, no aceptará de buen grado las inferencias de la vejez. Demi-Lune será su Cythère anhelada. La salud se deteriora en los últimos años, pierde vista aunque sigue trabajando compulsivamente. Desde joven había aceptado, influenciado probablemente por Daumier, la espontaneidad del trazo, y la fuerza dionisíaca como motor de su arte. No alcanza a imaginar un arte y una vida sin pulsiones consumadas. Morirá en 1898, en Demi-Lune, rodeado por el afecto de los suyos.
Mi dibujo predilecto de Félicien Robs es el titulado Rimes de Joie (1881). Se trata de la carátula para un poemario de idéntico título de su amigo Théodore Hannon. Bosquejado en tinta china, carboncillo y gouache presenta una escena de contenido simbólico-erótico. Una ninfa desnuda de aspecto muy moderno (cabello corto o recogido, rasgos algo masculinos, delgadez, pubis rasurado) ocupa el centro del papel. Afila una pluma de pavo real que sugiere escritura, junto a un gran libro sujetado por dos faunos. Se lee el título del poemario en una de las páginas del libro. Alrededor de la lozana varios faunos juguetean con el vestido de la recién desnuda y ríen a carcajadas. Otro fauno toca una especie de bandurria mientras dos ángeles esperan algo desesperanzados a los pies de un florero. Uno de ellos sostiene un cirio postrado y el otro un arco sin flechas. Se me escapa un tanto el simbolismo aunque me da por creer que Félicien propone postergar el amor y entregarse a la sensualidad de las artes o algo así. Al fondo una doble reseña demoníaca, un ser cornudo y barbudo parece reírse del futuro próximo mientras un ángel cae.
Un detalle inicuo sitúa el centro de mis miradas sobre este magnífico dibujo, los pies de la doncella. Calzados con delicadeza y sensualidad hacen de la figura femenina un desnudo de gran fuerza erótica. Son el preámbulo del deseo. Invitan a subir por los bien formados muslos hasta poder libar néctares prohibidos e inciden en esa manera “ropsiana” de desnudar vistiendo.
----------------------------------------------------------
Sangre y dibujo
A veces Jan Fabre dibuja en largas noches de insomnio. El insomnio y el dibujo se coligan para llevar el trazo hacia el misterio. Creo en una relación automática entre la mano del artista, el trazo y la superficie. En esas noches de insomnio, dionisiacas, el dibujante es también el primer espectador del dibujo que ha tenido a bien surgir. En sus diarios Fabre escribe: “Lady Insomnia loves me too much, too much…”. El insomnio es la peor relación que uno puede tener consigo mismo, es el flagelo del cuerpo que se castiga desde la psique, es un agujero en la noche, es un torrente de ideas sin fin, es la confusión, pero también es una forma de éxtasis.
Escribe Stefan Hertmans a propósito del dramaturgo, dibujante, performer Jan Fabre: “…en el arte del dibujo nada hay semejante a una evolución histórico-artística. El dibujo es aún, después de todas las revoluciones y conceptos, lo que siempre ha sido”. Dice el propio Jan Fabre: “Vivo en una performance privada (…) Soy una máquina de dibujar” (diarios. 15 de febrero de 1980). El vínculo entre dibujo y biografía alcanza tintes de emoción en el caso de Jan Fabre. Dibuja con bolígrafos, Bic Classic, Bic Cristal, sobre fotografías y reproducciones de otros artistas, con lápiz, carboncillo, con acuarela, con lápices de color, pero también con sangre propia y ajena. Escribe sobre sus dibujos. El papel es el lugar de una obsesión, de una pulsión que hay que resolver de manera inmediata, y por eso no hay otros soportes posibles. Hay que sublimar aquí y ahora, hay que hacerlo con la propia sangre, con urgencia, encima del primer papel que se tenga a mano. No hay virtuosismo en los dibujos de Fabre. No hay retoques ni sombreados ni sfumatos. Hay escatología, a veces pornografía, trazos directos sin rectificación posible, dibujo directo y simple, sin trampantojos ni trucos. Dibujar para Fabre es una disciplina aislada, una posibilidad extrema del arte, un quehacer único.
El hombre ancestral fue un especialista en sobrevivir. Algo en nuestra naturaleza profunda nos lleva a sobrevivir. Las condiciones pueden ser extremas, pero si dejamos salir al hombre antiguo que nos habita, sobrevivimos. Siempre sobrevive más el más dispuesto a saltarse convenciones y limites. Beber los propios orines, comer insectos, dormir bajo el cielo estrellado, cazar sabandijas… hay dibujantes que trazan sus grafías como supervivientes del arte. Es la última posibilidad, es la posibilidad extrema del arte. Dibujar es una labor profundamente íntima, ligada al instante. Dibujamos en el silencio de un estudio, pero también en medio de la calle, sentados bajo un árbol en el bosque, en el lecho de la amada junto a su cuerpo desnudo, en el bullicio de un café o en un mercado de provincias, mientras hablamos por teléfono, en el vagón que nos traslada de un lado a otro de la jornada,…Hay una extrema soledad en el dibujar.
En Lyon (2001) Fabre realizó la performance Sanguis/Mantis. Imbuido en iconografías medievales, Fabre se vistió de armadura y se acompañó de la reproducción gigante de la cabeza de una mantis religiosa. Luego se extraía sangre con la que dibujó durante más de cinco horas, llegando casi al desmayo. Dibujar con la propia sangre es una manera de éxtasis. La sangre es la materia límite entre la enajenación y la cordura. Es la más personal de las escrituras posibles, el vínculo más directo entre lo dibujado y lo vivido.
“Amo como quisiera ser amada” escribe desde la desesperanza Charlotte Polet de Faveaux a su huidizo marido. Acomodada en la mansión de Thozée, donde recuerda haber vivido alguno de los más bellos momentos, escribe a Félicien en 1874 mientras este pasa una de sus temporadas en París. Largas misivas al dibujante para explicarle los beneficiosos efectos del campo sobre la salud del pequeño Paul. Cartas para llorar las cada vez más prolongadas ausencias de su amado. Cartas en las que se va apagando porque Félicien no encuentra nunca el momento de regresar a Bélgica desde su exilio parisino. Se conserva en la Fondation Rops (Mettet, Château de Thozée) gran parte de esta correspondencia entre el dibujante Félicien Rops y su esposa.
Se habían conocido en 1852. Félicien había caído rendido; “tengo un volcán en ebullición en el pecho, comprendo a las personas que se vuelven locas de amor…” El 28 de junio de 1857 se casan; al poco nace su hijo Paul. Un año después Juliette, que morirá a los seis años de meningitis. A Rops le perfora esa desgracia de por vida. Félicien venía de una biografía paradójica que mezclaba hoyos afectivos y ventajas sociales. Provenía de una familia rica aunque perdió al padre en la adolescencia. Un severo tío se hizo cargo de su tutela. Los jesuitas hicieron el resto. Asqueado por la cultura burguesa que le rodeaba, aquejado por el dolor de lo vivido, Rops optó por coger los caminos menos trillados, por desobedecer lo establecido y erigirse un mundo emancipado de la moral de su época. Baudelaire y él sienten una fascinación mutua. Ambos comparten conciernas morales laxas y la fascinación por los ambientes suburbiales. París es la ciudad moderna donde Félicien encuentra museos y agitación cultural, editoriales para las que trabajar, ambiente bohemio, mil cafés donde tertuliar, las brasseries de moda, nuevas técnicas de grabado. En París conoce mujeres y libertinajes que le conectan con la vida moderna y antiburguesa que pretende. Se exilia a esta Ciudad definitivamente cuando conoce a Léontine y Aurélie Duluc, dos hermanas costureras que trabajan para compañías de teatro y clientas de la alta burguesía. Forman un triángulo amoroso totalmente entregado. Las dos jóvenes hermanas profesarán devoción al artista; cuando le escriben lo hacen bajo el apodo Auréleon, ecuánime combinación de Aurélie y Léontine. Esa relación acabará por romper la vida conyugal en el Château de Thozée. Sobretodo cuando del triángulo amoroso parisino nazca su hija Claude.
Rops dibujará esa discordia con la vida burguesa (que le atrae y repele al tiempo). Tratará de captar los bajos fondos, fundará periódicos llenos de sátira, utilizará el erotismo, dibujará lupanares y tugurios. Introducirá simbolismos y mitos en sus grafías y volverá periódicamente a los paisajes y campos. Lo más interesante del erotismo de Rops será esa manera de desnudar a la mujer dejándola parcialmente vestida. Uno de sus más famosos dibujos, Pornócrates (1878), ofende al espectador de la época no por la desnudez de la figura femenina sino por que está claramente vestida para el placer. Medias, zapatos de tacón, guantes, lazos, ojos vendados…además, pasea un cerdo con correa, animal símbolo de lujuria. Una mujer con los ojos vendados dejándose guiar por un cerdo, parece invitarnos a dar rienda suelta a nuestras bajas pasiones. Aunque también hay algo de misoginia, a poco que nos fijemos. En algunas estampas Rops se autorretrata con aspecto diabólico, quiere intimidar. El satanismo y los personajes mefistofélicos serán una constante en su obra. Juzga oportuno que sus temas y su imagen rompan al máximo las convenciones. Pero necesita periódicamente regresar a los entornos naturales. Siente pasión por los viajes, por los paisajes del mar del Norte (que conoce desde la infancia), por las “dunas blancas”, por los horizontes infinitos, por las rubias rollizas. También caerá rendido por los encantos exóticos de la España del XIX. Sobretodo Granada, Málaga, Sevilla. En la Ciudad del Guadalquivir alquila un apartamento con vistas al río. Se sorprende de la belleza de uno de los pocos ríos españoles navegables, el color, la luz.
A los 51 años se compra una casa en Essonnes-Corbell, a unos 30 kilómetros de París. A la Demi-Lune, que así se dará en llamar la finca, se traslada con las dos hermanas Duluc y su hija Claude. Demi-Lune se convertirá en un foco de atracción para artistas y escritores. Aunque no dejará de visitar París y viajar regularmente al sur de Europa y a la Bretaña, en los jardines de Demi-Lune encontrará el ambiente que le apacigüe el dolor de la senectud. Un artista que odia la tibieza, pornógrafo, iconoclasta, un hombre libre, al fin y al cabo, no aceptará de buen grado las inferencias de la vejez. Demi-Lune será su Cythère anhelada. La salud se deteriora en los últimos años, pierde vista aunque sigue trabajando compulsivamente. Desde joven había aceptado, influenciado probablemente por Daumier, la espontaneidad del trazo, y la fuerza dionisíaca como motor de su arte. No alcanza a imaginar un arte y una vida sin pulsiones consumadas. Morirá en 1898, en Demi-Lune, rodeado por el afecto de los suyos.
Mi dibujo predilecto de Félicien Robs es el titulado Rimes de Joie (1881). Se trata de la carátula para un poemario de idéntico título de su amigo Théodore Hannon. Bosquejado en tinta china, carboncillo y gouache presenta una escena de contenido simbólico-erótico. Una ninfa desnuda de aspecto muy moderno (cabello corto o recogido, rasgos algo masculinos, delgadez, pubis rasurado) ocupa el centro del papel. Afila una pluma de pavo real que sugiere escritura, junto a un gran libro sujetado por dos faunos. Se lee el título del poemario en una de las páginas del libro. Alrededor de la lozana varios faunos juguetean con el vestido de la recién desnuda y ríen a carcajadas. Otro fauno toca una especie de bandurria mientras dos ángeles esperan algo desesperanzados a los pies de un florero. Uno de ellos sostiene un cirio postrado y el otro un arco sin flechas. Se me escapa un tanto el simbolismo aunque me da por creer que Félicien propone postergar el amor y entregarse a la sensualidad de las artes o algo así. Al fondo una doble reseña demoníaca, un ser cornudo y barbudo parece reírse del futuro próximo mientras un ángel cae.
Un detalle inicuo sitúa el centro de mis miradas sobre este magnífico dibujo, los pies de la doncella. Calzados con delicadeza y sensualidad hacen de la figura femenina un desnudo de gran fuerza erótica. Son el preámbulo del deseo. Invitan a subir por los bien formados muslos hasta poder libar néctares prohibidos e inciden en esa manera “ropsiana” de desnudar vistiendo.
----------------------------------------------------------
Sangre y dibujo
A veces Jan Fabre dibuja en largas noches de insomnio. El insomnio y el dibujo se coligan para llevar el trazo hacia el misterio. Creo en una relación automática entre la mano del artista, el trazo y la superficie. En esas noches de insomnio, dionisiacas, el dibujante es también el primer espectador del dibujo que ha tenido a bien surgir. En sus diarios Fabre escribe: “Lady Insomnia loves me too much, too much…”. El insomnio es la peor relación que uno puede tener consigo mismo, es el flagelo del cuerpo que se castiga desde la psique, es un agujero en la noche, es un torrente de ideas sin fin, es la confusión, pero también es una forma de éxtasis.
Escribe Stefan Hertmans a propósito del dramaturgo, dibujante, performer Jan Fabre: “…en el arte del dibujo nada hay semejante a una evolución histórico-artística. El dibujo es aún, después de todas las revoluciones y conceptos, lo que siempre ha sido”. Dice el propio Jan Fabre: “Vivo en una performance privada (…) Soy una máquina de dibujar” (diarios. 15 de febrero de 1980). El vínculo entre dibujo y biografía alcanza tintes de emoción en el caso de Jan Fabre. Dibuja con bolígrafos, Bic Classic, Bic Cristal, sobre fotografías y reproducciones de otros artistas, con lápiz, carboncillo, con acuarela, con lápices de color, pero también con sangre propia y ajena. Escribe sobre sus dibujos. El papel es el lugar de una obsesión, de una pulsión que hay que resolver de manera inmediata, y por eso no hay otros soportes posibles. Hay que sublimar aquí y ahora, hay que hacerlo con la propia sangre, con urgencia, encima del primer papel que se tenga a mano. No hay virtuosismo en los dibujos de Fabre. No hay retoques ni sombreados ni sfumatos. Hay escatología, a veces pornografía, trazos directos sin rectificación posible, dibujo directo y simple, sin trampantojos ni trucos. Dibujar para Fabre es una disciplina aislada, una posibilidad extrema del arte, un quehacer único.
El hombre ancestral fue un especialista en sobrevivir. Algo en nuestra naturaleza profunda nos lleva a sobrevivir. Las condiciones pueden ser extremas, pero si dejamos salir al hombre antiguo que nos habita, sobrevivimos. Siempre sobrevive más el más dispuesto a saltarse convenciones y limites. Beber los propios orines, comer insectos, dormir bajo el cielo estrellado, cazar sabandijas… hay dibujantes que trazan sus grafías como supervivientes del arte. Es la última posibilidad, es la posibilidad extrema del arte. Dibujar es una labor profundamente íntima, ligada al instante. Dibujamos en el silencio de un estudio, pero también en medio de la calle, sentados bajo un árbol en el bosque, en el lecho de la amada junto a su cuerpo desnudo, en el bullicio de un café o en un mercado de provincias, mientras hablamos por teléfono, en el vagón que nos traslada de un lado a otro de la jornada,…Hay una extrema soledad en el dibujar.
En Lyon (2001) Fabre realizó la performance Sanguis/Mantis. Imbuido en iconografías medievales, Fabre se vistió de armadura y se acompañó de la reproducción gigante de la cabeza de una mantis religiosa. Luego se extraía sangre con la que dibujó durante más de cinco horas, llegando casi al desmayo. Dibujar con la propia sangre es una manera de éxtasis. La sangre es la materia límite entre la enajenación y la cordura. Es la más personal de las escrituras posibles, el vínculo más directo entre lo dibujado y lo vivido.
Performance con P de Perdedor avanza. Es una nonfiction novel. Es performance. No es un blog. Hay dibujos, peformances, crónicas, fotos, periodismo cultural, biografías, periodismo buzo y el tempo que marcan las estaciones y los tránsitos cotidianos. Perdedor es el personaje conductor. Narra y es narrado, cambia de soporte (texto, foto, acción, dibujo), se expande o diluye según convenga, según marquen los tempos.
ResponEliminaPerformance con P de Perdedor admite paréntesis, acotaciones, comentarios, temas dentro del tema, microrelatos dentro del todo. No hay vocación vanguardista. Tampoco una conciencia postmoderna ni intención rupturista alguna. Performance con P de Perdedor es un container, es un sitio, un estado de ánimo.