El Último Bosque
El Dorado de Robert Juan-Cantavella, Editorial Mondadori, 2008.
Perdedor lee con un año de retraso este texto pero es que siempre se le dio mal leer libros de amigos. Algo aviene esta lectura con el periodismo buzo que practica Perdedor. El punk journalism de Trebor Escargot, protagonista de la novela y alter ego de Juan-Cantavella, es fuente de inspiración de la crónicas performáticas de Perdedor junto al periodismo gonzo, el performance activism y los aportajes punkies de Spider Jerusalem (ya saben, el periodista ese que Warren Ellis escribió para el cómic Transmetropolitan). No es casual que Robert y Perdedor trabajaran durante años en la misma publicación, Lateral, un loco proyecto de periodismo cultural independiente capitaneado por el no menos egregio Mihály Dés. Podríamos aludir a las concomitancias entre el periodismo buzo y el punk journalism, podríamos hablar de Norman Mailer, de nuevo de David Foster Wallace (tendríamos que hablar entonces del mefistofélico Javier Calvo), de Hunter S. Thompson (de su discípula latina, Gabriela Wiener), de Bolaño (siempre hay una cita de Bolaño que viene al caso). Todos se cruzarían en Lateral con otros muchos hasta formar algo que algunos definen ya como generacional. Todos niegan aunque hace tiempo que se le barajan nombres a esa generación. ¡Que les den por culo! Lo que Perdedor tiene claro es que entre aquellos escritores y algunos dibujantes, hubo un pacto oscuro. Robert, Gabriela, Javier, el poeta Jaime Z, Rodrigo Fresán (tendríamos que hablar a la sazón de Jonh Cheever), el dibujante Oscar Valero, la editora Ana S. Pareja… todos pactaron con el Astado. Perdedor es como el primo discapacitado de todos ellos, el performer anacoreta que balbucea palabruchas y monigotes con poco talento, y que olvidó pactar, el muy cretino. Confeso admirador de esa logia, Perdedor no tiene más remedio que recoger las migajas de lo que del pastel queda, casi nada, y profesar su amor hacia esas letras negras.
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Al inicio de El Dorado está Werner Herzog. En el inicio de todo está Werner Herzog. Aunque por motivos diferentes a los de Escargot, en el periodismo buzo de Perdedor está Werner Herzog. Aguirre o la Cólera de Dios es importante para Escargot, pero para Perdedor la clave es Fitzcarraldo (1982). En Herzog el esplendor de la naturaleza siempre esconde un lado oscuro, es el escenario en el que se mueven los antihéroes. En Fitzcarraldo, lo que se ve en la pantalla es real. Esa gesta absurda del barco subiendo una montaña, pasó de verdad. El film es una recreación histórica pero también un documental de cómo se recreó esa recreación. El personaje interpretado por Klaus Kinski desbordaba tanto como se desbordó Klaus Kinski durante el rodaje. En Youtube se pueden ver las fenomenales broncas entre Herzog y Kinski, y no pocos de los desbordamientos de KK. Klaus Kinski murió la misma semana o el mismo día (que no me acuerdo y paso de mirarlo en Wikipedia) que Freddie Mercury. A Perdedor le afectó la muerte de KK, que siempre fue el hombre brutal que le hubiera gustado ser. Tocó ser, como le dijo en cierta ocasión una marinera, “pirata y bambi a la vez”. Es decir, anarquista y botarate, pero sensiblero mierdoso al tiempo ¡Una combinación de asco, Perdedor! (Esperemos que los de la hermandad tenebrosa no lean esto, o no permitirán la adhesión de Perdedor al lado oscuro, o peor aún, le someterán a iniciaciones crueles y a vejaciones publicas).
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“El paisaje no nos acoge, nos somete. ¿Existe una manera de pensar en tránsito? ¿Mirar el paisaje que nos circunda es pensar? ¿Sentir el paisaje es pensarse?”- escribió Perdedor el día que tomó cuenta de su plenairismo. Perdedor sube por el GR-5 hasta Can Riera de Ciuret. Ha leído las crónicas de Escargot, y no se las saca de encima. Le ha atrapado esa prosa punkie de Juan-Cantavella. Así, con la cabeza llena de hormigón, Perdedor se mete en el bosque. Tarda casi 3 horas en subir, y eso que va a buen paso. En una casa de piedra, junto a la chimenea, toma café con leche en tazón de loza blanca y estudia el mapa topográfico que le llevará de regreso a SC. A nadie encontró en su caminar por el GR-5. Hace mucho frío; eso contribuyó al caminar cenobita. A primera hora, cuando partió, los termómetros marcaban 10º bajo cero; eso ayudó, sin duda, a que ni dios se atreviera a cruzarse en su camino. Trago de agua fresca de la cantimplora. Con la navaja Eka Swede 8 lite que compró en una cuchillería de Ciudad Real, corta pan y fuet. Crepita el fuego en la casa de piedra en la que le han dejado entrar. Una anciana vestida de negro le preguntó desde la ventana:
- ¿Quiere algo?, joven-
- Me gustaría tomar un café, ¿conoce algún sitio cercano?-
-Entre- invitó la anciana.
En ruta por el GR-5 a su paso por el Montseny sur, Perdedor a nadie encontró hasta llegar a la señora anciana. Ese café frente a la chimenea de piedra en la casa de piedra, le hizo sentirse hombre antiguo, trotamundos de una Europa plagada de recónditos senderos desde tiempos vencidos. Ese pensar le sacó el hormigón de la cabeza. El rocío helado todo cubre al paso de Perdedor por el Montseny, incluso el hormigón. Ese mismo escarche le da al paisaje un toque centroeuropeo, a pesar de que, bien mirado, el Montseny sur es tozudamente mediterráneo. Sorbiendo café, limpiando el acero de su magnífica navaja sueca, Perdedor piensa en la aleatoriedad del paisaje. Puede estar rodeado de pinos, cominos y mirlos, que si a uno se le antoja, el paisaje se llena de abetos, cumbres y mitos del norte. Hablemos con claridad a todos aquellos que aún creen en el paisaje, sentenciemos con firmeza que el paisaje es una invención de la mirada. Donde otros ven serenidades, placencias, vergeles, Perdedor ve infiernos, aceros templados en mil batallas, insectos en lucha y plantas parásitas. Perdedor no se engaña, sabe que incluso a tres horas de camino de la población más cercana, el Montseny es un barrio de la cosmópolis, aunque Él quiere ver una Europa antigua de hombres de espada, bosques, lumbre y orujo de hierbas. El olor a hormigón llega hasta estos distritos. Ofuscado en monsergas, Perdedor fotografía el interior de la casa de piedra, donde la amable anciana le ha preparado un café.
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25 centímetros de intestino enroscándose. Perdedor casi pisa la enorme lombriz que se retuerce sobre el fango en su caminar por el GR-5. Por un momento le tienta la idea de metérsela en la boca, de tragar viva esa viscosidad. Se pregunta el porqué de la atracción hacia lo orgánico. Cuando vivía en el hormigón se le diluía lo orgánico. En la polis desaparecía lo orgánico, o quedaba relegado a los bares del Raval. Por eso, quizás, todos los encuentros de la generación negra acaban en los bares del Raval. Perdedor necesita una dosis extra de organicidad. Por eso vive entre bosques, lombrices y rastros de jabalí, aunque frecuente algunas noches, los bares del Raval. La otra noche Perdedor escuchó a tres poetas oscuros en el Benidorm, penúltimo antro del Raval. Javier Calvo quiso ser el primero. Narró un cuento gótico que aparecerá en su próximo libro. Fue perfecto, una máquina de relojería puesta al servicio de lo oscuro. Luego narró Jordi Carrión, que quiso ser moderno y negro cuando Él es un clásico en colores ocres. Carrión no es sombrío, aunque sea amigo de todos los negros. ¿Por qué se empecina en romper el lenguaje y meterle trozos de cine y televisión? ¿Porqué descuajeringar el lenguaje cuando Jordi es un clásico que parrafea en color paja? Perdedor te ve así Jordi, aunque ya sabemos que Perdedor es un minusválido de la letra y del arte que todo lo entiende al revés. Luego vino el tercer poeta, Eloy Fernández Porta. Ahí si que hay modernidad a raudales. Este hombre acribilla con sus letras. Todo Él es una isla de letra, puro ensayo, pura metralla terrorista. No hay contradicción alguna en su lengua, pues habla el poderoso idioma de los sabios mezclado con el de los terroristas. Esa noche el Benidorm fue el lugar más orgánico de la polis. Estaban las poetisas de los oscuro, alguna funambulista, editores y editoras, pocos artistas plásticos, lombrices, libreros, musas generacionales, antropólogos, el enorme Mathias Enard,…música con quince años de retraso, Siouxsie, Bauhaus, Psicodelic Furs,…cerveza a raudales, licores fuertes. Estaba Trebor Escargot, o quizás esa noche, quiso venir Robert Juan-Cantavella. A la séptima cerveza ya no estaba nadie para monsergas. Del Benidorm al Manchester. Sonaban entonces The Smiths, que son muy moñas pero hacen buenas letras, y todo era tremendamente orgánico, y Javier Calvo plantó un bosque dentro del Manchester desde el que se puso a reinar.
Y nevó. Perdedor jura que esa noche nevó. El bosque se llenó de aceros. Nevó sobre la sangre cuajada. Y se escuchó una melodía pretérita que venía del corazón de la selva: “En el norte hay una belleza única…”. El amor imposible se volvió a morir en los brazos del guerrero. Cayó el telón en un film de Zhang Yimou (Shi Mian Mai Fu. La casa de las dagas voladoras, 2004) y Perdedor se perdió en el bosque ese en el que reina Javier Calvo y se le metió la canción del norte hasta lo más hondo.
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Brona, el exconvicto, dialoga con Escargot en un viaje delirante entre la cárcel Modelo y la ciudad de Valencia. El Dorado de Robert Juan-Cantavella es la novela más orgánica que Perdedor ha leído últimamente. Le falta sexo, para qué negar, pero los diálogos se apelotonan con una organicidad que no deja a nadie incólume, y menos a Perdedor. Brona y Cantavella hablan del etnógrafo Bronislaw Malinowski y del debate postmoderno entre Los argonautas del Pacífico occidental (el libro oficial, el que publicó Malinowski en vida y le convirtió en patriarca de la antropología moderna) y Diario de campo en Melanesia (el extraoficial, el que publicó su última mujer a la muerte de Bronislaw, el que le valió la postmodernidad a la antropología moderna). Brona y Escargot-Cantavella hablan de las contradicciones que conducen a un cronista a dejarse llevar por “la enfermedad del estar allí” y, al tiempo, por “el mal del diario”. Malinowski público y académico, enfrentado a Malinowski quisquilloso y privado. En Los argonautas del Pacífico occidental todo es corrección politica, etnografía de altos vuelos. En Diario de campo en Melanesia Malinowski se va de la lengua, arremete contra el hombre salvaje, incivilizado, contra la vida primitiva y sus entornos. Escargot se reconoce en esa escritura (como también lo hizo Kapuscinski, todo hay que decirlo) y concluye que su práctica periodística “no sólo es una mentira, también es una verdad”. El lector del punk journalism está desamparado, sitiado por la duda de si lo que lee es cierto o literatura impura. “…sólo tienes estas páginas. Podría darte mi palabra de que lo que vas a leer en ellas es un reflejo de lo que sucedió, poner a todos los santos por testigos, pero no serviría de nada”.
Cuando Escargot-Cantavella vio de niño Aguirre, o la cólera de dios decidió ser como Klaus Kinski y “salir por el mundo a descubrir sitios y arrasarlos”, y para ello utilizar las armas de Malinowski. El periodismo buzo y el punk journalism manan de raíz común, con una leve pero significativa diferencia, el periodista buzo se lanza al mundo a descubrir sitios y a dejar que estos le arrasen a Él. El punk journalist es una explosión, el periodismo buzo una implosión.
Entonces, se puso a nevar en el bosque en el que reina Javier Calvo, el último bosque, y sonó una canción china que ya no volverá a sonar, pues hasta la canción se desangró en brazos del guerrero.
Perdedor lee con un año de retraso este texto pero es que siempre se le dio mal leer libros de amigos. Algo aviene esta lectura con el periodismo buzo que practica Perdedor. El punk journalism de Trebor Escargot, protagonista de la novela y alter ego de Juan-Cantavella, es fuente de inspiración de la crónicas performáticas de Perdedor junto al periodismo gonzo, el performance activism y los aportajes punkies de Spider Jerusalem (ya saben, el periodista ese que Warren Ellis escribió para el cómic Transmetropolitan). No es casual que Robert y Perdedor trabajaran durante años en la misma publicación, Lateral, un loco proyecto de periodismo cultural independiente capitaneado por el no menos egregio Mihály Dés. Podríamos aludir a las concomitancias entre el periodismo buzo y el punk journalism, podríamos hablar de Norman Mailer, de nuevo de David Foster Wallace (tendríamos que hablar entonces del mefistofélico Javier Calvo), de Hunter S. Thompson (de su discípula latina, Gabriela Wiener), de Bolaño (siempre hay una cita de Bolaño que viene al caso). Todos se cruzarían en Lateral con otros muchos hasta formar algo que algunos definen ya como generacional. Todos niegan aunque hace tiempo que se le barajan nombres a esa generación. ¡Que les den por culo! Lo que Perdedor tiene claro es que entre aquellos escritores y algunos dibujantes, hubo un pacto oscuro. Robert, Gabriela, Javier, el poeta Jaime Z, Rodrigo Fresán (tendríamos que hablar a la sazón de Jonh Cheever), el dibujante Oscar Valero, la editora Ana S. Pareja… todos pactaron con el Astado. Perdedor es como el primo discapacitado de todos ellos, el performer anacoreta que balbucea palabruchas y monigotes con poco talento, y que olvidó pactar, el muy cretino. Confeso admirador de esa logia, Perdedor no tiene más remedio que recoger las migajas de lo que del pastel queda, casi nada, y profesar su amor hacia esas letras negras.
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Al inicio de El Dorado está Werner Herzog. En el inicio de todo está Werner Herzog. Aunque por motivos diferentes a los de Escargot, en el periodismo buzo de Perdedor está Werner Herzog. Aguirre o la Cólera de Dios es importante para Escargot, pero para Perdedor la clave es Fitzcarraldo (1982). En Herzog el esplendor de la naturaleza siempre esconde un lado oscuro, es el escenario en el que se mueven los antihéroes. En Fitzcarraldo, lo que se ve en la pantalla es real. Esa gesta absurda del barco subiendo una montaña, pasó de verdad. El film es una recreación histórica pero también un documental de cómo se recreó esa recreación. El personaje interpretado por Klaus Kinski desbordaba tanto como se desbordó Klaus Kinski durante el rodaje. En Youtube se pueden ver las fenomenales broncas entre Herzog y Kinski, y no pocos de los desbordamientos de KK. Klaus Kinski murió la misma semana o el mismo día (que no me acuerdo y paso de mirarlo en Wikipedia) que Freddie Mercury. A Perdedor le afectó la muerte de KK, que siempre fue el hombre brutal que le hubiera gustado ser. Tocó ser, como le dijo en cierta ocasión una marinera, “pirata y bambi a la vez”. Es decir, anarquista y botarate, pero sensiblero mierdoso al tiempo ¡Una combinación de asco, Perdedor! (Esperemos que los de la hermandad tenebrosa no lean esto, o no permitirán la adhesión de Perdedor al lado oscuro, o peor aún, le someterán a iniciaciones crueles y a vejaciones publicas).
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“El paisaje no nos acoge, nos somete. ¿Existe una manera de pensar en tránsito? ¿Mirar el paisaje que nos circunda es pensar? ¿Sentir el paisaje es pensarse?”- escribió Perdedor el día que tomó cuenta de su plenairismo. Perdedor sube por el GR-5 hasta Can Riera de Ciuret. Ha leído las crónicas de Escargot, y no se las saca de encima. Le ha atrapado esa prosa punkie de Juan-Cantavella. Así, con la cabeza llena de hormigón, Perdedor se mete en el bosque. Tarda casi 3 horas en subir, y eso que va a buen paso. En una casa de piedra, junto a la chimenea, toma café con leche en tazón de loza blanca y estudia el mapa topográfico que le llevará de regreso a SC. A nadie encontró en su caminar por el GR-5. Hace mucho frío; eso contribuyó al caminar cenobita. A primera hora, cuando partió, los termómetros marcaban 10º bajo cero; eso ayudó, sin duda, a que ni dios se atreviera a cruzarse en su camino. Trago de agua fresca de la cantimplora. Con la navaja Eka Swede 8 lite que compró en una cuchillería de Ciudad Real, corta pan y fuet. Crepita el fuego en la casa de piedra en la que le han dejado entrar. Una anciana vestida de negro le preguntó desde la ventana:
- ¿Quiere algo?, joven-
- Me gustaría tomar un café, ¿conoce algún sitio cercano?-
-Entre- invitó la anciana.
En ruta por el GR-5 a su paso por el Montseny sur, Perdedor a nadie encontró hasta llegar a la señora anciana. Ese café frente a la chimenea de piedra en la casa de piedra, le hizo sentirse hombre antiguo, trotamundos de una Europa plagada de recónditos senderos desde tiempos vencidos. Ese pensar le sacó el hormigón de la cabeza. El rocío helado todo cubre al paso de Perdedor por el Montseny, incluso el hormigón. Ese mismo escarche le da al paisaje un toque centroeuropeo, a pesar de que, bien mirado, el Montseny sur es tozudamente mediterráneo. Sorbiendo café, limpiando el acero de su magnífica navaja sueca, Perdedor piensa en la aleatoriedad del paisaje. Puede estar rodeado de pinos, cominos y mirlos, que si a uno se le antoja, el paisaje se llena de abetos, cumbres y mitos del norte. Hablemos con claridad a todos aquellos que aún creen en el paisaje, sentenciemos con firmeza que el paisaje es una invención de la mirada. Donde otros ven serenidades, placencias, vergeles, Perdedor ve infiernos, aceros templados en mil batallas, insectos en lucha y plantas parásitas. Perdedor no se engaña, sabe que incluso a tres horas de camino de la población más cercana, el Montseny es un barrio de la cosmópolis, aunque Él quiere ver una Europa antigua de hombres de espada, bosques, lumbre y orujo de hierbas. El olor a hormigón llega hasta estos distritos. Ofuscado en monsergas, Perdedor fotografía el interior de la casa de piedra, donde la amable anciana le ha preparado un café.
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25 centímetros de intestino enroscándose. Perdedor casi pisa la enorme lombriz que se retuerce sobre el fango en su caminar por el GR-5. Por un momento le tienta la idea de metérsela en la boca, de tragar viva esa viscosidad. Se pregunta el porqué de la atracción hacia lo orgánico. Cuando vivía en el hormigón se le diluía lo orgánico. En la polis desaparecía lo orgánico, o quedaba relegado a los bares del Raval. Por eso, quizás, todos los encuentros de la generación negra acaban en los bares del Raval. Perdedor necesita una dosis extra de organicidad. Por eso vive entre bosques, lombrices y rastros de jabalí, aunque frecuente algunas noches, los bares del Raval. La otra noche Perdedor escuchó a tres poetas oscuros en el Benidorm, penúltimo antro del Raval. Javier Calvo quiso ser el primero. Narró un cuento gótico que aparecerá en su próximo libro. Fue perfecto, una máquina de relojería puesta al servicio de lo oscuro. Luego narró Jordi Carrión, que quiso ser moderno y negro cuando Él es un clásico en colores ocres. Carrión no es sombrío, aunque sea amigo de todos los negros. ¿Por qué se empecina en romper el lenguaje y meterle trozos de cine y televisión? ¿Porqué descuajeringar el lenguaje cuando Jordi es un clásico que parrafea en color paja? Perdedor te ve así Jordi, aunque ya sabemos que Perdedor es un minusválido de la letra y del arte que todo lo entiende al revés. Luego vino el tercer poeta, Eloy Fernández Porta. Ahí si que hay modernidad a raudales. Este hombre acribilla con sus letras. Todo Él es una isla de letra, puro ensayo, pura metralla terrorista. No hay contradicción alguna en su lengua, pues habla el poderoso idioma de los sabios mezclado con el de los terroristas. Esa noche el Benidorm fue el lugar más orgánico de la polis. Estaban las poetisas de los oscuro, alguna funambulista, editores y editoras, pocos artistas plásticos, lombrices, libreros, musas generacionales, antropólogos, el enorme Mathias Enard,…música con quince años de retraso, Siouxsie, Bauhaus, Psicodelic Furs,…cerveza a raudales, licores fuertes. Estaba Trebor Escargot, o quizás esa noche, quiso venir Robert Juan-Cantavella. A la séptima cerveza ya no estaba nadie para monsergas. Del Benidorm al Manchester. Sonaban entonces The Smiths, que son muy moñas pero hacen buenas letras, y todo era tremendamente orgánico, y Javier Calvo plantó un bosque dentro del Manchester desde el que se puso a reinar.
Y nevó. Perdedor jura que esa noche nevó. El bosque se llenó de aceros. Nevó sobre la sangre cuajada. Y se escuchó una melodía pretérita que venía del corazón de la selva: “En el norte hay una belleza única…”. El amor imposible se volvió a morir en los brazos del guerrero. Cayó el telón en un film de Zhang Yimou (Shi Mian Mai Fu. La casa de las dagas voladoras, 2004) y Perdedor se perdió en el bosque ese en el que reina Javier Calvo y se le metió la canción del norte hasta lo más hondo.
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Brona, el exconvicto, dialoga con Escargot en un viaje delirante entre la cárcel Modelo y la ciudad de Valencia. El Dorado de Robert Juan-Cantavella es la novela más orgánica que Perdedor ha leído últimamente. Le falta sexo, para qué negar, pero los diálogos se apelotonan con una organicidad que no deja a nadie incólume, y menos a Perdedor. Brona y Cantavella hablan del etnógrafo Bronislaw Malinowski y del debate postmoderno entre Los argonautas del Pacífico occidental (el libro oficial, el que publicó Malinowski en vida y le convirtió en patriarca de la antropología moderna) y Diario de campo en Melanesia (el extraoficial, el que publicó su última mujer a la muerte de Bronislaw, el que le valió la postmodernidad a la antropología moderna). Brona y Escargot-Cantavella hablan de las contradicciones que conducen a un cronista a dejarse llevar por “la enfermedad del estar allí” y, al tiempo, por “el mal del diario”. Malinowski público y académico, enfrentado a Malinowski quisquilloso y privado. En Los argonautas del Pacífico occidental todo es corrección politica, etnografía de altos vuelos. En Diario de campo en Melanesia Malinowski se va de la lengua, arremete contra el hombre salvaje, incivilizado, contra la vida primitiva y sus entornos. Escargot se reconoce en esa escritura (como también lo hizo Kapuscinski, todo hay que decirlo) y concluye que su práctica periodística “no sólo es una mentira, también es una verdad”. El lector del punk journalism está desamparado, sitiado por la duda de si lo que lee es cierto o literatura impura. “…sólo tienes estas páginas. Podría darte mi palabra de que lo que vas a leer en ellas es un reflejo de lo que sucedió, poner a todos los santos por testigos, pero no serviría de nada”.
Cuando Escargot-Cantavella vio de niño Aguirre, o la cólera de dios decidió ser como Klaus Kinski y “salir por el mundo a descubrir sitios y arrasarlos”, y para ello utilizar las armas de Malinowski. El periodismo buzo y el punk journalism manan de raíz común, con una leve pero significativa diferencia, el periodista buzo se lanza al mundo a descubrir sitios y a dejar que estos le arrasen a Él. El punk journalist es una explosión, el periodismo buzo una implosión.
Entonces, se puso a nevar en el bosque en el que reina Javier Calvo, el último bosque, y sonó una canción china que ya no volverá a sonar, pues hasta la canción se desangró en brazos del guerrero.
Lo leí este verano: maravilloso.
ResponEliminaLuna, muy interesante tu blog. Te seguiré.
ResponEliminaNo había tenido tiempo de comentar esto por culpa de bebés, hospitales y mierdas (mierdas literales, dentro de pañales). Yo también quiero ver una Europa antigua de hombres de espada, bosques, lumbre y orujo de hierbas. De hecho, es lo que más quiero. Invítanos un día a tu bosque.
ResponElimina