Ratafías
El periodo más frecuente de maceración es de cuarenta días. La preparación de la poción es de nueve. Los ingredientes suelen ser 33 o 40. Todas las cifras de la ratafía son significativas, con retumbos religiosos y consecuencias míticas. El mejor tiempo para la mezcla es entre Sant Joan y Sant Pere (24 y 29 de junio), fechas claves en el campesinado mediterráneo. Días de apogeo del ciclo de las plantas, días mágicos.La base de la ratafía suele ser el anís, entre 4 y 6 litros. Se introducen en barrica o mejor en garrafa de cristal opaco. Luego los ingredientes y las hierbas aromáticas según receta de cada casa. Se deja macerar. Azucar, café, artemisia abrotanum, manzanilla dulce, manzanilla amarga, canela, cerezas, clavo, artemisia absinthium, lavandula, tomillo, flor de Sant Antonio, flor de Sant Joan, foeniculum vulgare, limón, menta, marialuisa, malvas del bosque, orégano, centaurium erythraea,…así hasta 33 o hasta las 40 que ponía la abuela. No todas las plantas se recolectan en los bosques del Montseny. Algunas se buscan en casas de pagès, en Can Giol, en Can Felip, en Can Biel. Lo cuenta la nieta de la Roseta de Sant Esteve, que informa también de haber oído a su abuela hablar de ratafías de 33 aunque ella siempre puso 40. Hay plantas que traían las trementinaires todos los inviernos. Mujeres del Pirineo que cultivaban y racimaban, preparaban los ungüentos y trementinas de la alta montaña, para luego bajarlas y venderlas a los pueblos de la Catalunya media. No vendían en los mercados ni en las boticas, iban de casa en casa, visitando masías donde ya las esperaban, donde a veces se alojaban y ayudaban a preparar los cocimientos, los bálsamos. Vendían en la Garrotxa, en Olot, en Vic, en las tierras medias, en las casas del Montseny. A veces se llegaban hasta la costa del Maresme, incluso hasta las periferias de Barcelona. Promediaban hierbas y remedios para los males menores. Se pasaban los conocimientos de madres a hijas, invierno tras invierno. El auge de su labor se dio en el cambio de siglo, pero hasta los años 60’s del XX se esperaba en los pueblos bajos la llegada de las trementinaires. Como tantas otras cosas, este oficio de los bosques acabó por olvidarse. Afortunadamente, no se perdieron las ratafías.La garrafa no se puede llenar del todo hasta que no se hayan puesto las 40 plantas, dice la nieta de la Roseta. En todo caso, cuando ya estén dentro los géneros y condimentes, podemos rellenar con un poco más de anís. La garrafa no debe quedar cerrada herméticamente. Se deja 30 días “a sol i serena”, o se deja 40 como hacía la abuela. Pasado ese lapso ya tenemos ratafía. Guardamos la garrafa y llenamos botellas. Cuando se acaba una botella, se llena otra. Así dura todo el año, hasta el siguiente solsticio. El líquido hay que colarlo para no perder las plantas. Las últimas botellas son las de sabor más cargado, pero también las que más curan. En invierno trago corto, en verano vaso y hielo.Hay muchas ratafías, casi tantas como casas, casi tantas como brujas. “De Sant Celoni a Arbucies, dotze cases tretze bruixes” recogen los cantos. La ratafía de la Roseta servía para mareos, para calmar los dolores menstruales, como reconstituyente. Era una bebida popular que quitaba el mal de fatiga, que mataba las hambres, que te daba arresto.
Doy buena cuenta de la botella de ratafía que tengo sobre el escritorio. Cuando marcho por caminos y topo con viejas masías, pregunto por ratafías y orujos. Son brebajes de una ciencia antigua hechos del mantillo del bosque primigenio. Si bebo ratafía me emponzoño de historias locales, leyendas del medievo, nieblas de bruja.
-------------------------------------------------------------------
Me cuentan la catástrofe del Pontón del Alabern. Tiene guasa. El 7 de octubre de 1863 se desencadenó un furioso temporal en el Montseny meridional. Se desbordaron los ríos, se anegaron las vaguadas, llovió sin interrupción durante horas. El río Tordera bramó con todas las fuerzas, acopió torrentes, arrancó bulbos. A su paso por Breda, algo antes de Hostalric, iban a provocar las aguas del Tordera uno de los más devastadores accidentes ferroviarios de la época. El río Tordera baja de las montañas para llegar a los valles, sigue su curso en paralelo a la costa del Maresme pero alejado unos 30 kilómetros de esta. No son pocos los afluentes y regatos que van al encuentro de su caudal. Aunque no es un río ancho, los pueblos respetan su paso, respetan el curso sin interrumpirlo con tabiques ni construcciones. Pero a veces la naturaleza no acata sus propias reglas, o las rebasa, o nos trata de pendejos a los hombres. El 7 de octubre del 1863 llovió como nadie recordaba.
“En Breda y en Hostalrich
pronto se ven inundados
por una furiosa lluvia
que cae por todos lados”
El río serpentea junto a la vía del tren. Son cien kilómetros que unen Barcelona con Girona, y que ya estaban allá la noche de ese 7 de octubre. En el culebrear del Tordera furioso se cae el Pontón del Abern (también llamado Alabern, Alebern, Albern o Abert). Ya había pasado algo parecido en otro octubre, el del 61, quizá por eso hablaban los lugareños de un puente del averno. El suceso no tuvo mayores consecuencias. Se restituyó la construcción con un nuevo pontón fuerte y resistente. Hasta que el Tordera bramó la noche del 7 de octubre. Los viajeros del tren de cercanías Nº24 veían caer lluvias ya desde la salida. Regresaban o partían, que eso nunca se sabe a simple vista.
“Eran las diez de la noche
que cruza por el carril
un convoy de siete coches
que a Barcino va a dormir”.
Un averno les esperaba entre Hostalric y Breda. Bajo el virulento aguacero, precavidos por el farol del guardagujas, maquinista, calderero y conductor ultiman precauciones y avanzaban lentamente. Pero al paso del convoy por el Pontón del Alabern, en el mismo momento de pasar, se vencen los pilares, como había pasado en aquel otro octubre, como ahora estaba pasando.
“Sintiendo el peso del tren
que pasaba presuroso
no lo puede sostener
y se hace horrible destrozo.
¡Divina Virgen María!
¡Madre de Consolación!
Dadme fuerzas por que pueda
Escribir la relación”.
La locomotora arrastró los coches de primera, los vagones de segunda, las maletas, el pasaje entero. De los sesenta y tantos pasajeros unos se ahogan enseguida, otros se amasijan con la chatarra, con vigas y maderos. “Y la lluvia caía. Y cuando ya había caído era la sangre” (asalta Poe). Y el número de víctimas mortales se eleva a 21, que es el número del azar, el que se obtiene cuando se suman los puntos de las seis caras de un dado.
“Cruza el rayo refulgente
brama el trueno aterrador
y mil hayes lastimeros
llenos de espanto y pavor.
Se oyen en el espacio
implorando compasión
sin hallar quien los socorra
en medio de su aflicción”.
Lo cantó un anónimo panfleto en las tardes de la Fonda Europa. La catástrofe empantanó las comarcas que atravesaba aquel tren, se hizo comidilla en los cafés de Granollers. Se tardó casi un año en restablecer todo el servicio. Aún hoy el Pontón del Alabern es conocido como el “Pont de les desgràcies”.
---------------------------------------------------------------------------
Perdedor y familia abandonan SC y se trasladan a Sant Esteve, a los dominios del Señor de Montclús, en tierras de Palautordera. Perdedor, que sabe que las coincidencias no existen, se adentra en el bosque, en las historias de brujas, puentes, avernos y ratafías. En la nueva casa lo primero es buscar hornacina donde ubicar altar. Nunca una casa debe olvidar respeto a los muertos, a los dioses, a las piedras. Perdedor sabe dónde situará su estudio, la mesa, la petaca de ratafía. Desde la ventana se ve el río Tordera, se ven los bosques, se otean los recuerdos de un 7 de octubre de 1863. Sant Esteve de Palautordera es la única población que conozca Perdedor en la que haya una carpa de circo permanente. No fue ese el motivo para trasladar a toda la trouppe familiar, aunque a Perdedor le agrada la idea de vivir junto a saltimbanquis, payasos tristes, bruixotes i follets, funambulistas y dones d’aigua, junto a tramoyas, entoldados y una carpa que cubre un círculo.Hay ratafías que cuentan historias, hay ratafías que curan, ratafías que embrujan.
…menta de las sopas, menta cuquera, menta romana, nepeta cataria, nuez moscada, nueces tiernas, orégano, menta poleo, satureja calamintha, centaurium erythraea, media naranja, vainilla, tila…
Doy buena cuenta de la botella de ratafía que tengo sobre el escritorio. Cuando marcho por caminos y topo con viejas masías, pregunto por ratafías y orujos. Son brebajes de una ciencia antigua hechos del mantillo del bosque primigenio. Si bebo ratafía me emponzoño de historias locales, leyendas del medievo, nieblas de bruja.
-------------------------------------------------------------------
Me cuentan la catástrofe del Pontón del Alabern. Tiene guasa. El 7 de octubre de 1863 se desencadenó un furioso temporal en el Montseny meridional. Se desbordaron los ríos, se anegaron las vaguadas, llovió sin interrupción durante horas. El río Tordera bramó con todas las fuerzas, acopió torrentes, arrancó bulbos. A su paso por Breda, algo antes de Hostalric, iban a provocar las aguas del Tordera uno de los más devastadores accidentes ferroviarios de la época. El río Tordera baja de las montañas para llegar a los valles, sigue su curso en paralelo a la costa del Maresme pero alejado unos 30 kilómetros de esta. No son pocos los afluentes y regatos que van al encuentro de su caudal. Aunque no es un río ancho, los pueblos respetan su paso, respetan el curso sin interrumpirlo con tabiques ni construcciones. Pero a veces la naturaleza no acata sus propias reglas, o las rebasa, o nos trata de pendejos a los hombres. El 7 de octubre del 1863 llovió como nadie recordaba.
“En Breda y en Hostalrich
pronto se ven inundados
por una furiosa lluvia
que cae por todos lados”
El río serpentea junto a la vía del tren. Son cien kilómetros que unen Barcelona con Girona, y que ya estaban allá la noche de ese 7 de octubre. En el culebrear del Tordera furioso se cae el Pontón del Abern (también llamado Alabern, Alebern, Albern o Abert). Ya había pasado algo parecido en otro octubre, el del 61, quizá por eso hablaban los lugareños de un puente del averno. El suceso no tuvo mayores consecuencias. Se restituyó la construcción con un nuevo pontón fuerte y resistente. Hasta que el Tordera bramó la noche del 7 de octubre. Los viajeros del tren de cercanías Nº24 veían caer lluvias ya desde la salida. Regresaban o partían, que eso nunca se sabe a simple vista.
“Eran las diez de la noche
que cruza por el carril
un convoy de siete coches
que a Barcino va a dormir”.
Un averno les esperaba entre Hostalric y Breda. Bajo el virulento aguacero, precavidos por el farol del guardagujas, maquinista, calderero y conductor ultiman precauciones y avanzaban lentamente. Pero al paso del convoy por el Pontón del Alabern, en el mismo momento de pasar, se vencen los pilares, como había pasado en aquel otro octubre, como ahora estaba pasando.
“Sintiendo el peso del tren
que pasaba presuroso
no lo puede sostener
y se hace horrible destrozo.
¡Divina Virgen María!
¡Madre de Consolación!
Dadme fuerzas por que pueda
Escribir la relación”.
La locomotora arrastró los coches de primera, los vagones de segunda, las maletas, el pasaje entero. De los sesenta y tantos pasajeros unos se ahogan enseguida, otros se amasijan con la chatarra, con vigas y maderos. “Y la lluvia caía. Y cuando ya había caído era la sangre” (asalta Poe). Y el número de víctimas mortales se eleva a 21, que es el número del azar, el que se obtiene cuando se suman los puntos de las seis caras de un dado.
“Cruza el rayo refulgente
brama el trueno aterrador
y mil hayes lastimeros
llenos de espanto y pavor.
Se oyen en el espacio
implorando compasión
sin hallar quien los socorra
en medio de su aflicción”.
Lo cantó un anónimo panfleto en las tardes de la Fonda Europa. La catástrofe empantanó las comarcas que atravesaba aquel tren, se hizo comidilla en los cafés de Granollers. Se tardó casi un año en restablecer todo el servicio. Aún hoy el Pontón del Alabern es conocido como el “Pont de les desgràcies”.
---------------------------------------------------------------------------
Perdedor y familia abandonan SC y se trasladan a Sant Esteve, a los dominios del Señor de Montclús, en tierras de Palautordera. Perdedor, que sabe que las coincidencias no existen, se adentra en el bosque, en las historias de brujas, puentes, avernos y ratafías. En la nueva casa lo primero es buscar hornacina donde ubicar altar. Nunca una casa debe olvidar respeto a los muertos, a los dioses, a las piedras. Perdedor sabe dónde situará su estudio, la mesa, la petaca de ratafía. Desde la ventana se ve el río Tordera, se ven los bosques, se otean los recuerdos de un 7 de octubre de 1863. Sant Esteve de Palautordera es la única población que conozca Perdedor en la que haya una carpa de circo permanente. No fue ese el motivo para trasladar a toda la trouppe familiar, aunque a Perdedor le agrada la idea de vivir junto a saltimbanquis, payasos tristes, bruixotes i follets, funambulistas y dones d’aigua, junto a tramoyas, entoldados y una carpa que cubre un círculo.Hay ratafías que cuentan historias, hay ratafías que curan, ratafías que embrujan.
…menta de las sopas, menta cuquera, menta romana, nepeta cataria, nuez moscada, nueces tiernas, orégano, menta poleo, satureja calamintha, centaurium erythraea, media naranja, vainilla, tila…
Sin duda acabó el cuarto capítulo de esta dislocada novela que escribe Perdedor. Acabó con ese regusto dulzón de la ratafía o de la fruta podrida, acabó justo cuando empieza un nuevo paisaje. Una oportunidad para reinventar el mundo de los objetos que nos rodean. No es momento de hablar.
ResponEliminaOscar Abril Ascaso me ha invitado a hacer una exposición de mis trabajos en la Nau Estruch de Sabadell. Elaboro desde 1989 un archivo compuesto por diarios, fotografías, notas y dibujos, documentos clasificados. Acumulo y colecciono piedras con anotaciones de mis viajes, juguetes ópticos, cómics y libros. Recorto fotos periodísticas, hago acopio de objetos y cacharros.
Transformo objetos y bibelots en documentos gráficos y relatos, en mil papeles, en documentos que conforman archivos, que a veces publico en periódicos y revistas, que sirven de soporte para mil trabajos, que se hacen y rehacen constantemente.
Desde que abandoné la práctica activa de la performance entendida como espectáculo o dramaturgia (1998) he ido ampliando este archivo performático que es un cajón de sastre de los acontecimientos, un humus orgánico donde narrar y desnarrar, dónde indagar la vida.
¿Cómo exponer parte de este archivo, parte de este Humus en la Nau Estruch?
¿Cómo exponer parte de este archivo, parte de este Humus en la Nau Estruch?
ResponElimina-Delimitar la pared o paredes. Situar allí, con clavitos, chinchetas y alcayatas, recortes de los archivos, textos, dibujos, fotos, colgar pequeños cuadros y obras enmarcadas, fotos de performance,... retales de ese Humus colocados en pulcro desorden. Exhibir unos 60 documentos y obras. En esta selección hacer un recorrido biográfico, un mapa performance-obra-vida. De alguna manera, el resultado final será una especie de mural retrospectivo.
-Convocar al público y someterse a un interrogatorio-conferencia-performance. Entonces explicar. Ser transparente, catártico; jugar al póker descubierto, sin omitir detalles íntimos. Si habéis visto la película "Sospechosos habituales" dirigida por Bryan Singer recordareis un gran mural donde la policía ha colgado imágenes, recortes y retales del caso. El protagonista acaba hilvanando un relato a través de esas imágenes colgadas. El espectador del film queda perplejo ante el mural. Verdad, ficción. En homenaje a la increíble escena final del film, propongo mi interrogatorio. Algo de esa fascinación del relato construido en base a items desconexos hay en series de tv como FlashForward o Lost, por ejemplo. Hay mucho de esa fascinación en nuestro tiempo.
-En "Performance con P de Perdedor" introduciré un link con las 60 imágenes seleccionadas. Día a día iré colgando un texto por imagen. Mataré así la magia del poder plástico. Al final de 60 días, el mural se convierte en 60 textos, es decir, en novela orgánica. Cuando el mural se desmonta, queda la narración. Esta transformación proviene de mi total convencimiento de que gran parte del arte y la cultura que estamos viviendo desaparecerá, quedará reducida a relato. Por eso casi no construyo obras, las destruyo y transformo, y fijo una atención especial en la narración de las mismas.
-Además, firmaré un contrato con el comisario de la muestra comprometiéndome a no volver a hacer una muestra individual en diez años. Comprometerme, de hecho, a sólo hacer exposiciones cada diez años. Mi última exposición individual acaeció en 1998.
Justo el mismo año de mi última performance. Ese año tome la determinación de trasladar el arte a la cotidianidad, huir del difícil mundo comercial (mis tropiezos afectivos con el mismo me resultaban insalvables), dibujar una carrera artística sin obras o con obras totalmente imbricadas en la cotidianidad, construir una trayectoria artística con acciones y relatos. Desde entonces, he tenido dos hijas, me he divorciado dos veces, he trabajado como art-handler en algunos de los principales museos del mundo, trabajo como periodista cultural y dibujante para diversas publicaciones, me he trasladado de casa cuatro veces, he creado y alimentado un archivo descomunal que a veces expongo, he escrito un libro de difícil publicación ('La trastienda del arte'), me he transformado en periodista buzo y he acabado por concentrar gran parte de todas estas multiplicidades en un blog. Soy un artista menor. Si sólo expongo cada diez años, me quedan, a lo sumo, cuatro o cinco exposiciones que hacer el resto de mi vida. Mi arte pequeño, superpuesto con la vida, quedará marcado por ese tempo. La vida pasará a ser performance, el arte, relato.
ResponElimina