Siam navi all'onde algenti
Fra la folle diverse,
De’qual ripieno è il mondo
Chi può negar che la folla Maggiore
In ciascuno non sia quella d’amore?
Revisión médica de los cuatro años; Lucía mide 1 metro y 1 cmts. Pesa 16,400 Kgs. Calza un 27 o 28. Es alérgica al huevo, al pelo de gato, a los perros, a volátiles todavía por determinar. Nos previenen también de los lácteos. El alergólogo da cita para dentro de un año; entonces, las pruebas establecerán todos los trastornos. Hemos de encontrar un sucedáneo de la tortilla, de la que Lucía era fan incondicional hasta que empezaron los vómitos y las hinchazones. Hay que dosificar su encuentro con los peludos y vigilar el efecto de los diferentes pólenes. (Hace unos días, bajamos a Barcelona en un caluroso día en el que los plataneros habían descargado un manto de grisú sobre la ciudadanía. Los ojos de Lucía, que no paraba de estornudar, lloraron hasta enrojecer de manera alarmante. Lo curioso es que en el bosque colindante a nuestra casa, tenemos algún platanero, pero no estimula tales reacciones. Empiezo a creer que una exposición tenue a volátiles nocivos no es del todo perjudicial. Son las sobredosis las que provocan las reacciones más virulentas).
Por si el mundo se rige según reglas ocultas de causa y efecto, por si acaso, decido someter mi cuerpo a pequeñas intoxicaciones que apacigüen los estremecimientos del cosmos y las alergias de Lucía. Bebo tres o cuatro veces por semana de diversos tramos del río Tordera, de arroyos y torrentes. Lo hago a cuatro patas, como un animal salvaje, agazapado, fuera de los senderos, sin preocuparme por las bacterias del bosque que me estén penetrando. Es una manera de hacerme uno con el bosque. Corro a través de campos de ortigas y zarzas, dejando que el efecto vasodilatador de estas punzadas me emponzoñe las sangres. Acepto de buen grado las picaduras de mosquito y me he enfrentado a una avispa que intentaba anidar entre los tomos de mi biblioteca. Pequeños tributos a la montaña, una manera segura de obedecer los designios del bosque. Si el cuerpo es el vehículo, lo ofrezco en pequeñas porciones para proteger el ánima de mis hijas. Un principio arcano fácil de sobrellevar para un performer. De alguna manera dejando que el bosque invada el cuerpo, rindo pleitesía a las diosas que gobiernan el lugar.
Pero es tiempo de estío, en verano la intoxicación debe ir a más. No dudaré. Comeré ortigas cocidas o en tortilla (más sabrosas y saludables que las espinacas, dicen los pastores ancianos); me dejaré morder por víbora, rozar por sapo, infectar por la amanita muscaria, seta bruja. Seguiré el rastro del jabalí por las hondonadas más cercanas a Pueblo hasta dar con sus escondrijos (un mordisco de jabalí me obligaría a vacunarme contra la rabia, pero añadiría al cuerpo la más épica de las cicatrices y el mayor de los tributos a las auras del norte). El tratado etnobotánico Plantes, remeis i cultura Popular del Montseny de M.Àngels Bonet y Joan Vallés (BRAU edicions. Museu de Granollers de Ciències Naturals, 2006), muy consultado por el cronista que les atiende, no habla de simbiosis que permitan al hombre hacerse uno con el entorno, lo cual no impide el pensar que un proceso de infección como el que perpetro me llevará con toda seguridad a convertirme en superhéroe vegetal (al estilo de Alec Holland/SwampThing/La Cosa del Pantano), psicochamán o hobbit.
Por ahora el monte se conforma con leves intoxicaciones y consumo regular de ratafía. En cualquier caso los meses de la canícula reclaman dejar los montes y hacerse a la mar, donde las intoxicaciones y simbiosis no son tan hacederas.
A unos veinte kilómetros de Pueblo se encuentra el Maresme, zona de pueblos serenos bañados por el Mediterráneo. Antes de huir hacia la Costa Brava o a las Islas, placen los baños en pueblos como Canet o Caldetes. A Lucía le sientan bien los aires marinos libres de polen, los salitres, el horizonte elíseo. Las aguas están frías pero nos bañamos igual. No hay medusas. Aparecerán con las primeras corrientes cálidas dentro de unas semanas. Como cada año desde hace diez, bucearé junto a ellas cuando dancen. Mi piel ya conoce las descargas y las escoceduras. Padecerlas es mi tributo al Mediterráneo. Las medusas son el “quejío” de un mar que se muere, un mar al que estamos matando. Recuerdo la más grande de las medusas que nunca vi, rozando el vientre embarazado de Eva, en una cala de Menorca, anunciando combas y barrigas futuras. Fotografié aquel vientre bajo el agua. Desde entonces tuve hijas que habitaron vientres emparentados con las convexidades del Mediterráneo. Siam navi all’onde algenti…
Las crónicas no debieran tener imágenes ni música, disculpen, pero ya saben como Perdedor degenera las disciplinas. En medio de esta crónica que empezó montañera y acaba marina, suena la famosa aria de la ópera de Vivaldi. “Somos naves entre ondas plateadas/ dejadas al azar/ vientos impetuosos son nuestros afectos/ cada placer es un escollo/ Toda la vida es un mar”. (L’Olimpiade. Vivaldi).
https://www.youtube.com/watch?v=RR15Vk-GQHs
Beber agua marina no es en absoluto aconsejable. Ingerí de niño pequeñas cantidades que a lo sumo, me provocaban diarreas. Tengo la costumbre de buscar lapas entre las rocas y pequeños crustáceos, que siempre como en crudo. Me pinchó alguna araña de mar (incidente nada recomendable) y estuve cerca de gaviotas agresivas defendiendo sus nidos. Hacerse uno con el mar no pasa tanto por intoxicarse con los elementos, como por zambullirse en sus aguas y abandonarse a las apneas. Si no fuera porque ya escogí morir entre las frías nieves de algún norte, apostaría por sucumbir anegando los pulmones en alguna profundidad mediterránea. Formar unidad con el mar es bucear en abismos.
Se suele citar Veinte mil leguas de viaje submarino (1869) como primera incursión literaria en los mundos sumergidos, aunque lo cierto es que la novela de Julio Verne tuvo precedentes. Voyage au fond des mers de Mérobert (1845), y Aventures extraordinaires de Trinitus, Voyage sous les flots (1868) de Arístides Roger, son, al decir de Jean-Albert Foëx en su Historia submarina de los hombres, los claros precedentes de Verne. Todos estos relatos nacen de la refundición de las aventuras de la ciencia y de una pulsión solitaria que lanza al hombre a “la locura de Ícaro proyectada bajo los mares”. Aunque Verne no leyera ni a Arístides Roger ni a Mérobert sus relatos fueron muy populares en la época en la que a este le rondaban los 17. Se les puede considerar padres de la anticipación científica submarina. En estos textos relatan medios sorprendentes para adaptarse al medio submarino, como el traje de hombre rana, raras pastillas de aire comprimido que anulan la necesidad de escafandra o snorkel. Arístides Roger incluso diseña en 1868 un submarino, el Éclair, precursor del Nautilus. En cualquier caso es Verne el que conduce la literatura hacia la épica submarina. Cuando en la primera infancia entró en casa un moderno proyector de Super 8 con un montón de películas, enseguida quedé atrapado por la bobina que reproducía el ataque de un calamar gigante al Nautilus, en versión technicolor protagonizada por Kirk Douglas. Sin duda la conjunción Verne-Monturiol debió actuar como catalizador de mis rarezas submarinas. La primera fue la de pasar horas jugando con el buzo de juguete de la casa Madelman, en el fregadero de la cocina. Fascinaba ese mecanismo que le permitía sumergirse a voluntad a fuerza de soplar por un tubo que conectaba con su escafandra. El siguiente juego se desarrolló en la bañera y era un poco más peligroso; jugaba a mantener la respiración bajo el agua el mayor tiempo posible, a veces hasta el ahogo y la tos. Esa experiencia límite me llevó a indagar ya de adulto en las contingencias de la apnea. Todos los veranos aletas, gafas, snorkel, rocas, algas, el vuelo sobre las dunas, otear infinitos silencios, utilizar el cuerpo como vehículo torpe de comunión con el mar, hundir en las profundices las carencias, bautizar los nuevos ciclos, despedir las mezquindades, encomiarse a una nave entre ondas plateadas.
…lasciate in abbandono;
impetuosi ventti
i nostri affetti sono;
ogni diletto è scoglio
tuta la vita è mar.
De’qual ripieno è il mondo
Chi può negar che la folla Maggiore
In ciascuno non sia quella d’amore?
Revisión médica de los cuatro años; Lucía mide 1 metro y 1 cmts. Pesa 16,400 Kgs. Calza un 27 o 28. Es alérgica al huevo, al pelo de gato, a los perros, a volátiles todavía por determinar. Nos previenen también de los lácteos. El alergólogo da cita para dentro de un año; entonces, las pruebas establecerán todos los trastornos. Hemos de encontrar un sucedáneo de la tortilla, de la que Lucía era fan incondicional hasta que empezaron los vómitos y las hinchazones. Hay que dosificar su encuentro con los peludos y vigilar el efecto de los diferentes pólenes. (Hace unos días, bajamos a Barcelona en un caluroso día en el que los plataneros habían descargado un manto de grisú sobre la ciudadanía. Los ojos de Lucía, que no paraba de estornudar, lloraron hasta enrojecer de manera alarmante. Lo curioso es que en el bosque colindante a nuestra casa, tenemos algún platanero, pero no estimula tales reacciones. Empiezo a creer que una exposición tenue a volátiles nocivos no es del todo perjudicial. Son las sobredosis las que provocan las reacciones más virulentas).
Por si el mundo se rige según reglas ocultas de causa y efecto, por si acaso, decido someter mi cuerpo a pequeñas intoxicaciones que apacigüen los estremecimientos del cosmos y las alergias de Lucía. Bebo tres o cuatro veces por semana de diversos tramos del río Tordera, de arroyos y torrentes. Lo hago a cuatro patas, como un animal salvaje, agazapado, fuera de los senderos, sin preocuparme por las bacterias del bosque que me estén penetrando. Es una manera de hacerme uno con el bosque. Corro a través de campos de ortigas y zarzas, dejando que el efecto vasodilatador de estas punzadas me emponzoñe las sangres. Acepto de buen grado las picaduras de mosquito y me he enfrentado a una avispa que intentaba anidar entre los tomos de mi biblioteca. Pequeños tributos a la montaña, una manera segura de obedecer los designios del bosque. Si el cuerpo es el vehículo, lo ofrezco en pequeñas porciones para proteger el ánima de mis hijas. Un principio arcano fácil de sobrellevar para un performer. De alguna manera dejando que el bosque invada el cuerpo, rindo pleitesía a las diosas que gobiernan el lugar.
Pero es tiempo de estío, en verano la intoxicación debe ir a más. No dudaré. Comeré ortigas cocidas o en tortilla (más sabrosas y saludables que las espinacas, dicen los pastores ancianos); me dejaré morder por víbora, rozar por sapo, infectar por la amanita muscaria, seta bruja. Seguiré el rastro del jabalí por las hondonadas más cercanas a Pueblo hasta dar con sus escondrijos (un mordisco de jabalí me obligaría a vacunarme contra la rabia, pero añadiría al cuerpo la más épica de las cicatrices y el mayor de los tributos a las auras del norte). El tratado etnobotánico Plantes, remeis i cultura Popular del Montseny de M.Àngels Bonet y Joan Vallés (BRAU edicions. Museu de Granollers de Ciències Naturals, 2006), muy consultado por el cronista que les atiende, no habla de simbiosis que permitan al hombre hacerse uno con el entorno, lo cual no impide el pensar que un proceso de infección como el que perpetro me llevará con toda seguridad a convertirme en superhéroe vegetal (al estilo de Alec Holland/SwampThing/La Cosa del Pantano), psicochamán o hobbit.
Por ahora el monte se conforma con leves intoxicaciones y consumo regular de ratafía. En cualquier caso los meses de la canícula reclaman dejar los montes y hacerse a la mar, donde las intoxicaciones y simbiosis no son tan hacederas.
A unos veinte kilómetros de Pueblo se encuentra el Maresme, zona de pueblos serenos bañados por el Mediterráneo. Antes de huir hacia la Costa Brava o a las Islas, placen los baños en pueblos como Canet o Caldetes. A Lucía le sientan bien los aires marinos libres de polen, los salitres, el horizonte elíseo. Las aguas están frías pero nos bañamos igual. No hay medusas. Aparecerán con las primeras corrientes cálidas dentro de unas semanas. Como cada año desde hace diez, bucearé junto a ellas cuando dancen. Mi piel ya conoce las descargas y las escoceduras. Padecerlas es mi tributo al Mediterráneo. Las medusas son el “quejío” de un mar que se muere, un mar al que estamos matando. Recuerdo la más grande de las medusas que nunca vi, rozando el vientre embarazado de Eva, en una cala de Menorca, anunciando combas y barrigas futuras. Fotografié aquel vientre bajo el agua. Desde entonces tuve hijas que habitaron vientres emparentados con las convexidades del Mediterráneo. Siam navi all’onde algenti…
Las crónicas no debieran tener imágenes ni música, disculpen, pero ya saben como Perdedor degenera las disciplinas. En medio de esta crónica que empezó montañera y acaba marina, suena la famosa aria de la ópera de Vivaldi. “Somos naves entre ondas plateadas/ dejadas al azar/ vientos impetuosos son nuestros afectos/ cada placer es un escollo/ Toda la vida es un mar”. (L’Olimpiade. Vivaldi).
https://www.youtube.com/watch?v=RR15Vk-GQHs
Beber agua marina no es en absoluto aconsejable. Ingerí de niño pequeñas cantidades que a lo sumo, me provocaban diarreas. Tengo la costumbre de buscar lapas entre las rocas y pequeños crustáceos, que siempre como en crudo. Me pinchó alguna araña de mar (incidente nada recomendable) y estuve cerca de gaviotas agresivas defendiendo sus nidos. Hacerse uno con el mar no pasa tanto por intoxicarse con los elementos, como por zambullirse en sus aguas y abandonarse a las apneas. Si no fuera porque ya escogí morir entre las frías nieves de algún norte, apostaría por sucumbir anegando los pulmones en alguna profundidad mediterránea. Formar unidad con el mar es bucear en abismos.
Se suele citar Veinte mil leguas de viaje submarino (1869) como primera incursión literaria en los mundos sumergidos, aunque lo cierto es que la novela de Julio Verne tuvo precedentes. Voyage au fond des mers de Mérobert (1845), y Aventures extraordinaires de Trinitus, Voyage sous les flots (1868) de Arístides Roger, son, al decir de Jean-Albert Foëx en su Historia submarina de los hombres, los claros precedentes de Verne. Todos estos relatos nacen de la refundición de las aventuras de la ciencia y de una pulsión solitaria que lanza al hombre a “la locura de Ícaro proyectada bajo los mares”. Aunque Verne no leyera ni a Arístides Roger ni a Mérobert sus relatos fueron muy populares en la época en la que a este le rondaban los 17. Se les puede considerar padres de la anticipación científica submarina. En estos textos relatan medios sorprendentes para adaptarse al medio submarino, como el traje de hombre rana, raras pastillas de aire comprimido que anulan la necesidad de escafandra o snorkel. Arístides Roger incluso diseña en 1868 un submarino, el Éclair, precursor del Nautilus. En cualquier caso es Verne el que conduce la literatura hacia la épica submarina. Cuando en la primera infancia entró en casa un moderno proyector de Super 8 con un montón de películas, enseguida quedé atrapado por la bobina que reproducía el ataque de un calamar gigante al Nautilus, en versión technicolor protagonizada por Kirk Douglas. Sin duda la conjunción Verne-Monturiol debió actuar como catalizador de mis rarezas submarinas. La primera fue la de pasar horas jugando con el buzo de juguete de la casa Madelman, en el fregadero de la cocina. Fascinaba ese mecanismo que le permitía sumergirse a voluntad a fuerza de soplar por un tubo que conectaba con su escafandra. El siguiente juego se desarrolló en la bañera y era un poco más peligroso; jugaba a mantener la respiración bajo el agua el mayor tiempo posible, a veces hasta el ahogo y la tos. Esa experiencia límite me llevó a indagar ya de adulto en las contingencias de la apnea. Todos los veranos aletas, gafas, snorkel, rocas, algas, el vuelo sobre las dunas, otear infinitos silencios, utilizar el cuerpo como vehículo torpe de comunión con el mar, hundir en las profundices las carencias, bautizar los nuevos ciclos, despedir las mezquindades, encomiarse a una nave entre ondas plateadas.
…lasciate in abbandono;
impetuosi ventti
i nostri affetti sono;
ogni diletto è scoglio
tuta la vita è mar.
Siam navi all’onde algenti (Vivaldi)
ResponEliminaPunk del SXVIII
Tú eres un puto genio.
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