Dibujos de Torres-García

Suplemento CULTURAL (El País. Uruguay)
http://www.elpais.com.uy/suplemento/cultural/-la-geometria-es-siempre-inteligencia-/cultural_575983_110701.html

Hay un arte que se cultiva en las regiones menores. Un arte escondido que abruma al artista. Un arte del acto ínfimo que sucede casi en cualquier sitio, en un trocito de papel, en una servilleta sucia, en la esquina de un periódico. Notas, trazos, bosquejos, ideas para desechar o engrandecer. El Mnac (Museu Nacional d’Art de Catalunya) presenta en estos días y hasta el 11 de septiembre una magnífica recopilación de dibujos y bocetos del maestro Torres-García bajo el título Torres-García en sus encrucijadas.

Tomás Llorens, curador de la muestra, cree que la obra de Torres-García puede ser entendida como una refutación del principio historiográfico que contrapone clasicismo y modernidad. De alguna manera esta exposición delicattesen intenta corroborar la coexistencia de ambos estilos en la obra de Torres-García. Un itinerario íntimo en 80 dibujos de la colección familiar, en su mayoría inéditos, que manifiestan los cruces, los proyectos, el proceso creativo. Son dibujos hechos para el Artista no “para ser admirados sino como pequeños testimonios de una búsqueda intensa”, comenta Llorens. Son el laboratorio de ideas de un “artista-pensador difícil de encajar”, “un utopista pero también un nostálgico del origen”. La exposición rompe el orden cronológico al uso, propone una visión pormenorizada de los cruces entre estilos e ideas al margen de las fechas. Los dibujos y anotaciones se disponen en circuito circular acrónico. Quizás por eso en la primera sala se contrastan dos obras coetáneas de estilos inversos La maternidad. La familia (1944) y Arte constructivo Universal (1942). Resulta ilustrativo ver un enorme dibujo al carbón de corte clásico, junto a una abstracción sobre tabla, y comprobar que a penas hay contradicción, que son más las concomitancias que las diferencias entre ambas. La maternidad. La familia remite al gran trabajo catalán de Torres-García, la decoración durante seis años del Salón Sant Jordi del Palau de la Generalitat, que Él creía destruido tras la Guerra Civil. La segunda obra es una composición abstracta de esas en las que Torres-García parece querer asumir todos los arquetipos resumiéndolos en símbolos y estructuras planas.

Torres-García resolvió socavar los nuevos caminos de su pintura, sin abandonar aquellos por los que ya había transitado. Nacido en 1874 en Montevideo, hijo de un catalán emigrado a Uruguay, residió desde 1891 en Cataluña, quizás buscando el primero de los “orígenes”, el familiar. En el año 1911 Enric Prat de la Riba le encarga las pinturas del Palau de la Generalitat y al tiempo, Torres-García expone La musa de la Filosofía presentada por Palas a Parnaso en la VI Exposición Internacional de Arte de Barcelona. Se convierte así en una de las referencias fundacionales del noucentisme, movimiento antimoderno que pretendía un retorno estético e ideal a los parámetros clásicos. Torres-García, como se puede ver en algunos bocetos de la primera época mostrados en esta exposición, se adscribe al modernismo en sus colaboraciones gráficas de final de Siglo. Sorprende, por tanto, la anexión al clasicismo en esa segunda década del Siglo, y suscita incertidumbres sobre la complejidad afectiva del cambio ¿Cómo fue ese proceso; una conversión súbita, un arrepentimiento, una evolución paulatina, un pulso con los polos opuestos de su época?- se pregunta Tomás Llorens en el texto del catálogo. En escritos de la época el propio Torres-García muestra que la evolución hacia el clasicismo no le obliga al abandono de su apuesta inicial por el modernismo; “…este arte de ahora (moderno), eminentemente plástico, quiere llevar la sensibilidad del hombre ya muy evolucionado del siglo XX, a la geometría (…) la geometría es siempre inteligencia. Hete aquí, pues, una nueva fórmula clásica” (1918). Torres-García suma los pasos de su caminar artístico, sin refutar estilos.

Su vida estuvo marcada por los constantes desplazamientos entre América y Europa. Tras el periplo catalán, donde es rechazado por los purismos noucentistes y se desmorona su primer proyecto pedagógico, marcha a New york. Otra de las constantes en la obra de Torres-García será la fascinación por la vida en la gran ciudad. En New York pinta menos de lo que lo hizo en Barcelona; la fuerza de la ciudad le absorbe. New York es, sobretodo, el centro industrial y financiero donde pretende encontrar los medios para afianzar su compañía de fabricación de juguetes. En los noventa y cuatro dibujos del álbum de New York City (1921), que se puede ver en la muestra del Mnac, el Artista capta la simultaneidad de los acontecimientos en la Gran Urbe, el ritmo, las yuxtaposiciones, el jazz, los medios de transporte, “el maquinismo de Nueva York, del tiempo presente” (Historia de mi vida, 1939)…ese cuaderno, reflejo de un viaje que debió impactarle, marca su retorno a la vanguardia.

Luego vendrá París (1926-1932) y la abstracción geométrica desarrollada en practicas grupales como las de Cercle et Carré. Pero frente a la abstracción constructiva precisa de los otros componentes de Cercle et Carré, la de Torres-García es una especie de abstracción expresiva, individualista, primitivista, que entronca con el gusto por la máscara africana tan en boga en el París de aquellos días. En París la pintura de Torres-García alcanza la madurez que ya no le abandonará. “Todo artista que va a París, venga de donde venga, es como si viniera de provincias”, afirma en sus memorias. Allí se consagra a un estilo directo, al trazo limpio y sintético. Sus dibujos de esta época son reflejo de un querer “pintar de manera directa, ante las cosas, llevar la impresión real a la síntesis encontrando el secreto de eso maravilloso que se llama la pintura” (Historia de mi vida). En los innumerables dibujos de la etapa parisina expuestos en el Mnac, se puede ver cómo la razón tamiza la naturaleza en la obra de Torres-García, como el pliegue, la estría, el trazo avanza desde la representación al signo. La pulsión de fundir razón y naturaleza en una especie de abstracción primitivista queda reflejada en obras que de nuevo contrastan a pesar de ser coetáneas, como la escultura-objeto Forma blanca sobrepuesta en forma de más cara de perfil (1929) versus el dibujo expresionista cabeza de negra (1931). La primera es un pequeño assemblage de unos 25 centímetros de alto, en tonos grises, que representa un rostro-máscara de perfil en líneas claras y volúmenes de diseño cerebral. El dibujo, en tinta y grafito, parece trazado con precipitación con la intensidad de una pintura “caliente” muy expresiva.

En algún momento de su carrera Torres-García juzga no poder profundizar en todos los caminos abiertos en su obra. Así parecen decirlo sus dibujos y anotaciones. Una viva vocación pedagógica llevará a Torres-García a interesarse más por convertir su obra en un camino para otros que en conseguir imágenes concluidas. En el retorno al “segundo origen” tras su periplo europeo, en la búsqueda de ese umbral cultural panamericano, Torres-García concluye que la estructura es el diapasón de su arte. Tomás Llorens titula La Atlántida esa etapa final, al entender que no sólo en Torres-García sino en varios de los artistas de su generación (Picasso, Matisse, Derain, Brancusi, Die Brücke,…) la modernidad es percibida como arcaísmo. Una contradicción lógica que “estriba en el deseo de romper con el presente para saltar hacia un futuro” mirando hacia atrás, “hacia un origen que se encuentra fuera del tiempo, que es anterior al tiempo…”. De alguna manera, el recorrido gráfico por la biografía artística de Torres-García nos permite comprender que ese “retorno al origen que está fuera del tiempo”, le situó siempre al margen de sus contemporáneos, en un caminar hacia el retorno que le llevó a descubrir que su Norte era el Sur.

----------------------------------------

“Dibujar es algo así como susurrar al oído de alguien” escribió la pintora sudafricana Marlene Dumas (1993). No iba errada la notable pintora. Un susurro no ofende, indica prudencia y mesura y, sin embargo, nunca es inocente. Todo dibujo es un autógrafo. Es un espacio no tanto para la expresión del individuo, como para el análisis del sujeto y sus circunstancias. Los ochenta dibujos que componen la muestra Torres-García en sus encrucijadas, hacen cierta aquella sentencia que un Borges ya anciano (¿fue Borges alguna vez joven?) testificó en entrevista televisiva de los 70’s, “la tarea del arte es la de transformar lo que sucede, en símbolos”.

Comentaris