La trastienda del arte (2008)


La trastienda del arte
(dietario en ruinas 1997-2008)


“Escribir en abundancia, y tachar hasta llegar a la esencia, para que solo quede un dibujo”    

.Jan Fabre. Diario Nocturno (1978-1984)





Introducción


1
Dos leves culpas convergen en el origen de mi actividad profesional en los museos, mi primer divorcio y una frase bienintencionada de mi Padre. La primera atañe a la pérdida de un mundo cuando vemos quebrarse no solo una historia de amor y convivencia, sino todas sus habitaciones contiguas. Fue al poco de ver escurriéndose entre los dedos mi matrimonio con P, cuando surgió la posibilidad de iniciarme en un nuevo horizonte laboral. Hasta entonces había sido estudiante fracasado de arquitectura, delineante, licenciado en arte, ilustrador ocasional, profesor universitario sustituto, parado, repartidor de folletos y vendedor de muebles. P me dejó un viernes sin previo aviso, rompiendo todas las expectativas de futuro compartido, e induciéndome al mayor de los despistes. Un sábado, mi Padre colmó la situación con una de sus frases longevas:
 -Como innegable alabern, eres mediocre en poco pero brillante en nada- 
¡Estupendo! Esa navaja afilada, pensada para liberarme de la carga de situar demasiado alto las expectativas, se me clavó durante los siguientes diez años. No servía para amar, pero tampoco tenía ninguna posibilidad de resplandecer en actividad alguna que me propusiera, pues pertenezco a una estirpe de hombres prisioneros de las medianías.
Condenado a la par que despistado, opté por atender la llamada de mi amigo BZ que trabajaba por aquel entonces en una empresa especializada en el transporte de obras de arte. Me pidió ayuda en la descarga de un camión con obras del pintor Antoni Tàpies. BZ, que conocía la fuerza de mis brazos pues semanas antes le habían asistido en la mudanza de su nuevo piso, pensó que no me iría mal el dinero y tampoco distraerme unas cuantas horas de mi zozobra existencial. Solo los que alguna vez han manipulado las voluminosas cajas que alojan la obra de Tàpies, saben las punzadas musculares y los aprietos que supone una maniobra semejante. Las agujetas en los días posteriores, me rebelaron cadencias inusitadas para un “letrado” como yo. Era la primera vez que se valoraba mi trabajo físico por encima del intelectual. Entre carga y descarga distinguí la rudeza y la nobleza de lo físico. Algo que había atisbado leyendo a Dostoiesvki, Jack London o los cómics de Conan el bárbaro. Aquel encuentro fortuito con la manipulación de obras de arte, tras el encadenamiento de continuos fracasos de mi juventud, me abrió nuevos horizontes.


2
¿Para qué actividad acredita el título universitario de Bellas Artes? ¿En qué diablos puede trabajar un licenciado en Arte? Hace muchos años que las facultades han renunciado a dar respuesta, y sin embargo arrojan impúdicamente a la vida, hordas de graduados que a poco de finalizar sus estudios descubren, aterrados, que de nada servirán ni sus habilidades innatas ni las adquiridas durante su instrucción. Empieza entonces un periplo que les llevará a los más variopintos oficios y que acabará, en muchos casos, por dinamitar su vocación. Empresas e instituciones culturales acechan tal desesperanzado capital humano, para cubrir a precio de saldo, múltiples puestos de trabajo. En la empresa de transporte de arte en la que trabajaba BZ, raramente utilizaban licenciados en arte para descargar camiones. Preferían recurrir a personal especializado en mudanzas o a mozos de almacén. Que no pocos clientes demandaran otro perfil técnico más sensible a las idiosincrasias de sus patrimonios, facilitó mi entrada en la empresa. No es lo mismo descargar un camión repleto de neveras desguazadas, que manipular un cargamento de obras de arte. 


3
No hay que tener prisa cuando se descarga un camión cargado con obras de Antoni Tàpies. Las morrocotudas cajas de madera en la que viajan los cuadros, albergan pesada pintura matérica a menudo tan fenomenal como su envoltorio. Muchas veces, además, Antoni Tàpies invierte los órdenes llevando de cabeza al manipulador. Hay obras que surgen de los cartones restantes de una jornada de embalaje, cuadros que parecen livianos y son pesadísimos, obras imposibles de mover sin la ayuda de grúas, dibujos livianos que se arrugan al menor contacto. Un lío. En el núcleo del decálogo de un manipulador de obras de arte se erige un apotegma que nunca debe olvidarse: la mejor manipulación de una obra de arte es la que no llega a producirse. Salvo contadas excepciones, las obras de arte han sido pensadas para ser exhibidas que no manejadas ni trajinadas. El embalaje, la carga o descarga, la estiba en el camión, cualquier manipulación, encubre, por tanto, una trasgresión. Nada de esto tuve presente en aquel otoño de 1996, cuando BZ me invitó a ayudar en la descarga del abarrotado camión. Por supuesto, las empresas que realizan este tipo de transportes, nunca tienen tiempo de instruir a sus técnicos (enseñar no se puede presupuestar ni facturar al cliente), el aprendiz de museógrafo está condenado a ser un autodidacta.

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Dietario en ruinas


1997

13 de junio de 1997. Soller. Mallorca
En el estudio de JMS hace un calor sofocante. Trabajamos durante más de seis horas embalando cuadros y dibujos cubiertos con cera virgen. El pintor va y viene, llama por teléfono, desaparece. Aparece dos horas después con la cara manchada de pintura blanca. Creo que está chispo. En seis horas solo ha intercambiado un puñadito de frases cortas con nosotros. Su casa es de techos altos. Una escenografía de estilo colonial. Largas cortinas que filtran la luz algo excesiva del verano mediterráneo. Gran biblioteca. Echarpes floreados sobre el sofá. Tallas primitivas y hierros forjados. Hay algo en la mirada del pintor que denota tormentas internas. Lo imagino viviendo los inviernos como un ermitaño, leyendo a San Juan de La Cruz, acumulando platos sucios en la cocina, manchando papeles y lienzos. El huerto-jardín que antecede a su caserón está abandonado a su suerte. Las ramas se retuercen junto al camino por el que los poco probables visitantes ascienden. Nuestro camión ha destrozado matojos y cepas.
Hay algo pérfido en la pintura de JMS. Flores enormes sobre páginas arrancadas del Corán. Todo cubierto de cera. Grandes formatos para composiciones de contundencia cromática, aunque en absoluto alegres. Estamos casi a 50 grados en el infierno balear que es este estudio. Trabajamos en calzoncillos, junto al horno depurador de cera virgen, bajo el techo de uralita. Cubrimos los cuadros con papel parafinado para evitar que la superficie se adhiera a los materiales de embalado.

20 de junio de 1997. Barcelona
FGS nos comenta que se está recomponiendo de su último fin de semana en el Sónar, festival de música contemporánea. Sexo, drogas de diseño y música tecno. –La gente follaba en los lavabos, sobre charcos de meado. Todo el mundo iba colocado-.
Varios centenares de cd’s en un rincón. –Siempre trabajo escuchando música- Cuadros por todas partes. Recuerdos de viajes exóticos. En la segunda planta de la nave industrial que alberga su estudio, muchos más cuadros almacenados. –Haciendame reclama 60 millones, y no aceptan el pago con obra. ¡Y eso que soy patrimonio nacional! – refunfuña. Hasta en las cifras aparece siempre excesivo este pintor. Fijo la mirada en un rincón donde hay un cuadro realmente feo. – Si, es una mierda- me dice. Mientras otros artistas esconden sus cuadros malos o los destruyen, FGS planta cara a los límites. ¡Qué trabajo tan ajado por la violencia! Afronta el arte y la vida en su totalidad, caminando por el centro, sin temer encontrarse en ningún momento con las sombras. El Pintor ha desarrollado durante años un metalenguaje basado en la ambigüedad del discurso plástico, en la indecibilidad del hecho artístico. Me pregunto qué posibilidades le quedan a su obra.

23 de junio de 1997. Tossa de Mar
Recogemos esculturas en el taller del artesano MB. Hombre ceñudo, se anuncia ácrata y reconoce la poca comercialidad de sus tallas. Tiene un atelier plagado de esculturas y maquinaria con la que esculpir. Sus obras conjugan crítica social, simbolismo, heráldica, zodiaco, fábulas catalanas, mitos greco-romanos. Todo muy arbitrario, kitsch y, al tiempo, entrañable. Charlamos media hora; le prometo volver para fotografiar su taller y seguir hablando. MB es un anacoreta aislado, aunque viva en una hiperturística población de la Costa Brava. Algunos rótulos de las tiendas del centro, están labrados por la certera mano de su artesanado. Me viene a la memoria una cita de Bruce Naumam que he leído recientemente: “ponerse al margen y mirar cómo se logra o no hacer algo, es realmente fascinante y curioso”.

24 de junio de 1997. Barcelona
Movemos varias obras de una importante colección de una no menos importante entidad financiera del país. Una obra de Anish Kapoor embalada en su caja de madera, que pesa unos 1600 kg, se nos queda trabada en el montacargas. Tras una hora y media de maniobras y amaños, sacamos la obra del elevador para que puedan repáralo. Lo que más gracia me ha hecho es que para mover la pieza de Kapoor, hemos hecho palanca con una caja de una obra de Boltanski.

1998

7 de enero de 1998. Aeropuerto del Prat. Barcelona
He adquirido el libro del té de Okakura Kakuzo; el mismo que Tàpies reconoce como uno de sus textos de cabecera. La filosofía del te es una higiene personal, porque obliga a la limpieza económica, a suprimir necesidades. La filosofía del té es una geometría moral, pues define un sentido de la proporción cotidiana. Imbuido en estas lecturas, marcho hacia París. Participo en el montaje de una exposición sobre la cultura íbera.

8 de enero de 1998. Grand Palais. París
Paso el día encerrado en las salas del Grand Palais, que acoge la exposición Los Íberos. Manipulo exvotos, cráteras, espadas, pedruscos enormes, un sinfín de objetos rituales. Los exvotos de bronce y la breve colección de cabecitas de terracota, son obras sin ambición material, pero de una gran fuerza plástica que me impresiona. Esculturas átomo. Es curioso cómo trabajan en los museos franceses. Hay un montón de operarios dando vueltas por las salas. Cada uno tiene una atribución asignada, aunque puede pasar desapercibida al neófito. Por ejemplo, un tipo se pasea todo el día sin hacer nada con dos ventosas en las manos. Me cuentan que es el único autorizado para sacar los vidrios de las vitrinas. Nadie puede abrir una vitrina si no está él. Supongo que la férrea estructura sindical que rige los museos franceses provoca este tipo de situaciones. Por la noche ceno con la comisaria de la muestra y los correos de los diferentes museos prestadores, en una Brasserie de Saint Germain. La cena es carísima. Hacia las once de la noche, el maître acciona con manivela un organillo escondido en la pared. Durante unos minutos me siento transportado al París decadente de los años 30. Para los íberos no existía el lastre del tiempo, no existía el progreso temporal, todo lo que acontecía repetía el proceso de lo que había precedido. La vida, por tanto, se desarrollaba con una considerable dosis de serenidad y acatamiento en bucle.

19 de enero de 1998. Fundación La Caixa. Barcelona
Me pasaré toda la semana en el Palau Macaya, desembalando y montando las piezas de la exposición Los Íberos. Los restos arqueológicos de esta muestra, revelan que la cultura íbera fue un complejo crisol de encuentros y desencuentros entre tribus influenciadas por el oriente mediterráneo. “Comprender la cultura ibérica – escribe la comisaria en el catálogo- significa aceptar su profunda diversidad”.

3 de mayo de 1998. KunstMuseum. Bonn
Hace unas horas que estoy en Bonn. Visito un par de exposiciones y los alrededores del museo en el que pasaré los próximos días montando por tercera vez Die Iberer. En el KunstMuseum he visto obras de Basselitz, Beuys, Penck, Lupertz, Rebecca Horne… Bonn es una capital que parece un pueblito burgués de casas bajas y cuidados jardines. Me satisface que mi presencia no altere el paseo de los vecinos. No despierto recelos ni siquiera llevando al cuello la cámara fotográfica.

11 de junio de 1998. PaloAlto. Barcelona
El estudio del escultor XM-C es grande y destartalado. Escenográfico. Un desorden estudiado, moderno, en el que abundan las figuras de hierro y bronce. XM-C se pasea vestido con momo de mecánico y las manos sucias y rugosas. Me habla de los años que vivió en New York, del triste panorama artístico español. Comenta que Tàpies y Chillida “no se comen una mierda” en Estados Unidos, aunque si en Alemania y Japón. XM-C guarda en un despacho anexo, la autoedición de un supercatálogo sobre su obra, cuyos textos firman primeras figuras de la crítica local. Es dicharachero y seductor. Cultiva con sabiduría una rudeza contenida. Sabe que mi carrera artística está en sus inicios, o quizás en sus finales, y por ello me lanza un par de rotundos consejos: -Tu si te tienes que follar a alguien, te lo follas. La obra de arte no está acabada, hasta que no ha entrado en el mercado-

8 de julio de 1998. Macba. Barcelona
Por culpa del cuadro titulado L’amour fou de Miquel Barceló, me he lesionado el brazo. Creo que tengo un esguince. Los cuadros de Barceló son menos pesados que los de Tàpies. Pero Barceló es uno de los pintores españoles que pinta los cuadros más grandes.
Por la tarde me he encontrado a M B-V en los pasillos del Macba. Le saludo y felicito por su nombramiento como nuevo director del museo. Con la ironía que le conozco desde los tiempos en que fue director de la Fundación Tàpies, me contesta que no sabe si su nueva situación merece ser considerada motivo de felicitación.

1999

4 de junio de 1999. Turín
Viajo con J, compañero de desventuras museográficas desde mis primeros trabajos con BZ, en una desvencijada furgoneta. En Montpellier hacemos entrega de un cuadro y, sin apenas tiempo, alzamos el vuelo hacia Turín. Como suele ser habitual cuando se trabaja a destajo, la ruta escogida por nuestro coordinador es errónea, lo que incrementa el número de kilómetros a realizar. Pero nada de esto preocupa a una empresa de transportes que lo que quiere es rentabilizar al máximo sus camiones y furgonetas, sin atender costes humanos. Antes de partir, he tenido una fuerte discusión con el director sobre la conveniencia de que dos técnicos especializados en manipulación de obras de arte, sean obligamos a simular ser conductores expertos, en un viaje tan desquiciado como el que nos promete. Por supuesto, nos ha despachado con exabruptos. Al requerirle las dietas, se ha metido la mano en el bolsillo, ha sacado un fajo de billetes, y nos ha tirado unos cuantos sobre la mesa. Qué tipo tan pintoresco. Parece el jefe de un burdel de carretera, con su pelo engominado, deje mafioso, chulería barriobajera. Tanto le dan nuestras atribuciones técnicas. Lamentablemente no es una excepción. Casi todas las empresas del sector (esta es la segunda en la que trabajo) adolecen de los mismos males. Lo que da dinero es mover camiones. La profesionalización que demandan los museos a la hora de manipular sus patrimonios objetuales, es un efecto colateral que las empresas de transportes no tienen más remedio que aceptar, pero intentan esquivar.
Atravesamos la zona francesa de Los Alpes pasando por Sisternon, Gap y Briançon, donde entregamos algunas obras. Camino de Italia el paisaje nebuloso del lago Savines nos enmudece. Saltándonos el ajustado timing de nuestro viaje, paramos el vehículo unos minutos. A partir de ahí, el viaje se complica. Las carreteras francesas son estupendas, pero las italianas (por lo menos en este tramo) son de accidente en cada curva. Tras baches, adelantamientos sin visibilidad y algún susto, llegamos a Turín a eso de la 1.30 de la madrugada. Con dificultades encontramos un par de habitaciones en un hotel que, a pesar de su regio aspecto, resulta cochambroso y caro. Dada la hora que es, nos retiramos a nuestros aposentos sin haber podido cenar.

5 de junio de 1999. Turín
Por la mañana entregamos paquetes en la Galería The Box. El tráfico es enmarañado y anárquico, como en casi todas las ciudades italianas. Los conductores omiten los semáforos, las señales, los carriles, los peatones. Cuando uno lleva unas horas circulando a la italiana, se acostumbra a no levantar el pie del acelerador jamás, a conducir haciendo eses para no chocar ni atropellar peatones. Nos reímos y divertimos “conduciendo a la italiana”.
La geografía italiana ha sido agraciada por la mano de Dios. Por doquier iglesias, villas, bastimentos de peculiar encanto rural. Milán es la más mundana de las excepciones. Muy cosmopolita, pero fea a rabiar. Entregamos, desembalamos la obra, y nos marchamos a toda prisa. Saliendo del ruido milanés, nos acoge el florecimiento de un municipio encantador, Como. En la frontera con Suiza, Como es el último reducto de una Europa que siempre pensé habría desaparecido con el suicidio de Stefan Zweig. Admiro los ocres, los estucados, los palacetes a la vera del lago, los barcos recreativos, los Borsalino blancos, los bolsos de Prada… Nuestros minutos en Como fluyen lánguidos, melancólicos. Jamás tendremos una vida ni remotamente parecida a lo que vemos en nuestro paseo por esta villa.

6 de junio de 1999. Fano
Desayunamos en una cafetería junto al bullicio del mercado central. El jaleo es de una coloración latina que debe remontarse a los tiempos de Diocleciano. Fano es el pueblo de pescadores al que llegamos anoche. Un gran arco de piedra labrada en época romana, nos dio bienvenida. Pudimos cenar, pudimos dormir en un funcional hotel. La luz adriática, la picardía de los comerciantes, los excelentes “capuccianos”, la bollería local, las mujeres de caderas contundentes, todo contribuye al bienestar que nos acompaña en estas primeras horas de nuestro último día de viaje. Improvisamos la ruta de regreso una vez entregadas las últimas obras de arte. Paramos dos horas en Florencia, bordeamos Pisa, Génova, Niza, Cannes, Mónaco. Florencia nunca defrauda. En la Piazza del Duomo refresco mis años de estudiante de arquitectura. Brunellesqui, Santa Maria del Fiore, los Ufficci… lástima no tener más tiempo. La autopista de regreso es un infierno. Transitada hasta la saturación por camiones y coches de alta gama, con boquetes y sin apenas arcenes. Cruzamos los Apeninos Tosco-emilianos, que son mucho mayores de lo que imaginaba. Me agradan las villas clásicas que atildan sus laderas y los almacenes de mármol de Carrara a cielo descubierto. En una gasolinera de Mónaco, llenamos de combustible nuestra destartalada furgoneta entre ferraris, jaguars y mercedes. Tomamos café en abundancia pues tenemos la idea de no parar a dormir, ahorrar el dinero de las dietas, y llegar de una tirada a Barcelona. El sueño cerca de Arlés empieza a sitiarnos. Nos descalzamos; conducir descalzo es un truco remendón que me enseña J. Son las 9,30 de la mañana. Hemos conducido 18 horas seguidas. Llevo despierto 25. Estoy en casa. Mi mujer duerme. Preparo té y tomo algunas notas sobre el viaje. Estoy aturdido; la economía de la empresa necesita silencios, incuestionable entrega, poner en riesgo las obras de arte, y dar por bueno el menosprecio al personal técnico.

Julio de 1999. Cinturón industrial de Barcelona
José Manuel es el típico lerdo que habita en las catacumbas de algunas empresas de transporte. Lo curioso es que una empresa dedicada a la manipulación y traslado de obras de arte, permita tal energúmeno entre sus filas técnicas. Gordinflón cejijunto, se las da de experto en la conducción de camiones de gran tonelaje por muy adversas que sean las circunstancias, en el dominio de cinco o seis lenguas, en la conquista de mujeres de todas las nacionalidades, experto, en definitiva, en cualquier actividad que crea que engrandezca su descomunal personalidad. Ni que decir tiene que es un manipulador mediocre que ha puesto en peligro algunos patrimonios culturales con su fuerza bruta y la nula sutileza con la que se mueve en este mundillo. Sus deportes predilectos son el buen zampar, la máquina tragaperras y las putas de la Junquera. En todo eso es el más versado. Capaz, al fin y al cabo, de desviarse sobre una ruta prevista para pasar la noche en su paraíso fronterizo. Tiene el camión repleto de revistas pornográficas y mantiene con la empresa un constante litigio. Conoce al dedillo, eso sí, las principales rutas europeas, así como los más recónditos restaurantes de carretera donde embucharse un entrecot y una buena botella de vino. Pronto comprobé que, en este oficio, muchos conductores y no pocos manipuladores, hacen caso omiso del protocolo de no ingestión de sustancias etílicas o enteógenas durante la jornada laboral. Hasta el más tarugo, se mete a la menor ocasión algún reconstituyente. Teniendo en cuenta que nuestro trabajo en los museos está minuciosamente observado por las compañías de seguros, no deja de sorprender la facilidad con la que las drogas y el alcohol ha entrado a formar parte de este entorno laboral. Lo de José Manuel no son los estupefacientes, sino más bien el vino tinto, la cerveza y los aguardientes. Medicinas del alma que le preservan limpio de cualquier compromiso con una profesión que le resbala. Tanto le da transportar y manipular obras de arte, que cajas de melones, encofrados o bidones de petróleo. Lo suyo es el buen jalar y el putiferio.

2000

25 de enero del 2000. Montnegre
Conduzco por la autopista AP-7 al encuentro del pintor-poeta Perejaume. Siguiendo sus indicaciones, llego a un descampado rodeado de bosques donde la carretera se acaba. Tras unos minutos de espera, llega mi anfitrión saltando y sorteando zarzas. Unos kilómetros de camino forestal más tarde, vislumbro la fachada de la coqueta construcción que alberga su estudio atelier. Escondida entre pinos y alcornoques, se sitúa la edificación a medio camino entre masía y palacete modernista. Construido a partir de las ruinas de un antiguo refugio de piedra que Perejaume conoció durante su infancia, la casa mezcla la tosquedad de lo rural con cierta sofisticación jujoliana. Me enseña el estudio, que en la planta baja es espacioso y luminoso. Paredes blancas, alguna salpicadura de pintura. Un ciclópeo telón de teatro cierra una parte del taller. –Solo pinto con luz natural- me cuenta. La planta baja se completa con acogedora cocina de estilo provenzal. La chimenea está encendida. La arquitectura serpentea y sube en forma de escalera de caracol varias plantas más. En todas ellas hay ventanucos abiertos a los horizontes del Montnegre. En el segundo piso, el dormitorio y el atelier nocturno, donde solo escribe. Un habitáculo forrado de estanterías con libros de poesía, que presenta una curiosa ventana cuyo marco ha sido substituido por una reproducción de la embocadura del Teatro del Liceo. -Una reproducción anterior al incendio del Teatro- reímos. Me enseña sus últimos dibujos y una docena de miniaturas al óleo. Luego prepara la comida mientras abro el Rioja que he traído. En muchos momentos, no me siento a la altura de la erudición del Pintor, de su atinada selección de vocablos, de su catalán vastísimo. Con exquisita elegancia, realiza condescendientes giros para mantenerme dentro de la conversación. Diríase que tiene tantas ganas de saber de mí, como Yo de Él. Dos horas y pico de charla después, descendemos por un sendero pedregoso hacia Arenys de Munt. Perejaume ha insistido en que debo conocer a Pilar Lloret y Jordi Rosés, editores de obra gráfica (Ediciones Murtra). Tienen una casa en la parte montañesa de Arenys de Munt, repleta de maquinaria para el grabado, papeles colgados y animales. Un perro juguetón, varios gatos, no sé cuántos conejos, periquitos, tortugas, junto a piezas de Antoni Llena, Miró, Brossa, Hernández Pijuan, Antonio Saura… me enseñan su laboratorio y, cuando les cuento que dibujo, nos prometemos futuras colaboraciones.

22 de marzo del 2000. Macba. Barcelona
Hemos tenido que quedarnos una noche sin dormir para acabar el montaje de la exposición retrospectiva de PA. Es un artista tan quisquilloso, histérico, maniaco, que diseña hasta los tornillos con los que fijar los metacrilatos de las vitrinas. Un artista con carácter anfetamínico, cuya obra me deja indiferente. Hemos comido una pizza sentados en el suelo del museo invitados por el comisario de la muestra, que parece también exhausto.

14 de mayo del 2000. Rambla de Catalunya. Barcelona
Me paso por la redacción de la revista Pùblic, cuyo redactor jefe Xavier Vinader, me encarga una ilustración en color para un artículo sobre la liberalización de los horarios comerciales en las grandes ciudades. Ya he colaborado en otros periódicos con mis dibujos, pero esta es la primera vez que me pagan bien.

2001

18 de febrero del 2001
Buscar un refugio en las montañas; exiliarme. Calzarme las botas de siete leguas y adentrarme en los bosques. Vivir como un hombre primitivo. Redactar, dibujar. Ser un marino mediterráneo, pero viajar continuamente al norte. Beber licores fuertes. Cruzar un desierto. Aprender un nuevo idioma. Celebrar a mi hija Marieta, dándole más hermanos. Diseñar las salas de mil museos. Abandonar, luego, los museos para siempre, y vivir en un chalet de maderas viejas como el del pintor Balthus.

15 de octubre del 2001
¿Cómo dar cuenta de lo que ocurre cada día, lo banal, lo cotidiano, la común, la náusea, lo ordinario? Leo a Georges Perec.

31 de julio del 2001. Fundació La Caixa. Barcelona
Muestra fotográfica de Ed Van der Elsken en el Palau Macaya. No salgo indemne de esta exposición repleta de retales de vida, cicatrices y performance.

2002

15 de enero del 2002. Barcelona
Por un módico precio consigo una primera edición del Viaje en autobús de Josep Pla, que leo casi de un tirón en una cafetería. “Una de las más provechosas máximas de Goethe es esta: la felicidad es la limitación; ser feliz consiste en limitarse”. He pasado unos meses alejado de los museos, dibujando, fotografiando. Pero regreso. Los museos son mi destino, y el mejor sistema que he encontrado para asegurar el sustento familiar.

2003

15 de junio del 2003. Fundación Miró. Barcelona.
Desembalamos obras de Jan Fabre. Desgraciadamente no voy poder conocer personalmente a este artista-dramaturgo. Me impresionan sus dibujos a bolígrafo y las esculturas recubiertas de escarabajos color esmeralda. Durante nuestra manipulación cae un escarabajo. Lo guardo en el bolsillo.

7 de octubre del 2003. Cau ferrat. Sitges
A primera hora, frío y neblinas. Visión onírica del conjunto monumental que forman el Cau Ferrat, las casas y museos colindantes. El sueño de Santiago Rusiñol, la Vila de las artes, las libertades, las fiestas bohemias. Desembalamos los cuadros de una exposición titulada Art Català. Renaixement i Barroc. Al mediodía dejo al equipo en Sitges. Regreso a las oficinas centrales en el polígono industrial de Rubí. Diseño una vitrina climática. Recojo dietas e instrucciones. Conduzco hasta mi casa.  Beso rápido a mi mujer e hija. Ducha, maleta y caravana impía hasta el aeropuerto. Vuelo. Leo un informe sobre Cortes del Barroco, la exposición cuyo desembalaje superviso en Aranjuez. A las 9,30 aterrizo en Barajas. A las 12,00 llego a Aranjuez. Hotel sombrío.

8 de octubre del 2003.Palacio Real. Aranjuez
Desembalamos con lentitud. Hay muchos correos, y todos se toman su tiempo para revisar los informes y las condiciones de las obras. En uno de los largos descansos, aprovecho para pasear por los mismos jardines por los que paseó Rusiñol el último año de su vida. Le imagino plantando el caballete frente a la desmesura vegetal de estas naturalezas trazadas con escuadra y cartabón. Paseo más tarde junto al Mercado de Abastos. Aquí, en estas calles que se estructuran alrededor de patios y corralas, se inventó el teatro español del Siglo de Oro. 

Diciembre del 2003. Museo Picasso. Barcelona
Los catalanes somos muy japoneses. Adoctrinados desde la cuna en el noble arte de equilibrar opuestos, tendemos a descartar disonancias y estridencias. Somos el más gris de los pueblos mediterráneos. El pintor uruguayo Joaquín Torres-García padeció y aprendió la tensión saturnino-mercurial de este pueblo, durante su periplo catalán. Hace unos pocos días, el 26 de noviembre, se inauguró en el Museo Picasso una importante muestra con obras de todos los periodos de Torres-García, bocetos, documentos, óleos, juguetes. Torres-García, cuyo iracundo carácter le valió no pocos disgustos durante sus años catalanes, pintó obsesivamente los estructuras y formas del mediterráneo clásico. Es creciente el interés que la obra de este Artista despierta año tras año en el mercado europeo. Alex Mitrani, historiador del arte especialistas en vanguardias catalanas, afirma que Torres-García fue un artista visionario, un auténtico pionero en la proyección de un arte local hacia lo universal.

2004

3 de marzo del 2004. Centro de Arte Reina Sofía. Madrid
Artista casi secreto. Deleite de estetas, de los amantes del trazo escueto y metafísico. Pierre Le-Tan es un ilustrador francés de origen familiar vietnamita, exégeta de la exquisitez y de la minuciosidad gráfica, que lleva años transitando por revistas como The New Yorker o World of interiors. Pintor y coleccionista, la primera vez que la prensa española se refirió a él fue con motivo de la venta en Londres, en una prestigiosa casa de subastas, de su colección de sofisticadas rarezas y mobiliarios. Le-Tan dibuja vacíos y silencios, con un trazo claro del que tomo buena nota.

28 de mayo del 2004. Macba. Barcelona
“También en los viajes sin rumbo es importante llevar un cuaderno de bitácora donde tomar la estima del barco. Pues la salvación no se encuentra en el puerto final de la travesía, sino en la figura que dibuja su estela” le leo a Ernst Jünger en sus diarios.

30 de septiembre del 2004. Musée d’art moderne et contemporain. Saint-Etienne
Hotel Tenor, Dos estrellas. Cómodo pero feo a rabiar. Hoy llega el artista Eugenio Cano. A penas le conozco. Visité su estudio en Madrid hace unas semanas. Le espero paseando.  Me siento como pez en el agua perdido por las calles de St. Etienne. Visito una tienda de comics, un establecimiento de tejidos, un anticuario y varios parques. Viajo en tranvía. Escribo y leo en el café L’Entre pots, bar punkie regentado por Daniel, un afable español con el que resulta fácil entablar conversación. Algo en su mirada denota una deuda con pasados que no le incito a recordar. Noir Desir, The Exploited, cerveza, mesas de madera desgastada por mil codos, futbolín metálico. Bohemia comarcal y mucha juventud. Algo en mi físico debe despertar la atención. Mi cabeza rapada, la camiseta negra, la musculatura voluminosa tras el trasiego laboral de las últimas jornadas. Ese aspecto a medio camino entre leñador y poeta gótico, me hace blanco de miradas más o menos cómplices, mezcladas con otras amenazantes. Leo apaciguadamente los Quaderns d’Africa de Miquel Barceló. Encuentro con Eugenio Cano por la noche. Cenamos en Le Bistrot de París. Hortera, decorado como un burdel del S-XIX. Cenamos muy bien. La conversación gira entorno a las vicisitudes del montaje de su exposición. Critica la superestructura del arte español, las mercadotecnias, los comisarios estrella. Se queja de las precariedades económicas, de tener que abandonar su estudio en el centro de Madrid por culpa de la especulación inmobiliaria.

2 de octubre del 2004. St. Etienne
Las jornadas laborales son intensas; casi tanto como las charlas con Eugenio. Cuando paramos a comer o cenar, navegamos por derroteros que nos llevan de la alquimia al psicoanálisis, de la antropología al mercadeo del arte, del yoga a la movida madrileña… Las obras de Eugenio, aunque me parecen muy ochenteras, son de gran densidad conceptual. Trueques con la materia que el colma de simbolismos arcanos y capas de lectura. Eugenio es un apasionado de su labor, con un carácter de mil demonios que tensa las relaciones con los que le rodean. Aunque estoy seguro que debe tener una buena colección de enemigos, me resulta fácil congeniar con Él.
Hotel Tenor. Tumbado en mi cama, leo con delectación las Notes Disperses de Josep Pla y el cómic La vida es buena si no te rindes de Seth.

4 de octubre del 2004. St. Etienne
Ceno solo en una sandwichería argelina. Eugenio atiende esta noche sus compromisos sociales. Siempre he creído que la actividad de un art-handler debe desarrollarse en la sombra. Un aprendiz de museógrafo es un artesano, un técnico a disposición de los artistas y los proyectos. Un manipulador de trastos, espacios y talantes. A medida que pasan los días, el montaje en el Musée se hace más complejo. En la obra de Eugenio Cano los detalles se multiplican hasta hacerse infinitos.

7 de octubre del 2004. St. Etienne
Cena en el Bistrot de París con Eugenio, Mathew MacCaslin, su mujer y Clay Ketter. Artistas amigos de Eugenio que participan en una exposición paralela en el mismo museo. Nos emborrachamos. Hablamos del Mago de Oz, una de esas obsesiones norteamericanas difíciles de entender para un europeo. Concordamos entre risas que Eugenio se parece al Sr. León. Cerramos el bistrot. Como ST. Etienne está muerto por las noches, nos encerramos en la habitación de Clay a beber las botellas que han viajado con Él. La juerga dura hasta que nos amonestan en el Hotel.

8 de octubre del 2004. St. Etienne
Ultimo día en el Musée d’art moderne et contemporain.Inauguración de la muestra de Eugenio Cano. Lunch con Pistolleto, Denis Oppenheim, Lóránd Hegy, un psiquiatra bastante fascinante llamado Gabor, Eugenio, galeristas, coleccionistas y artistas locales, y CD, representante de las autoridades políticas españolas. El artista yugoslavo MM me invita a que le envíe un dossier de mi trabajo artístico para ayudarme a buscar galería en Francia (nunca lo haré). CD aparece tarde, aquejado por un fuerte dolor en la pierna. Le acomodan en una silla junto a la mesa de los canapés. Deglute embutidos y quesos mientras habla a gritos, en varios idiomas, con aquellos que tienen a bien acercársele. Escupe trocitos de longaniza, habla, gesticula histriónicamente y agrede con todo tipo de improperios al mainstream cultural europeo. Evidentemente le importa un pimiento la exposición de Eugenio Cano.

2005

10 de enero del 2005. Fundación Thyssen. Madrid
“¡Qué crueles son los artistas, pues quieren por todos los medios que sus vivencias ejerzan y adquieran violencia y que sus sufrimientos se hagan nuestros!” (Fragmentos póstumos, Friedrich Nietzsche). Tras mi segundo fracaso conyugal, me refugio en el trabajo. Trabo amistad con los artistas muertos del grupo Die Brücke: Emil Nolde, Erich Heckel, Ernst Ludwing, Kirchner, Otto Mueller. Agresivas pinceladas, primitivismo dionisiaco, voluntad de expresión, referentes rurales, complacencia artesanal. “La huida de la ciudad es signo de un cansancio de la civilización (…) El anhelo de lo más sencillo y originario lleva a los pintores a parajes aún más resguardados (…)”, escribe Javier Arnaldo sobre Die Brüke. A mis 36 años, tras haber vivido en Barcelona y Madrid, haberlo intentado en Oviedo y Londres, tras el nacimiento de mi hija Marieta y el divorcio con E, su madre, me marcho de la ciudad. Me traslado a vivir en un pueblo anclado en la ladera del Montseny. Anhelo la sencillez, los parajes boscosos, el viento reconfortador.

6 de febrero del 2005. Museo del Prado. Madrid.
Hotel Trip Atocha. Por la tele emiten un reportaje sobre Shakleton. Cuánto se puede aprender de esta aventura que instruye a virar cuando el objetivo inicial ya no es relevante. Resistir es un poderoso objetivo moral. “Nunca la bandera arriada, nunca la última empresa”. Ayudo en el desmontaje de la exposición El Retrato Español. Del Greco a Picasso. Por primera vez Picasso en el Museo del Prado. ¡Cuántos personajes vestidos de negro! Madrid vuelve a ser mi Madrid. Viví en esta ciudad hasta los catorce años, pero lo había olvidado todo de ella. Me agrada el Madrid caminado, ese que empieza en el Parque del Retiro y acaba poco antes de llegar al Palacio Real, que va desde Lavapiés a Fuencarral. Almuerzo en el Café Central, cueva del jazz cercana a la Plza Santa Ana. Leo una edición argentina de Krazy Kat que he adquirido en una librería de viejo. Potaje castellano, filetes de atún, buen vino, tiramisú casero. Dispongo de toda la tarde para deambular, leer, trazarme en soledad. Pienso en una palabra serbia intraducible, sabur, que significa algo así como la capacidad de estar contento con lo que es.

19 de marzo del 2005. Tokio
Decía Josep Pla que las primeras impresiones que produce la visita a un país, son las más legítimas. Viajo hacia Tokio vía Milán. He facturado en el aeropuerto de Malpensa una maleta con mudas suficientes para diez días, herramientas y regalos para el jefe de la empresa japonesa con la que trabajaré en el montaje de una retrospectiva de Antoni Tàpies en el Hara Museum. En el equipaje de mano, libros, cuadernos de dinujo, ordenador portátil, la Rollei 35, medio centenar de tarjetas de presentación y un cómic extraño que me ha recomendado mi amigo Favio “para prevenirte del tipo de sociedad hacia la que te diriges”. Las sensaciones que produce un vuelo de doce horas en clase turista, junto a la lectura del manga En la prisión de Kazuichi Hanawa, me desalientan un tanto. El japonés es un modelo de presidio regido por la severidad de los horarios, la higiene y el seguimiento ineludible de protocolos. Nada de humedades, hombres sudorosos, vejaciones, tatuajes y ratas. Cada objeto tiene su lugar, cada actividad su estricto calendario, el régimen alimenticio es obsesivamente variado; cada vestimenta tiene su pliegue, cada rincón de la celda su precisa función. Hanawa consiguió adaptarse de maravilla al espartano régimen de vida. Tenía prohibido dibujar, pero urdió una historia sobre cárceles, horarios y alimentos, que a la salida dibujó. Las doce horas de vuelo en una compañía japonesa se parecen al manga de Hanawa. Protocolos, comidas perfectamente ordenadas y variadas, uniformidad y disciplina.
En el aeropuerto de Tokio tardan una hora en comprobar los pasaportes. Cuando el inspector de aduana me escruta, me dirijo a la zona de entrega de equipajes. Mi maleta no aparece, Se perdió en Malpensa. Un chico me atiende cortésmente. Tras media hora de sonrisas y llamadas telefónicas, me da un sobre con 10.000 yenes (unos 60 euros), cantidad que estipulan los protocolos y un jersey polar tres tallas más pequeñas que la mía. Me promete que en dos o tres días mi maleta llegará al hotel.
Al llegar al hotel, uno de los más lujosos en los que he estado nunca, un edificio de 26 plantas y 250 habitaciones, salones, tiendas gimnasios y restaurants, me compro unas mudas y utensilios de higiene. Todo es pequeño, hasta el cepillo de dientes. Me pongo mi polar tres tallas más pequeño, mis nuevos calzoncillos dos tallas más pequeñas, y sin cenar, me dispongo a dormir. Doy vueltas por la habitación buscando el interruptor para apagar la luz. No existe. Salgo de la habitación, toco por equivocación el timbre de la habitación vecina, corro a esconderme, Husmeo rincones, silbo, aplaudo, intento desenroscar bombillas y, cuando ya estaba dispuesto a dormir con la luz encendida, me doy cuenta que en la mesilla de noche hay un tablero futurista lleno de botones desde el que controlar luces y persianas.

21 de marzo del 2005
Tokio es hormigón, autovías sobre travesías, rascacielos sobre líneas de metro, travesías sobre autovías, in aeternum… El edificio al que me dirijo es un inmueble bastante antiguo situado en una zona industrial rodeada de muelles. Se trata de una de las sedes de la empresa Yamato, enorme compañía de transportes con departamentos dedicados al arte y los objetos patrimoniales. Allí desembalaremos las 41 enormes cajas que contienen la obra de Tàpies, para que el agente de aduanas pertinente puede revisar el contenido. Mis colegas japoneses me tratan con respeto y sentido del humor. Me sorprende, creo que a ellos también, mi fuerza física y mi envergadura. Soy una especie de Gulliver entre las fábricas y embarcaderos de una Lilliput oriental. Al acabar la jornada, me enfrento por primera vez al metro de Tokio. Un amasijo de líneas cuyo código es imposible descifrar para un occidental. Atiendo a interpretar que existen precios diversos según zonas, como pasa por ejemplo en el metro de Londres. Me ayuda descubrir un dispensador con planos, con los nombres de las estaciones escritos en Romangi, que es la versión occidentalizada de las grafías Hiragana.Me dirijo a Ginza, bestial enclave comercial con algunas de las mejores y más caras tiendas del planeta. Llueve y, entre neones y pantallas con bellos rostros nacarados sonriendo, establezco un instantáneo parangón con el film de Ridley Scott, Blade Runner.

12 de marzo del 2005.
Copioso desayuno americano (paso del japonés a base de pescado y sopa). Voy al Hara Museum, situado en un barrio residencial cercano a la estación de Shinagawa, con casitas bajas ajardinadas que me recuerdan a la de Sinosuke, el niño gafotas de los dibujos animados de Doraemon. Me cuentan que el edificio del Hara Museum fue hecho construir por el abuelo de los Hara siguiendo las pautas del funcionalismo arquitectónico de las vanguardias europeas. Pero durante la Segunda Guerra Mundial fue ocupado por las fuerzas americanas y ningún Hara quiso volver a habitarlo al finalizar la Guerra. Se convirtió en un museo de arte contemporáneo. Se trata pues, de un museo pequeño, de techos bajos, con paredes de madera pintada, -donde resultará difícil colgar los pesados cuadros de Tàpies- me digo. Cuando Tàpies exponía en los años 60 en la galería Maeght de París, se encontraba con espacios parecidos a estos. Sus cuadros se convierten en muros sobre estas pequeñas paredes. Lo fotografío todo para enseñárselo al Pintor a mi regreso a Barcelona. Me gusta, cuando tengo tiempo, caminar sin rumbo por una ciudad que no conozco. En esa deriva despreocupada se aprehenden lugares y gentes. En mi segunda tarde libre, me pierdo por un barrio lleno de librerías próximo a los jardines del Palacio Imperial. En Tokio hay muchos jardines y, aunque sea una ciudad dominada por el asfalto, los ciudadanos cuidan sus árboles como si fueran ancianos venerables, protegiendo las ramas principales con muletas de madera, cuando están empiezan a perecer o retorcerse peligrosamente hacia el asfaltado suelo. Camino un barrio bazar al que llaman Akihabara y allí entro en el templo de Yushima, me emociona hasta el llanto la paz y la armonía del Yushima Seido. Estoy sorprendido por la extraña fuerza de esta mezcla de modernidad y vestigios del pasado que abunda en Tokio. En mi vagabundeo flâneur me encuentro con no pocas imágenes emocionantes o surrealistas. Una gasolinera con surtidores que cuelgan del techo, paseantes perfectamente trajeados con zuecos de madera, gentes con mascarillas o clínex metidos en los orificios nasales, mendicantes acicalados con sus enseres empaquetados y ordenados, un chico que limpia con toallitas húmedas el tubo de escape de su camión de reparto, mujeres de piel blanquecina que perecen porcelanas, una tienda de materil de bellas artes en la que encuentro papel de acuarela circular … A los japoneses, por lo que veo, les gusta uniformarse. Hay uniformados con guantes blancos dirigiendo el tráfico, dirigiendo a los transeúntes, conduciendo taxis, a la entrada de los grandes almacenes, frente a los cines, en las colas de los cines. En casi todas las tiendas de electrodomésticos unas chiquillas disfrazadas como heroínas de cómic chillan cancioncillas eslogan sobre los maravillosos productos del interior de la tienda.

26 de marzo del 2005
Los días de montaje en el Hara Museum avanzan satisfactoriamente. Manolo Borja-Villel, comisario de la muestra, nos visita los dos últimos días antes de la inauguración. Nos ha hecho cambiar de sitio casi todos los cuadros. Los art-handlers japoneses se han quedado perplejos, pero yo se lo he visto hacer otras veces. Manolo no sabe ver las obras en planos o maquetas, pero tiene un don para distribuir las obras en el espacio. Los trabajadores de la empresa Yamato no hablan inglés, pero nos entendemos bien. Aunque he aprendido algunas palabras japonesas, nunca me hacen caso, pero siempre contestan afirmativamente mis requerimientos. Es una técnica precisa que me fascina y no dudaré en poner en práctica cuando regrese a Barcelona.

2006

6 de septiembre del 2006. Campins. Montseny
Visito el estudio de Antoni Tàpies. Lo hago siempre en estas fechas, cuando la producción estival llega a su fin. Una cuarentena de cuadros de gran formato cubre las paredes y suelo del atelier. Todas las técnicas del Pintor, todas las temáticas, todas las lenguas matéricas tienen cabida en la pintura de este año. Como si iniciara un lento proceso de despedida pintando corolarios. Sordea, está casi ciego, camina con dificultad, vive en un mundo de despistes y prudencias. Todo lo que le rodea podría dañarle, un escalón, una puerta entreabierta, un bote de pintura en el suelo. A pesar de todas las dificultades, Tàpies jamás podrá parar de pintar pues ha fracasado en el intento de aprehender toda la pintura en un solo trazo. -Mai estic content amb el que faig- me confiesa-. Tàpies es el último de una estirpe de artistas con el alma dañada por los avatares del S.XX, comprometido con el hecho pictórico hasta las últimas consecuencias.

18 de diciembre del 2006. Colliure
Recogida de obras de Carlos Pazos en esta bella población mediterránea. Huelo salitre y piedra vieja, anchoas con pan con tomate, y polvo de viñedo. Hotel Les Templiers, bonito y bohemio, pero muy incómodo. Diría que Carlos es un tipo depresivo. Sonríe poco, aunque cuando lo hace su risa es contagiosa. Admiro desde mis tiempos en la Facultad de Bellas Artes sus asemblages y collages. Me encanta ese coleccionismo patológico que le lleva a acumular bibelots, guitarras de juguete, figuritas de Mickey Mouse o cerámicas kitsch. Aunque casi todas sus obras son amables, hay algo que me incomoda. Un cosmos muy particular que puede parecer gracioso, pero no tiene gracia alguna.

2007

20 de marzo del 2007. Tánger
En el Café Hafa un violento soplo de los vientos me trae la memoria de la infancia mediterránea. Las terrazas abiertas al acantilado, las esterillas en el suelo, me recuerdan la rafia sobre la que se tumbaba mi abuela en la playa de Arenys de Mar, o las calas blancas de la Costa Brava. Este mar que avizoro no es mediterráneo, es un cruce de mares, es la lucha de las corrientes atlánticas. El olor a hachís y el buen sabor del té de menta me sitúan de un lado al otro del horizonte. No importa cómo he venido a parar aquí. Ni siquiera tengo conciencia de que este sitio pertenezca a Tánger. Dicen que el Café Hafa era uno de los predilectos de Paul Bowles. Entiendo al escritor. El viento es fuerte. Las terrazas quedan más o menos protegidas sirven de protección a los clientes. Algunos se refugian en un pequeño chabolo donde se fuma y se bebe té. Pero yo no me refugio, me gusta la insolencia del aire golpeándome la calva.
Viajo de manera ácrata, sin planear viajes. Viajo por trabajo, o porque cojo el coche o un billete por agotamiento con los días, y me escapo hacia otras direcciones. Veo lo que me sale al encuentro, conozco las gentes casuales. No me importa dejar de ver enclaves que las guías recomiendan. No leo guías. Necesitaría varias vidas para ver todo lo que despierta mi curiosidad, así que me someto a la eventualidad. El viaje está en el meollo de la cuestión literaria. Necesito acontecimientos para poder narrar, y escribir, para poder conocer. Dibujar es otra cosa. Dibujar tiene algo que ver con el insomnio y el vacío. Decía Leo Ferré que el drama de los solitarios es que siempre se lo montan para no estar solos. El marino sabe que la anarquía es la extrema soledad.

19 de marzo del 2007 (un día antes)
Día del Padre. Mi bebé, Lucía, tiene conjuntivitis. Le escuecen los ojitos a pesar de lo cual no pierde el buen humor y la energía. Me telefonea mi hija mayor para felicitarme. -Tengo muchas ganas de verte, cariño, te echo de menos- -No te preocupes papi, nos vemos el próximo fin de semana- me tranquiliza mi adulta hija de siete años.
Estoy en el aeropuerto del Prat. Vuelo a Casablanca y de ahí a Tánger. Ha sido un viaje improvisado. Como tantos viajes en esta endiablada empresa en la que trabajo. Un proyecto sobre el que todo desconozco. Se trata de montar una exposición de fotografías en el Instituto Cervantes. Una exposición itinerando por diferentes ciudades marroquíes que junta fotógrafos de ambos lados del estrecho. M está algo alterada por este nuevo viaje lleno de urgencias, por un trabajo que me separa constantemente de nuestro bebé, de mi hija Maria, del resto de familiares. Pero en la empresa no existe el concepto previsión, Casi todos los veteranos acumulamos divorcios a nuestras espaldas. Desde el departamento de coordinación me aseguran que se trata de un montaje sencillo, que solo me ocupará un par de días, que todas las herramientas están a mi disposición, que todos los materiales están esperándome en Tánger. Trabajaré con dos compañeros que ya conocen la exposición. Vuelo con la Royal Air Marroc. Las azafatas son bonitas. El sur se dibuja en el rímel de su mirada.

21 de marzo del 2007. Tánger
Me alojo en el Hotel Intercontinental, a veinte minutos del centro donde trabajo. Este primer día comparto la habitación con el conductor del camión que ha traído las obras y los materiales de montaje. He llegado muy tarde al hotel. El ambiente es denso. Señores muy bien acompañados entran y salen de una boite que hay en el hall de entrada. Entre los ronquidos de mi compañero y el tumb-tumb de las músicas del disco-antro, el sueño se me resiste. Otro trabajo descontrolado. Ni herramientas, ni materiales, ni información correcta. El local en el que montamos es un muestrario de paredes. Piedra, yeso, cemento, pladur. Necesitamos todo tipo de anclajes que no tenemos. El camión olvidó en la última sede una caja con todos los materiales. La muestra se inaugura en dos días. A pesar de los pesares vamos saliendo al paso con ingenio y picardía, Nos dejan un taladro percutor, improvisamos un alargo con veinte metros de cable y cinta americana, En una ferretería cercana nos alquilan brocas (nunca antes había alquilado una broca). Mucho esfuerzo, horas de trabajo, incontables dificultades, pero la exposición se monta. Trabajamos hasta la madrugada. Cecilia FS, exdirectora del Instituto Cervantes en Tánger, es nuestro cicerone a la hora de comer. Qué insondable mirada tiene Cecilia. Comemos pescaitofrito y cuscús cerca del Café de París, Me hubiera encantado pasar la tarde leyendo a Paul Bowles, hablando con los ancianos del lugar, bebiendo té. Las gentes de Tánger estilan amabilidad. No es difícil entablar conversaciones en español. Dice Cecilia que hay pocas expectativas laborales, poco futuro, que es lógica la pulsión que lleva a los jóvenes a querer cruzar el Estrecho. Antes de regresar al montaje, Cecilia nos lleva al Café Hafa. Nos acompaña también el comisario de la muestra fotográfica.
-¿La juventud de ahora lee a Baroja?- me pregunta. - ¿Conoces el Café Hafa? Tienes que conocerlo. No te puedes ir de Tánger sin probar las putas- Habla por los codos durante todo el trayecto en taxi. Junto al despeñadero donde están las tumbas fenicias excavadas en la roca, cuelga el Café Hafa. Una pareja adolescente pasea cogida de la mano. Un niño pastor silba a sus ovejas. Me parece uno de los horizontes más bonitos y tristes que nunca he visto.

24 de agosto del 2007. Pekín
Voy quemando etapas a todo gas. M está cansada de mis viajes. La certeza de estar internacionalizando mi trabajo no ayuda a nuestra relación. He decidido tatuarme en la espalda el emblema del Nautilus, Mobilis in Mobili. Echo de menos el olorcito de mis hijas. Escucho a Miles Davis & John Coltrane. ¿Estoy condenado a las melancolías marinas, mientras me formo como museógrafo?

29 de agosto del 2007. Carretera de Pekín a Shangai
Viajo de Pekín a Shangai en un convoy de camiones que transportan 52 obras maestras del Museo del Prado a su segunda sede china. Viajo con una pequeña delegación de profesionales del Prado, Henry, el jefe de la compañía china que nos asiste, y varias furgonas del ejército. Ni que decir tiene que allí por donde pasamos nos convertimos en el centro de atención de transeúntes, conductores y autoestopistas. Henry, aunque estemos adormilados, nos obliga a bajar del vehículo en las áreas de descanso en las que su preciso planning de viaje a previsto parar. Nos obliga a comer, a orinar, a estirar las piernas. Todo bajo control militar.

3 de septiembre del 2007. Shangai
El montaje de los cuadros del Prado es sencillo. El equipo técnico del Museo del Prado que ha viajado hasta China, es muy diligente. Eso me da tiempo para dibujar y hacer turismo. En Shangai todo es anónimo, todo es insolente. La calle acepta casi al instante cualquier cambio por frenético y precipitado que sea. La comunidad internacional vive al margen de las dificultades de las clases populares, disfrutando de su privilegiada situación económica, del jolgorio de esta ciudad que bulle. Shangai es un buen sitio para reinventarse a uno mismo. Conozco durante las noches de Shangai a una docena de europeos que huyen de las trazas de una vida pautada por los senderos trillados. Joaquin, Jon, Sara, Valentina, Giacomo… europeos desarraigados, sedientos de rumbo, viviendo al instante, a los que esta Ciudad acoge como la Puta de Oriente que es, como el París del este, ciudad de aventureros, camorristas, jugadores, traficantes, magnates corruptos, gánsters. Ciudad de tramas oscuras y negocios turbios. Shanghai, junto a Hong Kong, es cosmopolita y contradictoria, un núcleo de contrastes irreconciliables entre tradición, superstición y modernidad.

4 de septiembre del 2007. Suzhou
Me permito un viaje a la cercana población de Suzhou. Una manera de hojear la historia clásica china, de alejarme de las tentaciones cosmopolitas de Shangai, y de apreciar algunos de los famosos jardines que anegan esta Villa de más de 2500 años de antigüedad. Hacia el s.XIV Suzhou se alzó como principal productor de seda de China, lo que atrajo a aristócratas, hedonistas, gremios de artesanos, renombrados eruditos y pintores que encumbraron jardines y villas a la categoría de arte. Más de un centenar de jardines se contaban en el momento álgido del desarrollo de Suzhou hacia finales del s.XVI. Nunca olvidaré el lago cubierto de nenúfares en el poéticamente llamado “Jardín de los administradores humildes”, plagado también de estanques, arroyos, musgos, rocas, islas de bambú. Como tampoco olvidaré el paseo en barcaza por uno de los afluentes del Yangzijiang, donde pude ver los usos y maneras de la vida tradicional y me sentí en ascenso fluvial hacia el corazón de mis tinieblas, allí donde uno deja que sea el río el que marque el devenir de los acontecimientos. 

11 de septiembre del 2007. Shangai
En Shangai quedan algunos vestigios de épocas pretéritas, como el Bund, barrio cercano al malecón que doma la línea costera, surgido en los años 20 cuando la ciudad empezó a hundirse por el agua drenada. Los edificios del Bund fueron un símbolo del poder occidental sobre China en aquellos primeros años, un ejercicio arquitectónico colonizador. Algunos de los locales de moda se encuentran en esta zona como el M on the Bund, o el Áttica, donde la gente más cool de la colonia europea se deja ver en las noches señaladas.  Otro de los barrios de corte occidental llenos de gracia decadente es el conocido como la Concesión francesa. En la actualidad el barrio está reconvirtiéndose en una amalgama de tiendecillas de artesanía, restaurantes con encanto y estudios de diseño. La vida nocturna en Shangai es muy agitada, pero en cuanto puedo huyo de los locales frecuentados por occidentales e intento descubrir ambientes genuinos. Shangai no duerme. Es posible comer, bailar, buscar masaje o placeres impúdicos a cualquier hora del día o de la noche. Visito el Baby Face, discoteca con parroquianos autóctonos que bailan al ritmo frenético del tecno más agresivo. Es imposible hablar (casi nadie habla inglés por otra parte), y el ambiente es denso. Como mi aspecto algo rudo debe desentonar entre tanta tez pálida, camarillas de chinos no dejan de invitarme a libar alcoholes. Negarse a beber habría sido considerado un desprecio en un entorno en el que todo el mundo parece pertenecer a alguna mafia local. Son reiteradas las ocasiones en las que se me ofrece comercio sexual. No así substancias tóxicas, curiosamente. Al salir de la discoteca, levemente dislocado por la ingesta de alcohol, una madre me planta a su bebé albino para que les dé limosna. Abronco a la madre diciendo que a aquellas horas el niño debería dormir bajo techo en vez de estar en la calle. Supongo que la buena mujer no entiende ni papa de lo que le digo. Opto por esconder la cabeza en la cordura comprada que me confiere el ser europeo, y desaparezco de la escena.

Las últimas horas en Shangai pasan entre plácidas conversaciones con algunos de los importantes amigos que he hecho en este viaje. Hago las maletas, repaso mis notas, las fotografías digitales, los bocetos a lápiz. Anhelo las próximas caricias, el encuentro con mis brujitas amadas. Adiós Shangai, hasta pronto punto de inflexión. Al final de los días la ataraxia- me digo. Pero por el camino, aceptar las texturas, todas las vicisitudes, los tropiezos y aciertos. Hacerlo, además, con serenidad y hedonismo. Como buen marino, jugar la vida al póquer descubierto. Asumir los riesgos, las derrotas y la savia de los días con determinación. Dice Mauricio Wiesenthal: “Quizás el viaje es también una forma de desorden, que es el estado más perfecto para crear (…) La vida es lucha continua entre el orden y el desorden, un viaje de ida y vuelta, hasta que nos sorprende la muerte: esa hora final en que no podemos superar el caos con la creación”.

2008

12 de enero del 2008. Museu Nacional d’Art de Catalunya. Barcelona
Cuando conocí a Joan Casellas desayunaba los bocadillos de jamón ibérico con copa de vino, café y licor. Me sorprende que ahora desayune yogurt con frutos secos, zumo de naranja, té. Es el nuestro un encuentro lleno de urgencias, un almuerzo de trabajo con el que le robo 40 minutos a la cotidianidad al nuevo Museo en el que trabajo desde principio de año. Joan Casellas es un artista conceptual que practica performance, fotografía documental y grafismo. Es, además, gestor de eventos, periodista cultural, y director del festival internacional de performance La Muga Caula. Coincidí con Él en los cenáculos de vanguardia de principios de los años 90, cuando desplegábamos un acervo situacionista que nos llevaba a lugares comunes. Nos profesábamos una admiración mutua que ha llegado a nuestros días.
Casellas me trae un extraño dossier verde en el que se suceden los recortes de prensa y las fotocopias. Unas misteriosas fotos de Marcel Duchamp junto a una cascada del Alt Empordà, es el hilo conductor de todo este compendio documental. El dossier verde desgrana artículo a artículo el misterio de esa cascada de agua caliente, que se encuentra en la población de Les Escaules, cerca de Figueres. No puede ser casual que Duchamp se hiciera fotografiar junto a una cascada de agua caliente, justo en el momento en el que llevaba a cabo en New York la más secreta de sus obras, Étant Donnés. Tampoco es casual que Casellas traiga este dossier a nuestro desayuno, justo en el momento en el que el Museo prepara una retrospectiva de los trabajos de Ducahmp, Man Ray y Picabia. La muestra presenta la estrecha relación amistosa y artística que unió a los tres artistas a lo largo de su vida. Una relación que puso en común pasiones como el ajedrez, la sexualidad desbordada, la fascinación por la ciencia y las máquinas, así como cierta soltería militante. Duchamp y Picabia se conocieron en París en 1911. Unidos por la misma actitud irreverente y anarquista, congeniaron. En 1915 viajaron a New York y coincidieron con Man Ray. Los tres contribuyeron a crear la corriente Dadá en USA. Salían de juerga juntos, debatían intensamente, colaboraban en obras contiguas, cortejaban las mismas mujeres, documentaban las obras del otro, se enviaban largas misivas, se ayudaban en la difusión de las respectivas obras. La generosidad y calidez de sus diálogos estableció un territorio intelectual común, que acabó por trasformar el arte del siglo XX.

15 de enero del 2008. Museu Nacional d’Art de Catalunya. Barcelona
BZ fue un performer, en los primeros 90, ocurrente y talentoso. Luego empezó a trabajar en empresas de transportes de obras de arte. Le conocí en la Facultad de Bellas Artes. Coincidí con BZ en muchas veladas performáticas que acababan en los peores bares del casco viejo de la ciudad. Luego, un día, me llamó para ayudarle a descargar un camión cargado con obras de Antoni Tàpies. Nos encontramos en el bar de Museo para hablar de Duchamp, Man Ray y Picabia. BZ coordina el traslado de las piezas que conforman esta exposición. Hablamos del sentido performático de la existencia, de que un día se descubrirá el pastel y todos se darán cuenta de que somos unos estafadores.
Picabia tuvo éxito como pintor impresionista, pero hacia 1910 rechazó esa vía y empezó a experimentar con otros estilos como el fauvismo o el calco de maquinarias industriales. El trabajo de Picabia se caracteriza por la testaruda tendencia a la fuga. Cuando conoció a Duchamp quedó fascinado por su libertinaje artístico y vital. La mujer de Picabia afirmaba que ambos artistas mostraban “una afición muy especial por los principios paradójicos y destructivos en sus blasfemias e inhumanidades, que no iban dirigidas solo contra los viejos mitos del arte, sino también contra todos los fundamentos de la vida”. 

En la Historia abreviada de la literatura portátil, Enrique Vila-Matas fabula una sociedad secreta Shandy a la que pertenecerían Duchamp, Man Ray, Picabia, entre otros artistas, y en la que se exigirían requisitos como un alto grado de locura, una obra portátil ligera y que cupiera en una maleta, funcionar como una máquina soltera, tener espíritu innovador, sexualidad extrema, nomadismo, tensa convivencia con la figura del doble, cultivar un arte de la insolencia y tener simpatía por la oscuridad.

22 de enero del 2008. Londres
Estoy cerca de Picadilly tomando un caffé late. La jornada ha sido larga, llena de reuniones para hablar con los agentes de la Tate Modern sobre Duchamp, Man Ray, Picabia. La muestra viaja desde el museo londinense al Museo en el que ahora trabajo, y nos preocupa especialmente el traslado de la versión del Gran Vidrio que atesora esta institución. Cerca de Picadilly, con uno de esos enormes caffé late que han hecho famosa a una cadena de cafeterías americanas. Suena Frank Sinatra, Renato Carosone, Billie Holiday. Fuera llueve, tengo el bajo de los pantalones totalmente empapado. Decepciono a todos con mis desordenes afectivos. Los viajes continuados están destrozando mi familia, la literatura diezmada de estos diarios me provoca profunda infelicidad, casi ni dibujo. Suena Chet Baker. La música de Chet Baker está hecha para un momento como este, para apurar hasta el último aliento, para encerrarse en la habitación de mi hotel en Earls Court, y meterme un chute de heroína que acabe con todo. Música que, al fin y al cabo, también sirve para pedir otro café y tomar un brownie. “Gracias a mi suerte he podido pasar a través de las gotas. En cierto momento comprendí que no debía cargarse a la vida con demasiado peso, con demasiadas cosas que hacer, …” explicó Duchamp a Pierre Cabanne en su famosa entrevista. Duchamp, Man Ray, Picabia, se emparejaron y casaron varias veces, pero fueron Shandys, siempre estuvieron rodeados de tórridas historias de amor con las que supieron compartir estrechamente su devenir artístico. Yo, o soy terriblemente patoso o estoy condenado a fracasar en el arte y en el amor.  

Larguísima caminata desde Coven Garden hasta Kensington. Llueve ininterrumpidamente. El tabardo está empapado. Camino como un mendigo de un cuento de Dickens, pero sin cerillas. Miro la vida inglesa a través de las ventanas. En Londres no hay persianas ni cortinas. Es una cultura protestante y nadie mira. Pero yo miro, porque soy meridional y me bulle la sangre mediterránea. 







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