Los Cuadernos Madre
Le regalaste a Madre dos cuadernos para que narrara su infancia. Escribió durante varios meses, perforándose las entrañas. –Hay días que acabo llorando, que paro la escritura para no seguir llorando- Prometió entregarte esos cuadernos. Nunca hubo mucha redondez en la vida de Madre. En esos días Madre hacía balances, la economía se truncaba, la salud menguaba, la cotidianidad daba bruscos giros, afloraba la edad provecta. Pensaste que escribir le haría bien. Luego vino aquello de que ya te los daría, de que había que retocarlos. No tenías prisa. Te asustaban los Cuadernos de Madre. Allí había un dolor tuyo del que todo desconocías. El abuelo murió por una tuberculosis contraída en un campo de refugiados francés (de eso si que hablaban los cuadernos, lo sabías). La abuela enloqueció y desapareció. La creyeron muerta, pero fundó otra familia en el sur. Mamá vivió más de diez años en un orfanato llevado por lóbregas monjas. Te pesan esos Cuadernos. Un día vas y le pides a Madre que te deje leerlos, que te gustará escribir sobre ellos, o a partir de ellos, o por culpa de ellos. Sabes que Madre vierte en los cuadernos la infancia de posguerra, las tinieblas del orfelinato, los despotismos, el dolor, la sustancia. Cuando por fin reúnes fuerzas para pedírselos, va y te los niega. –Debería rescribirlos, hay cosas que no me gustan- dice. Pero no la crees. No quiere que los leas. Y si no puedes leerlos, los Cuadernos se te clavan. Una lluvia te esclaviza el pecho.
Madre un día rompe su silencio. No te deja leer los cuadernos pero te cuenta:
-Éramos muy pequeñas. Mi hermano Eduardo estaba interno. Demasiadas bocas que alimentar en casa. Mi padre, tu abuelo, había regresado de Francia. A los que huían de la Guerra los metían en campos de refugiados, cuando enfermaban, los repatriaban. Vivió tres años más. En ese periodo nos tuvo a las tres hermanas restantes. A penas con diez meses de diferencia entre una y otra. Murió. No sé si por la tuberculosis o por culpa del alcohol. La tía Carmen nunca me contó, pero a Padre siempre le pudo la mala vida. Madre nos llevaba a visitar de tanto en cuanto a Eduardo. Un día nos dejó allí, sin avisar, sin papeles, por que sí. Tardó dos años en atreverse a venir a visitarnos. Luego vino alguna vez. Hasta que ya no vino más. Tenía dinero; vendió tres pisos. Pero le molestábamos. Fue a parar a Granada. Por allí se casó con otro tunante. Tuvo cuatro hijos más. Antes había tenido otro. En medio de las dos familias, tuvo otro hijo. Le traté un poco. Entre abortos e hijos tuvo 12 embarazos. Su hermana, la tía Carmen dejó de hablarla cuando nos abandonó en el orfanato. Carmen era cocinera. De haber podido nos hubiera criado. Nos visitaba, nos sacaba de allí dentro cuando libraba. La tía Carmen fue como una madre. Yo tenía catorce años y estaba a punto de dejar a las monjas. Doña Rosario y Don Eladio querían adoptarme. Una de esas adopciones que se estilaban en la época. Una familia de la burguesía pudiente se llevaba a una niña sin padres criada por monjas. Mi Madre venía de tanto en cuanto a Barcelona. En cierta ocasión vino a buscarnos al orfanato. Quería que Margarita y yo fuéramos con Ella a Granada. Tenía cuatro hijos allá y necesitaba que nos pusiéramos a trabajar. Yo le dije que ni por estas, que por qué no se llevaba a Conchita que era la pequeña, tenía ocho años y necesitaba salir de allí, necesitaba una madre. Pero no quiso, no le interesaba otra boca que alimentar, quería mano de obra. Me negué a marchar. Madre enfureció. Pero en terquedad nadie me gana. Cantaba muy bien. El párroco que oficiaba los domingos estaba encandilado con mi voz. La madre superiora avisaba a las monjas, “no enfadéis a Lola esta semana, la necesitamos el domingo”. Por que cuando me enfrentaba a las monjas no había quien me sacara del silencio. Si me castigaban o regañaban ya podían pegarme, yo mutis, callada, desafiante, sin cantar. Una vez nos llevaron al Pabellón de Clasificación de Montjuïc. A los presos les encantó cómo cantaba. Yo me sabía todos los éxitos de la época. Cantaba Lola Flores, o todo lo de Machín. A la gente le entusiasmaba Antonio Machín. A veces me escapaba del centro e iba a cantar y bailar por los bares. Me sacaba unas pesetas. Luego me castigaban en el hospicio. Pero tanto daba. Ya estaba casada con Papá; cuando Margarita tuvo el accidente. Fuimos a verla al Hospital. Papá y tu hermana se quedaron en el coche. Tú estabas con la abuela Rosita. En la habitación me encontré con Madre. Estaba pasando una temporada en Barcelona con una de sus hijas granadinas. Me recriminó, como siempre. Me exigió ir a vivir conmigo, que me tenía que ocupar de Ella, que era mi madre. Le dije que no, que Ella no era una madre. Me abofeteó. Fue la última vez que la vi. Vivíamos en Madrid cuando la tía Carmen me llamó para decirme que Madre había muerto. Tú no debes acordarte; conociste una vez a Madre. Fuimos a ver a la tía Carmen y allí estaba. Soy la abuela, te dijo. Contestaste que tu abuela era la yaya Rosita. ¿Qué ibas a saber tú? Madre puso mala cara, pero no dijo más.
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Mucho de lo que oyes nunca antes lo habías oído. Te dio por creer en un final heroico para el abuelo Eduardo. No queda claro que le rondó en aquel tiempo: tuberculosis, borracheras, vida pendenciera, cuatro hijos con una mujer de 24 años. Poca hazaña. La abuela no enloqueció aunque llevara vida alocada. ¿Cómo se abandona a un hijo? ¿Cómo se abandona a cuatro? ¿Cómo se abandona a todo el mundo? No paras de imaginar a aquellas niñas asustadas que fueron a visitar al hermano mayor y ya no salieron del orfanato. Carencias e infamias en nombre de dios. Nunca faltó tanta caridad como en las monjas que regentaban aquella institución. Nunca se le llenó a nadie tanto la boca de bondad como a aquellas putrefactas frígidas. ¿Cómo puede alguien en nombre del amor a los demás, manifestar tanto rencor? Nunca lo entenderás. Años en los que aprender a sobrevivir, en los que trapichear la vida, en los que endurecer el alma y educarse en la desconfianza. Luego la adopción burguesa. Familia bienpensante de alta cuna. Doña Rosario yerma, podrida, resentida por el desabrimiento del útero. Don Eladio encantador, educado, señor de sus dominios, con una más que probable vida doble. Le imaginas querida y misa los domingos. Le ves ajeno al dolor recóndito de las entrañas de su mujer. Mamá adolescente, sobrellevando otro sufrimiento impuesto. Primero el hambre de la Postguerra, el abandono, el maltrato físico, después el psicológico. Niña ignorante a la que se le abrieron las puertas de la cultura. Piano, canto, trivium y quadrivium, sociedad, posibles. Pero no se le iba el miedo que llevaba impregnado. Ni cuando conoció a Papá, ni cuando os tuvo a vosotros, ni cuando le vino la vejez se le fue el miedo. Adolescente a la que siempre se le recordó su origen, a la que se le exigió agradecimiento perpetuo, a la que nunca se le manifestó afecto. “Todos seréis marineros hasta que el mar os libere” cantaban Jesucristo y Leonard Cohen.
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Jesuita Joe rema por un arroyo. En la canoa lleva a un bebé al que ha rescatado de un secuestro indio. Jesuita Joe le dice al bebé: “es preciso buscarte una madre. Ahora tienes hambre y debes comer…”. Jesuita Joe deja el bebé al cuidado de una familia piel roja, para que pase el invierno. Más adelante encuentra por azar al padre, y aunque le salva la vida, no le confiesa que su hijo sigue con vida, que ha matado a su secuestrador, que el bebé pasará el invierno con una nueva familia piel roja. Probablemente uno de los mejores cómics de la Historia, Jesuita Joe de Hugo Pratt no es un álbum bola. Leíste todavía mozo el cómic de Hugo Pratt; y quedaste atrapado. La naturaleza de Jesuita Joe es brutal y arbitraria. Mata a sangre fría, corta la cabellera de sus enemigos. Vive en paradójica armonía con la naturaleza (avenencia que buscas). Cualquier historia con niño abandonado te lesiona. Por eso quieres ser brutal y arbitrario, como la naturaleza, como Jesuita Joe. Las primeras 67 viñetas de ese cómic son mudas, salvajes, épicas. Es de lo mejor que has visto dibujado. Hugo Pratt supo mucho de perdedores, desaforados, extravagantes. En la viñeta 68 Jesuita Joe encuentra al bebé secuestrado. Cambia su destino. No lo devuelve a su familia si no que le cambia el linaje. Será piel roja, vivirá en concordancia con los cultos naturales. Si los padres permitieron el secuestro, “quiere decir que no se merecen tener un hijo”, dice Jesuita Joe. Te lo dijo el analista: quieres vivir una vida que cambie el destino de la niña que fue tu madre. Querrías secuestrarle la biografía, ser brutal, arbitrario, cambiarle la familia, lanzarla a otro destino. Por eso tu inconformismo, la rebeldía, por eso fuerzas el karma y vives en ciclos. Por eso el Arte, el mar, la embriaguez. Corto Maltés nace sin la línea de la suerte. Con un cuchillo se la traza en la mano. Hugo Pratt dibuja en Corto a un marino melancólico atrapado por el viaje, nunca liberado del destino que es el mar.
Madre un día rompe su silencio. No te deja leer los cuadernos pero te cuenta:
-Éramos muy pequeñas. Mi hermano Eduardo estaba interno. Demasiadas bocas que alimentar en casa. Mi padre, tu abuelo, había regresado de Francia. A los que huían de la Guerra los metían en campos de refugiados, cuando enfermaban, los repatriaban. Vivió tres años más. En ese periodo nos tuvo a las tres hermanas restantes. A penas con diez meses de diferencia entre una y otra. Murió. No sé si por la tuberculosis o por culpa del alcohol. La tía Carmen nunca me contó, pero a Padre siempre le pudo la mala vida. Madre nos llevaba a visitar de tanto en cuanto a Eduardo. Un día nos dejó allí, sin avisar, sin papeles, por que sí. Tardó dos años en atreverse a venir a visitarnos. Luego vino alguna vez. Hasta que ya no vino más. Tenía dinero; vendió tres pisos. Pero le molestábamos. Fue a parar a Granada. Por allí se casó con otro tunante. Tuvo cuatro hijos más. Antes había tenido otro. En medio de las dos familias, tuvo otro hijo. Le traté un poco. Entre abortos e hijos tuvo 12 embarazos. Su hermana, la tía Carmen dejó de hablarla cuando nos abandonó en el orfanato. Carmen era cocinera. De haber podido nos hubiera criado. Nos visitaba, nos sacaba de allí dentro cuando libraba. La tía Carmen fue como una madre. Yo tenía catorce años y estaba a punto de dejar a las monjas. Doña Rosario y Don Eladio querían adoptarme. Una de esas adopciones que se estilaban en la época. Una familia de la burguesía pudiente se llevaba a una niña sin padres criada por monjas. Mi Madre venía de tanto en cuanto a Barcelona. En cierta ocasión vino a buscarnos al orfanato. Quería que Margarita y yo fuéramos con Ella a Granada. Tenía cuatro hijos allá y necesitaba que nos pusiéramos a trabajar. Yo le dije que ni por estas, que por qué no se llevaba a Conchita que era la pequeña, tenía ocho años y necesitaba salir de allí, necesitaba una madre. Pero no quiso, no le interesaba otra boca que alimentar, quería mano de obra. Me negué a marchar. Madre enfureció. Pero en terquedad nadie me gana. Cantaba muy bien. El párroco que oficiaba los domingos estaba encandilado con mi voz. La madre superiora avisaba a las monjas, “no enfadéis a Lola esta semana, la necesitamos el domingo”. Por que cuando me enfrentaba a las monjas no había quien me sacara del silencio. Si me castigaban o regañaban ya podían pegarme, yo mutis, callada, desafiante, sin cantar. Una vez nos llevaron al Pabellón de Clasificación de Montjuïc. A los presos les encantó cómo cantaba. Yo me sabía todos los éxitos de la época. Cantaba Lola Flores, o todo lo de Machín. A la gente le entusiasmaba Antonio Machín. A veces me escapaba del centro e iba a cantar y bailar por los bares. Me sacaba unas pesetas. Luego me castigaban en el hospicio. Pero tanto daba. Ya estaba casada con Papá; cuando Margarita tuvo el accidente. Fuimos a verla al Hospital. Papá y tu hermana se quedaron en el coche. Tú estabas con la abuela Rosita. En la habitación me encontré con Madre. Estaba pasando una temporada en Barcelona con una de sus hijas granadinas. Me recriminó, como siempre. Me exigió ir a vivir conmigo, que me tenía que ocupar de Ella, que era mi madre. Le dije que no, que Ella no era una madre. Me abofeteó. Fue la última vez que la vi. Vivíamos en Madrid cuando la tía Carmen me llamó para decirme que Madre había muerto. Tú no debes acordarte; conociste una vez a Madre. Fuimos a ver a la tía Carmen y allí estaba. Soy la abuela, te dijo. Contestaste que tu abuela era la yaya Rosita. ¿Qué ibas a saber tú? Madre puso mala cara, pero no dijo más.
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Mucho de lo que oyes nunca antes lo habías oído. Te dio por creer en un final heroico para el abuelo Eduardo. No queda claro que le rondó en aquel tiempo: tuberculosis, borracheras, vida pendenciera, cuatro hijos con una mujer de 24 años. Poca hazaña. La abuela no enloqueció aunque llevara vida alocada. ¿Cómo se abandona a un hijo? ¿Cómo se abandona a cuatro? ¿Cómo se abandona a todo el mundo? No paras de imaginar a aquellas niñas asustadas que fueron a visitar al hermano mayor y ya no salieron del orfanato. Carencias e infamias en nombre de dios. Nunca faltó tanta caridad como en las monjas que regentaban aquella institución. Nunca se le llenó a nadie tanto la boca de bondad como a aquellas putrefactas frígidas. ¿Cómo puede alguien en nombre del amor a los demás, manifestar tanto rencor? Nunca lo entenderás. Años en los que aprender a sobrevivir, en los que trapichear la vida, en los que endurecer el alma y educarse en la desconfianza. Luego la adopción burguesa. Familia bienpensante de alta cuna. Doña Rosario yerma, podrida, resentida por el desabrimiento del útero. Don Eladio encantador, educado, señor de sus dominios, con una más que probable vida doble. Le imaginas querida y misa los domingos. Le ves ajeno al dolor recóndito de las entrañas de su mujer. Mamá adolescente, sobrellevando otro sufrimiento impuesto. Primero el hambre de la Postguerra, el abandono, el maltrato físico, después el psicológico. Niña ignorante a la que se le abrieron las puertas de la cultura. Piano, canto, trivium y quadrivium, sociedad, posibles. Pero no se le iba el miedo que llevaba impregnado. Ni cuando conoció a Papá, ni cuando os tuvo a vosotros, ni cuando le vino la vejez se le fue el miedo. Adolescente a la que siempre se le recordó su origen, a la que se le exigió agradecimiento perpetuo, a la que nunca se le manifestó afecto. “Todos seréis marineros hasta que el mar os libere” cantaban Jesucristo y Leonard Cohen.
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Jesuita Joe rema por un arroyo. En la canoa lleva a un bebé al que ha rescatado de un secuestro indio. Jesuita Joe le dice al bebé: “es preciso buscarte una madre. Ahora tienes hambre y debes comer…”. Jesuita Joe deja el bebé al cuidado de una familia piel roja, para que pase el invierno. Más adelante encuentra por azar al padre, y aunque le salva la vida, no le confiesa que su hijo sigue con vida, que ha matado a su secuestrador, que el bebé pasará el invierno con una nueva familia piel roja. Probablemente uno de los mejores cómics de la Historia, Jesuita Joe de Hugo Pratt no es un álbum bola. Leíste todavía mozo el cómic de Hugo Pratt; y quedaste atrapado. La naturaleza de Jesuita Joe es brutal y arbitraria. Mata a sangre fría, corta la cabellera de sus enemigos. Vive en paradójica armonía con la naturaleza (avenencia que buscas). Cualquier historia con niño abandonado te lesiona. Por eso quieres ser brutal y arbitrario, como la naturaleza, como Jesuita Joe. Las primeras 67 viñetas de ese cómic son mudas, salvajes, épicas. Es de lo mejor que has visto dibujado. Hugo Pratt supo mucho de perdedores, desaforados, extravagantes. En la viñeta 68 Jesuita Joe encuentra al bebé secuestrado. Cambia su destino. No lo devuelve a su familia si no que le cambia el linaje. Será piel roja, vivirá en concordancia con los cultos naturales. Si los padres permitieron el secuestro, “quiere decir que no se merecen tener un hijo”, dice Jesuita Joe. Te lo dijo el analista: quieres vivir una vida que cambie el destino de la niña que fue tu madre. Querrías secuestrarle la biografía, ser brutal, arbitrario, cambiarle la familia, lanzarla a otro destino. Por eso tu inconformismo, la rebeldía, por eso fuerzas el karma y vives en ciclos. Por eso el Arte, el mar, la embriaguez. Corto Maltés nace sin la línea de la suerte. Con un cuchillo se la traza en la mano. Hugo Pratt dibuja en Corto a un marino melancólico atrapado por el viaje, nunca liberado del destino que es el mar.
aquí hi ha una novel·la sencera, lluís! quines coses i situacions que té la vida per aconseguir que de mica en mica cada cop podem ser si més no una miqueta més savis!
ResponEliminaQue historias, he recordado la historia de mi abuela Pilar, que con mi madre de meses y dos niñas mas, tuvo que salir como pudo de Madrid por la guerra y regresar a Granada, su tierra. Y de mi abuelo Manuel, padre del mío, y del que apenas se nada, que estaba del bando de “los rojos” y al terminar la guerra un día, la temida guardia civil le dio el alto, y al huir le dispararon acabando con su vida..Que historias
ResponElimina