Llamadme Perdedor (Performance con P de Perdedor. Último capítulo)

Llamadme Perdedor. Les confieso, esta novela llega a su fin. No he querido desvelarlo antes por vergüenza, por intentar embaucarles, por autoengaño. La literatura performance es mentirosa, se deja llevar por los vientos, no es exactamente literatura. Les confesé que “esto” no tenía ni principio ni desenlace. No me vengan ahora con demandas. Perdedor, ese personaje cuyas peripecias no hacen más que cruzarse con mi vida,  no es capaz de nada más. Hay que saber despedirse, como dicen las leyes no escritas del caminante. * Cuando tenía 26 años Patricia Highsmith escribió un brindis de año nuevo que decía: “Brindo por todos los demonios, por las lujurias, pasiones, avaricias, envidias, amores, odios; extraños deseos, enemigos reales e irreales, por el ejército de recuerdos contra el que lucho: que nunca me den descanso”. Durante tres años, en los dislocados capítulos de esta novela he visitado abismos, siempre con cautela, sin rehuir el dolor. He practicado el periodismo buzo, que es la crónica escrita desde el dolor. He cantado al Norte redentor, a los bosques, al mediterráneo, a las comarcas periféricas, a los barrios pobres, a los goces, a las ciudades fronterizas. En esta novela he conmemorado cuarenta años de vida de Perdedor.

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¿Dónde estaba Jacobo Casanova a los 40 años? Casanova fue otro perdedor, que escribió cuando ya no podía perder más, desendemoniándose, recreando los placeres, las desventuras que ya no podía correr. Casanova con 40 acababa de cerrar lo que Él denominaba “el primer acto de su vida” con un desagradable episodio, el de la joven Charpillón y su arpía madre. La miserable Charpillón engaña al maestro, fusila sus dineros, se mantiene limpia de las caricias del Veneciano y se muestra infiel a las querencias del hasta ese momento infatigable seductor. “Nada menos que Casanova se ve rechazado a pesar de que ha puesto todo su empuje y todo su dinero” refiere Stefan Zweig. Le rechaza no una aristócrata o una gran dama inglesa, sino una ramera de tres al cuarto. Ese golpe mortal a la astucia y poder de seducción, es el anuncio del declive que se avecina. Tiene 40 y sus días inician bajada. “Como en toda obra de arte moderna, son las sombras las que construyen la parte luminosa del héroe” anota Félix de Azúa en la nueva introducción Casanova/Atalanta. En el origen del arte está el sexo, el dolor, un ejército de recuerdos y avaricias. No sé si pasar de los 40 es el inicio de un declive. A Perdedor se le han precipitado las letras, se le han vuelto letras las imágenes y las querencias, las experiencias, todo lo que acaece. El arte, los límites. Esta “Novela de los tres años” ha sido también una incursión en la lengua. El que escribe es catalán, y tiene cierta catalanidad cincelada en el alma. Pero el catalán no es su lengua literaria. Vive en catalán, anota, lee, discute, labora en catalán. Pero no escruta en catalán. Supongamos, como digo, que la literatura que nos embraga sea castellana, o mejor dicho, en castellano. Supongamos que con la notable excepción de Josep Pla, uno no se canse de leer en castellano. Supongamos que uno sea catalán aunque más correcto sea decir que es barcelonés a ratos. O para ser exacto deba decir que es de la Costa Brava y también del Montseny (de las diosas, druidas, brujas, nereas, dones d’aigua, piedras, aguas del Montseny para ser más preciso). A poco que se piense, uno es, en verdad, de las infancias asturianas, del parque del Retiro, de las librerías de lance. Si se nació en el S.XX pertenecemos a él, estamos impregnados de su tempo, somos analógicos. Y aunque en el agua no agarre raíz alguna, a los nacidos a orillas del mar, nos conciernen los abismos. ¿Puede uno escoger su patria, su lengua? Se es de todas las mujeres que poblaron los días. De las que fueron, de las que se fueron, de las que quedaron, de las que son. Uno es de sus hijos, de la mirada de sus hijos, del apellido y de las herencias del mismo. Se es de las piedras visitadas, de media docena de músicas, de unos cuantos libros, de los jerséis negros y el calzado deportivo, de las cadencias del lenguaje usado. La literatura performance es identidad.

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La juventud es el tiempo en el que uno cree que las cosas pasarán como se piensan, simplemente porque se piensan. ¡Joder!, las cosas sólo acaban pasando o por azar o por obstinación, pero lo aprendemos a última hora o nunca, lo aprendemos cuando ya es tarde, cuando queremos escribir sobre los fiascos. Perdedor quiso tener dos oficios, dos lenguas, quiso vivir en dos ciudades, cultivar dos vocaciones, vivir con dos mujeres, crear dos familias, morir en dos destinos. Quiso utilizar a Edgardo Cozarinski como talismán. Pero fracasó. Para vivir como Edgardo Cozarinski no hay más remedio que ser Edgardo Cozarinski o Enrique Vila-Matas. Tras escribir esta novela, a Perdedor le ha llegado el momento de construir una cabaña. No se trata de una huída, se trata de encontrar un espacio, un lugar alejado de los ruidos, una habitación primigenia donde seguir escribiendo y dibujando. Perdedor empezó a redactar la “Novela de los tres años” llevado por la certeza de que en las artes, la actitud lo era todo. Se erigió en escritor por que le salió de los huevos, por que las letras son un container idóneo, por que las imágenes no valen más que las palabras, por que en la Facultad le decían que era demasiado narrativo cuando dibujaba. (¿Narrativo, mamones? ¡Os vais a cagar de lo narrativo que puedo llegar a ser!) Y se puso a buscar una lengua orgánica, una literatura de la pulsión, algo que se escribiera al ritmo de los días. Una literatura en la que los inviernos fueran fríos, los recuerdos hicieran daño, los placeres tuvieran textura, los hijos crecieran. “Blake, por el que siento devoción, nació a mediados de un siglo, como yo, como Van Gogh, como Gauguin…y eso es un desastre, porque te toca construir no sólo una estética sino también una actitud ética, porque no venimos de una escuela (…) somos como puentes para que otros acaben de resolver el enigma (…)”. Lo leo en una entrevista al escultor Jaume Plensa, y pienso que le viene al dedillo a esta novela. Perdedor pertenece a esa escuela de los hombres que son puente, que son bisagra, que son trampolín para otros hombres. La “Novela de los tres años” es pasarela entre dos libros, entre dos ciclos, entre la vida de un marino que no lograba asirse a nada y la cotidianidad de un artesano del camino, que quiere construir con sus manos una cabaña donde encerrarse a dibujar.

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Los textos tienen consecuencias, no crean que el que escribe puede salir indemne. Se han ido sucediendo las estaciones en la literatura performance. Tampoco sale indemne el que lee. La “Novela de los tres años” acaba en invierno. Leí casi por casualidad El Museo de la Inocencia de Orham Pamuk. Un equilibrio difícil entre literatura y telenovela, “entre Corín Tellado, Proust y Murakami”, dijeron en una de esas tertulias agresivas que pueblan los blogs literarios. Perdedor leyó la pasada navidad, algo ruborizado ¿Cómo puede suceder que este libro le enganche? Escritura minuciosa como la de Sergi Pàmies. Capítulos breves, muchos, encadenados con la maestría de un orfebre. Literatura pulp de las sensualidades, adictiva, con ese olor a fruta podrida que atrae moscas pero no empalaga. Por si las moscas, por si el empalagamiento llega, Perdedor mezcló lecturas. Sukkwan Island de David Vann, selección de entrevistas a escritores en The Paris Review, recopilación de cuentos fantásticos del SXIX de Italo Calvino. Perdedor vuelve a menudo a las entrevistas del Paris Review y a Italo Calvino, sobretodo cuando le entran las dudas del escribir. Salman Rushdie dice en una entrevista que su tema “es el modo en que las historias de cualquier lugar son también las historias del resto de lugares”. Este tipo de sentencias explotan en la literatura performance, que es una literatura jodidamente limitada. Al principio de las letras perdedoras hay un impulso plástico. Perdedor le da un empujón a las imágenes y se suceden los acontecimientos. Entonces, se convierte en periodista buzo, indaga, anota y documenta lo que acaece tras el empujón. Performance, empujón, documentación. Al fin, tras ese proceso, la escritura (sin duda la parte más laboriosa y para la que peor preparado está Perdedor). Por ejemplo, dos fotografías precipitan los acontecimientos. Foto de Madre con sus hermanos un día de permiso en el orfelinato de las postguerras. Foto del abuelo Eduardo, la única foto que del abuelo Eduardo existe. Esas imágenes despeñan a Perdedor. Un día Madre atraviesa una época de cambios económicos y altibajos emocionales. Perdedor le propone que escriba, le regala unos cuadernos. Esas fotos, esos cuadernos. Perdedor cree que hay algo presente en esas fotos del pasado. Madre escribe durante un año los Cuadernos Madre. Pero la performance traiciona a Perdedor. Madre no le deja leer los cuadernos una vez redactados. Ahí, justo en ese puto ahí, hay un libro. Un día, por sorpresa, Madre le entrega los Cuadernos Madre a Perdedor. En cinco o seis días los lee. Le quita horas al sueño para leerlos. Mezcla la lectura con My Dark Places de James Ellroy. Los viajes en tren entre el Montseny y la Ciudad los dedica al escritor de Los Ángeles. Las noches a los Cuadernos Madre. Ya no tiene sentido seguir con la “Novela de los tres años”. Ahora toca construir una cabaña donde perseguir la escritura de nuevos libros.

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Educar a los hijos es encontrar lugares comunes, espacios para la calidad. No estoy seguro de estar haciendo bien las cosas con mis hijas. Marieta crece, tiene nuevas necesidades que no siempre veo. -Al no vivir bajo el mismo techo, las dificultades del ver, aumentan- me digo complaciente. Lucía requiere atención y dispendio de energías. Es muy ágil, muy despierta, experimenta sin cesar. Creo que Marieta también quiere atención exclusiva, un espacio sólo para Ella. Debo concentrarme, gestionar tiempos, amar con orden. Todos los padres aman incondicionalmente (no hay mérito alguno en amar a un hijo). Lo meritorio es amar con orden, convertirse en una herramienta útil para el desarrollo del hijo, ser un puente hacia el mañana.

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* (¿Cuáles son las leyes no escritas del caminante?
-Siempre se saluda al que encuentras en camino.
-Tiene preferencia el más débil, el que está más cansado, el que va más cargado. El más fuerte cede su puesto al más débil, ahí reside su fuerza.
-Se camina ligero de equipaje.
-Comer poco, de manera sencilla. Apreciar la simplicidad de los alimentos básicos. Pan, embutido, queso, aceite, arroz, verduras, carnes rustidas, peces recién pescados, agua fresca, vino tinto, cervezas locales, orujo de hierbas.
-Apreciar del mismo modo las rutinas básicas: la fatiga, el esfuerzo, beber con sed, comer con hambre, dormir en refugio…
-Buscar los materiales nobles, la mano artesana sobre los objetos.
-Degustar las experiencias que el camino ofrezca. No alterar los lugares que nos salen al encuentro. Pasar desapercibido. Tratar con humildad los paisajes y sus gentes. Sentir el camino como una patria.
-Aprender los usos del lenguaje, cada idioma del camino, los acentos, las pausas, los silencios.
- Saberse extranjero. El que camina no pertenece a un paisaje. Por eso respeta, admira, se interesa por las diferentes maneras de vivir el camino, por los matices que hacen de cada algo una singularidad. El que camina sabe despedirse a tiempo, sabe que hay que seguir.
- Caminar es el objetivo último del caminante. A ningún sitio hay que llegar. El camino es el sitio.)

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