42 kilómetros

 II Marató del Montseny. 42 kms. / 5400 metros de desnivel acumulado (2700m+/2700m-).
11 de noviembre de 2012. Montseny. 500 participantes. Clasificación: 282º. 7h19'08''


Increíble, agotador, puro Humus.

Siete horas, diecinueve minutos. Un final apoteósico con calambres, dolores musculares, pinchazos en las rodillas.

Sábado día 10. Recogida de dorsales. Me toca el 103. Charla de un podólogo. Documental sobre impresionante gesta de Albert Bosch, que cruzó andando, en completa soledad, el Polo Sur. Cambio de impresiones con Albert Bosch. Briefing sobre la maratón de mañana.

Domingo día 11.  8 de la mañana. Disparo de salida. El clima acompaña. Fresco sin lluvia. 500 corredores enfilan la calle mayor de Sant Esteve y suben hacia Fontmartina. En mi pequeña mochila, cortavientos, bidón con bebida isotónica, media docena de geles, una barrita de cereales, buff, guantes, gorro polar, teléfono móvil… tengo que conseguir una manta térmica. La organización recomienda llevarla encima por si algún corredor sufre percance que le obligue a permanecer un rato a la intemperie hasta que los servicios de emergencia le localicen. Empiezo al trote, distanciándome del ritmo que imprimen  a su carrera mis amigos. Conozco mi nivel. Se que quedaré por detrás de ellos, así que intento aislarme, concentrarme en la orografía y las sensaciones. Mis brooks tienen la suela bastante desgastada. Debo tener cuidado con las piedras húmedas y los recodos resbaladizos. Desde un primer momento, camino algunos ascensos. Así me lo han recomendado. – Guarda, siempre, fuerzas para lo que vendrá- me dijeron. A las dos horas estoy en el avituallamiento de San Bernat. Allí la organización sitúa un primer corte de carrera. Si no llegas en menos de tres horas, quedas expulsado. Me ha sobrado una. Bien. Siempre que paro en un avituallamiento como plátano, bebo cocacola, agua, zumo isotónico. Me meto en los bolsillos algunas gominotas. Iré notando a lo largo de la carrera un declive en sales y azúcares. 900 metros de dura subida al Matagalls (1696 m). Aún soy capaz de mirar el paisaje. Corro con el bidón en la mano. Me doy pequeños premios sorbiendo del bidón, comiendo de vez en cuando una gominota. Estrategias psicológicas. Poco antes de llegar al Matagalls, el camino nos desvía de bajada hacia Sant Marçal. Mis rodillas empiezan a quejarse. Es pronto. En Sant Marçal nuevo avituallamiento. Plátanos, cocacola, gominotas, higos secos. Subida de 600 metros a Les Agudes ( 1706 m). Ascenso demoledor. Pero las rodillas sufren menos en las subidas. Primer ataque de calambres. Paro. Grito. Dos cuchillos me rasgan los aductores. Resbalan lágrimas frías por las mejillas. No paro. Intento seguir caminando. Unos metros más allá me repongo. Empiezo a trotar de nuevo. Sigo subiendo. A cinco horas de la salida, estoy en la cima de Les Agudes. Kilómetro 28. Empieza lo peor. Me abrigo. Cortavientos, guantes, buff, gorro polar. Descanso dos kilómetros trotando por la cresta hacia el Turó de l’Home (1706 m). Tengo que guardar fuerzas para la bajada, mi punto débil. Bajadas, rodillas, aductores. La organización ha cambiado el trazado de la carrera en algunos puntos, respecto al año anterior. Ahora hay que subir hasta la misma cumbre del Turó. Psicológicamente, tras más de cinco horas de carrera y 2700 metros de desnivel acumulado, subir esos pocos metros que hay entre la cresta y el Turó, me desmoraliza. Niebla, viento, frío. Abro los brazos en cruz al llegar a la cumbre. Empieza el descenso. Un corredor de nivel medio puede bajar del Turó hasta la meta en una hora. Mis piernas no lo permitirán. La bajada es técnica. Lascas, rocas, humedades. Intento saltar, pero cinco ataques de calambre y fuertes pinchazos en las rodillas, frenan mi descenso. A partir de este momento la maratón deja de ser una cuestión de piernas, aductores, meniscos, para pasar a ser un problema mental. El cuerpo dice basta; es la mente la que sigue. Pienso en mi familia que espera en la meta. Les prometí llegar para la hora de comer. Rezo a los dioses antiguos. Aunque sea a rastras llegaré. He superado tres cortes de carrera, sólo queda llegar a la meta.

Los calambres avisan antes de cada ataque. Primero un hormigueo. Sabes que el ataque está al caer. Esperas que sea en el siguiente paso, o en el otro, o que se retrase un rato. De repente, cuchillazo en el aductor. Un cuter secciona el músculo. A veces los ataques son simultáneos en las dos piernas. Paro. Mueca de dolor. Lágrima fría. Tentación de abandono. Camino cojeando. Vuelvo a trotar. Bebo del bidón. Como gominotas, un gel.

No paro en el último avituallamiento. Si lo hago no sé si seré capaz de volver a arrancar. Troto por inercia. Poseído por el paisaje, ni siquiera veo lo que me rodea. Kilómetro 39.  – ¡Quedan tres kilómetros!- avisan los voluntarios. Atravieso tres veces el río. 500 metros para la meta. Estos de la organización son unos cachondos, nos torturan. ¿Porqué nos han hecho atravesar tres veces el río? Atisbo la meta. M sale a mi encuentro. Lloro. Lucía y su amiguita Candela me cogen de la mano. Cruzamos juntos la meta.





Foto: Carmen de Tena

Foto: Ona

Foto: Emi Pérez

Foto: Emi Pérez

Foto: Sergi Grifol

Foto: David Acedo

Foto: David Acedo

Foto: David Acedo


Foto: Tony Gay

Foto: Tony Gay

Foto: Tony Gay

Foto: Tony Gay
   
Foto: Montse Melus
  
Foto: Sergi Grifol

Foto: Jordi Bort

Foto: Miquel Vidal

Foto: Carmen de Tena

Foto: Carmen de Tena

Foto: Carmen de Tena

Foto: Francisco Gras

Foto: Pilar Hernández

Foto: Pilar Hernández

Foto: Pilar Hernández

Foto: Pilar Hernández

Foto: Pilar Hernández

Foto: Pilar Hernández

Foto: Pilar Hernández

Foto: Pilar Hernández

Foto: Pilar Hernández


Foto: Pilar Hernández



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