Dibujos & performances (Otoño 2016)

Me estimula desarrollar una idea durante años, y luego la contraria. El arte ha sido siempre, en mis días, un espacio de promiscuidad y libertinaje. Dibujé durante casi 15 años en formato DIN A4, en la oscuridad del estudio, en blanco y negro, rodeado de libros. Muchos de esos dibujos se publicaron en prensa, un lugar en el que parecía lógico habitar. Llegué a pensar que era una especie de periodista cultural gráfico, un performer gonzo que se inmiscuía en mil historias para poder dibujarlas luego.

Este último verano (2016) todo cambió tras entrar en una tienda de material de bellas artes. Buscaba acuarelas y cuadernos para llevarme de vacaciones. Me quedé atrapado por los papeles de gran formato. Compré Fabriano (50x70) y papel japonés (70x100). Ya nada volvió a ser lo mismo. De repente el papel no cabía en mi pequeño estudio, los lapices no servían. Tuve que despejar la mesa, suprimir trastos, vaciar una pared, rescatar pinceles, acrílicos, grafitos. El dibujo ha sido durante años un ejercicio casi intelectual, que ponía en contacto directo mano y cerebro. En los dibujos de los últimos meses es todo mucho más orgánico. Mancho, dibujo de pie, desplazo el cuerpo a lo largo y ancho del papel.

He estado al borde de la desaparición. Muy tentado de destruir todos los trazos, los textos, las anotaciones y proyectos. En una tienda de material de bellas artes, al comprar un par de resmas de papeles grandes, todo ha vuelto a empezar.